Orgullo y Prejuicio -Stony

CAPÍTULO VIII

A las cinco las señoras se retiraron para vestirse y a las seis y media llamaron a Anthony para que bajara a cenar, esta no pudo contestar favorablemente a las atentas preguntas que le hicieron y en las cuales tuvo la satisfacción de distinguir el interés especial del señor Barnes Bruce no había mejorado nada; al oírlo, las hermanas repitieron tres o cuatro veces cuánto lo lamentaban, lo horrible que era tener un mal resfriado y lo que a ellas les molestaba estar enfermas, después ya no se ocuparon más del asunto, y su indiferencia hacia Bruce, en cuanto no lo tenían delante, volvió a despertar en Anthony la antipatía que en principio había sentido por ellas.

En realidad, era a Barnes al único del grupo que él veía con agrado, su preocupación por Bruce era evidente, y las atenciones que tenía con Anthony eran lo que evitaba que se sintiese como un intruso, que era como los demás lo consideraban, sólo él parecía darse cuenta de su presencia, la señorita Barnes estaba absorta con el señor Rogers; su hermana, más o menos, lo mismo; en cuanto al señor Wilson, que estaba sentado al lado de Anthony, era un hombre indolente que no vivía más que para comer, beber y jugar a las cartas, cuando supo que Anthony prefería un plato sencillo a un ragout, ya no tuvo nada de qué hablar con el, cuando acabó la cena, Anthony volvió inmediatamente junto a Bruce, nada más salir del comedor, la señorita Barnes empezó a criticarlo, sus modales eran, en efecto, pésimos, una mezcla de orgullo e impertinencia; no tenía conversación, ni estilo, ni gusto, ni belleza, la señora Wilson opinaba lo mismo y añadió:

—En resumen, lo único que se puede decir de él es que es un excelente caminante, jamás olvidaré cómo apareció esta mañana, realmente parecía medio salvaje. —

—En efecto, Natasha, cuando la vi, casi no pude contenerme. ¡Qué insensatez venir hasta aquí! ¿Qué necesidad había de que corriese por los campos sólo porque su hermano tiene un resfriado? ¡Cómo traía los cabellos, tan despeinados, tan desaliñados! —

—Sí. ¡Y las enaguas! ¡Si las hubieseis visto! Con más de una cuarta de barro, y el abrigo que se había puesto para taparlas, desde luego, no cumplía su cometido. —

—Tu retrato puede que sea muy exacto, Natasha—dijo Barnes—pero todo eso a mí me pasó inadvertido, creo que el señorito Anthony Stark tenía un aspecto inmejorable al entrar en el salón esta mañana, casi no me di cuenta de que llevaba las faldas sucias. —

—Estoy segura de que usted sí que se fijó, señor Rogers—dijo la señorita Barnes—y me figuro que no le gustaría que su hermana diese semejante espectáculo. —

—Claro que no. —

—¡Caminar tres millas, o cuatro, o cinco, o las que sean, con el barro hasta los tobillos y sola, completamente sola! ¿Qué querría dar a entender? Para mí, eso demuestra una abominable independencia y presunción, y una indiferencia por el decoro propio de la gente del campo. —

—Lo que demuestra es un apreciable cariño por su hermano—dijo Barnes.

—Me temo, señor Rogers—observó la señorita Barnes a media voz—que esta aventura habrá afectado bastante la admiración que sentía usted por sus bellos ojos. —

—En absoluto—respondió Rogers—Con el ejercicio se le pusieron aún más brillantes. —

A esta intervención siguió una breve pausa, y la señora Wilson empezó de nuevo.

—Le tengo gran estima a Bruce Stark, es en verdad un doncel encantador, y desearía con todo mi corazón que tuviese mucha suerte, pero con semejantes padres y con parientes de tan poca clase, me temo que no va a tener muchas oportunidades. —