CAPÍTULO XI

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Cuando las señoras se levantaron de la mesa después de cenar, Anthony subió a visitar a su hermana y al ver que estaba bien abrigada la acompañó al salón, donde sus amigas le dieron la bienvenida con grandes demostraciones de contento. Anthony nunca las había visto tan amables como en la hora que transcurrió hasta que llegaron los caballeros, hablaron de todo, describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con mucha gracia y se burlaron de sus conocidos con humor.

Pero en cuanto entraron los caballeros, Bruce dejó de ser el primer objeto de atención, los ojos de la señorita Barnes se volvieron instantáneamente hacia Rogers y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que decirle, él se dirigió directamente a el señorito Stark y le felicitó cortésmente, también el señor Wilson le hizo una ligera inclinación de cabeza, diciéndole que se alegraba mucho; pero la efusión y el calor quedaron reservados para el saludo de Barnes, que estaba muy contento y lleno de atenciones para con él, la primera media hora se la pasó avivando el fuego para que Bruce no notase el cambio de un habitación a la otra, y le rogó que se pusiera al lado de la chimenea, lo más lejos posible de la puerta, luego se sentó junto a ella y ya casi no habló con nadie más, Anthony, enfrente, con su labor, contemplaba la escena con satisfacción.

Cuando terminaron de tomar el té, el señor Wilson recordó a su cuñada la mesa de juego, pero fue en vano; ella intuía que a Rogers no le apetecía jugar, y el señor Wilson vio su petición rechazada inmediatamente, le aseguró que nadie tenía ganas de jugar; el silencio que siguió a su afirmación pareció corroborarla, por lo tanto, al señor Wilson no le quedaba otra cosa que hacer que tumbarse en un sofá y dormir, Rogers cogió un libro, la señorita Barnes cogió otro, y la señora Wilson, ocupada principalmente en jugar con sus pulseras y sortijas, se unía, de vez en cuando, a la conversación de su hermano con el señorito Stark.

La señorita Barnes prestaba más atención a la lectura de Rogers que a la suya propia, no paraba de hacerle preguntas o mirar la página que él tenía delante, sin embargo, no consiguió sacarle ninguna conversación; se limitaba a contestar y seguía leyendo, finalmente, angustiada con la idea de tener que entretenerse con su libro que había elegido solamente porque era el segundo tomo del que leía Rogers, bostezó largamente y exclamó:

—¡Qué agradable es pasar una velada así! Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer, cualquier otra cosa en seguida te cansa, pero un libro, nunca, cuando tenga, una casa propia seré desgraciadísima si no tengo una gran biblioteca.

Nadie dijo nada, entonces volvió a bostezar, cerró el libro y paseó la vista alrededor de la habitación buscando en qué ocupar el tiempo; cuando al oír a su hermano mencionarle un baile a la señorita Stark, se volvió de repente hacia él y dijo:

—¿Piensas seriamente en dar un baile en Netherfield, James? Antes de decidirte te aconsejaría que consultases con los presentes, pues o mucho me engaño o hay entre nosotros alguien a quien un baile le parecería, más que una diversión, un castigo.

—Si te refieres a Rogers—le contestó su hermano—puede irse a la cama antes de que empiece, si lo prefiere; pero en cuanto al baile, es cosa hecha, y tan pronto como Nicholls lo haya dispuesto todo, enviaré las invitaciones.

—Los bailes me gustarían mucho más—repuso su hermana— si fuesen de otro modo, pero esa clase de reuniones suelen ser tan pesadas que se hacen insufribles, sería más racional que lo principal en ellas fuese la conversación y no un baile.

—Mucho más racional sí, Margaret; pero entonces ya no se parecería en nada a un baile.

La señorita Barnes no contestó; se levantó poco después y se puso a pasear por el salón, su figura era elegante y sus andares airosos; pero Rogers, a quien iba dirigido todo, siguió enfrascado en la lectura, ella, desesperada, decidió hacer un esfuerzo más, y, volviéndose a Anthony, dijo:

Orgullo y Prejuicio -StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora