CAPÍTULO V

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A poca distancia de Rossbourn vivía una familia con la que los Stark tenían especial amistad. Sir Potts había tenido con anterioridad negocios en Meryton, donde había hecho una regular fortuna y se había elevado a la categoría de caballero por petición al rey durante su alcaldía. Esta distinción se le había subido un poco a la cabeza y empezó a no soportar tener que dedicarse a los negocios y vivir en una pequeña ciudad comercial; así que dejando ambos se mudó con su familia a una casa a una milla de Meryton, denominada desde entonces Potts Lodge, donde pudo dedicarse a pensar con placer en su propia importancia, y desvinculado de sus negocios, ocuparse solamente de ser amable con todo el mundo, porque, aunque estaba orgulloso de su rango, no se había vuelto engreído; por el contrario, era todo atenciones para con todo el mundo, de naturaleza inofensiva, sociable y servicial, su presentación en St. James le había hecho además, cortés.

La señora Potts era una buena mujer, aunque no lo bastante inteligente para que la señora Stark la considerase una vecina valiosa. Tenían varios hijos. La mayor, una joven inteligente y sensata de unos veinte años, era la amiga íntima de Anthony.

Que los Potts y los Stark se reuniesen para charlar después de un baile, era algo absolutamente necesario, y la mañana después de la fiesta, las Potts fueron a Rossbourn para cambiar impresiones.

Tú empezaste bien la noche, Pepper—dijo la señora Stark fingiendo toda amabilidad posible hacia la señorita Potts—Fuiste la primera que eligió el señor Barnes—

—Sí, pero pareció gustarle más la segunda persona con la que bailo. —

—¡Oh! Te refieres a Bruce, supongo, porque bailó con el dos veces, sí, parece que le gustó; sí, creo que sí. Oí algo, no sé, algo sobre el señor Parker. —

Quizá se refiera a lo que oí entre él y el señor Parker, ¿no se lo he contado? El señor Parker le preguntó si le gustaban las fiestas de Meryton, si no creía que había donceles muy guapos y chicas muy hermosas en el salón y cuál le parecía la más bonita de todas o el más guapo, su respuesta a esta última pregunta fue inmediata: «El mayor de los Stark, sin duda. No puede haber más que una opinión sobre ese particular.» —

¡No me digas! Parece decidido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabar en nada. —

Lo que yo oí fue mejor que lo que oíste tú, ¿verdad, Anthony? —dijo Pepper—Merece más la pena oír al señor Barnes que al señor Rogers, ¿no crees? ¡Pobre Tony! Decir sólo: «No está mal»

—Te suplico que no le metas en la cabeza a Tony que se disguste por Rogers. Es un hombre tan desagradable que la desgracia sería gustarle. La señora Ross me dijo que había estado sentado a su lado y que no había despegado los labios. —

—¿Estás segura, mamá? ¿No te equivocas? Yo vi al señor Rogers hablar con ella. —

—Sí, claro; porque ella al final le preguntó si le gustaba Netherfield, y él no tuvo más remedio que contestar; pero la señora Ross dijo que a él no le hizo ninguna gracia que le dirigiese la palabra. —

—La señorita Barnes me dijo—comentó Bruce—Que él no solía hablar mucho, a no ser con sus amigos íntimos. Con ellos es increíblemente agradable. —

—No me creo una palabra, querida. Si fuese tan agradable habría hablado con la señora Ross. Pero ya me imagino qué pasó. Todo el mundo dice que el orgullo no le cabe en el cuerpo, y apostaría a que oyó que la señora Ross no tiene coche y que fue al baile en uno de alquiler. —

—A mí no me importa que no haya hablado con la señora Ross—dijo la señorita Potts—Pero desearía que hubiese bailado con Tony.

—Yo que tú, Tony—agregó la madre—No bailaría con él nunca más.

Creo, mamá, que puedo prometerte que nunca bailaré con él. —

—El orgullo—dijo la señorita Potts—Ofende siempre, pero a mí el suyo no me resulta tan ofensivo. Él tiene disculpa. Es natural que un hombre atractivo, con familia, fortuna y todo a su favor tenga un alto concepto de sí mismo. Por decirlo de algún modo, tiene derecho a ser orgulloso. —

—Es muy cierto—replicó Anthony—Podría perdonarle fácilmente su orgullo si no hubiese mortificado el mío. —

—El orgullo—observó Gregory, que se preciaba mucho de la solidez de sus reflexiones—es un defecto muy común. Por todo lo que he leído, estoy convencida de que en realidad es muy frecuente que la naturaleza humana sea especialmente propensa a él, hay muy pocos que no abriguen un sentimiento de autosuficiencia por una u otra razón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas distintas, aunque muchas veces se usen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros. —

—Si yo fuese tan rico como el señor Rogers, exclamó un joven Potts que había venido con sus hermanas—No me importaría ser orgulloso. Tendría una jauría de perros de caza, y bebería una botella de vino al día. —

—Pues beberías mucho más de lo debido—dijo la señora Stark— y si yo te viese te quitaría la botella inmediatamente. —

El niño dijo que no se atrevería, ella que sí, y así siguieron discutiendo hasta que se dio por finalizada la visita.

Orgullo y Prejuicio -StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora