Capitulo 1

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Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.

Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales condiciones cuando entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las familias que lo rodean, que algunas le consideran de su legítima propiedad y otras de la de sus hijos.

–Mi querido Howard ––le dijo un día su esposa––, ¿sabías que, por fin, se ha alquilado Netherfield Park?

El señor Stark respondió que no.

––Pues así es ––insistió ella––; la señora Potts ha estado aquí hace un momento y me lo ha contado todo.

El señor Stark no hizo ademán de contestar.

––¿No quieres saber quién lo ha alquilado? ––se impacientó su esposa.

––Eres tú la que quieres contármelo, y yo no tengo inconveniente en oírlo.

Esta sugerencia le fue suficiente.

––Pues sabrás, querido, que la señora Potts dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven muy rico del norte de Inglaterra; que vino el lunes en un carruaje de cuatro caballos para ver el lugar; y que se quedó tan encantado con él que inmediatamente llegó a un acuerdo con el señor Fury; que antes de San Miguel vendrá a ocuparlo; y que algunos de sus criados estarán en la casa a finales de la semana que viene.

––¿Cómo se llama?

––Barnes

––¿Está casado o soltero?

––¡Oh!, soltero, querido, por supuesto. Un hombre soltero y de gran fortuna; cuatro o cinco mil libras al año. ¡Qué buen partido para nuestros hijos!

–¿Y qué? ¿En qué puede afectarles?

Mi querido señor Howard––contestó su esposa––, ¿cómo puedes ser tan ingenuo? Debes saber que estoy pensando en casarlo con uno de ellos.

––¿Es ese el motivo que te ha traído?

––¡Motivo! Tonterías, ¿cómo puedes decir eso? Es muy posible que se enamore de una de ellas, y por eso debes ir a visitarlo tan pronto como llegue.

–No veo la razón para ello. Puedes ir tú con los muchachos o mandarlos a ellos solos, que tal vez sea mejor; como tú eres tan guapa como cualquiera de ellas, a lo mejor el señor Barnes te prefiere a ti.

––Querido, me adulas. Es verdad que en un tiempo no estuve nada mal, pero ahora no puedo pretender ser nada fuera de lo común. Cuando una mujer tiene cinco hijos creciditos, debe dejar de pensar en su propia belleza.

–En tales casos, a la mayoría de las mujeres no les queda mucha belleza en qué pensar.

––Bueno, querido, de verdad, tienes que ir a visitar al señor Barnes en cuanto se instale en el vecindario.

–No te lo garantizo.

––Pero piensa en tus hijos. Date cuenta del partido que sería para una de ellas. Sir James y lady Rhodes están decididos a ir, y sólo con ese propósito. Ya sabes que normalmente no visitan a los nuevos vecinos. De veras, debes ir, porque para nosotras será imposible visitarlo si tú no lo haces.

–Eres demasiado atenta. Estoy seguro de que el señor Barnes se alegrará mucho de conocerlos; y tú le llevarás unas líneas de mi parte para asegurarle que cuenta con mi más sincero consentimiento para que contraiga matrimonio con uno de ellos; aunque pondré alguna palabra en favor de mi pequeña Tony.

––Me niego a que hagas tal cosa. Tony no es en nada mejor que las otras, no es ni la mitad de guapo que Bruce, ni la mitad de alegre que Scott. Pero tú siempre lo prefieres a él.

––Ninguno de las tres es muy recomendable ––le respondió––. Son tan tontos e ignorantes como los demás muchachos; pero Tony tiene algo más de agudeza que sus hermanos.

––¡Howard Stark! ¿Cómo puedes hablar así de tus hijos? Te encanta disgustarme. No tienes compasión de mis pobres nervios.

––Te equivocas, querida. Les tengo mucho respeto a tus nervios. Son viejos amigos míos. Hace por lo menos veinte años que te oigo mencionarlos con mucha consideración.

–¡No sabes cuánto sufro!

––Pero te pondrás bien y vivirás para ver venir a este lugar a muchos jóvenes de esos de cuatro mil libras al año.

––No serviría de nada si viniesen esos veinte jóvenes y no fueras a visitarlos.

––Si depende de eso, querida, en cuanto estén aquí los veinte, los visitaré a todos.

El señor Stark era una mezcla tan rara entre ocurrente, sarcástico, reservado y caprichoso, que las experiencias de veintitrés años no habían sido suficientes para que su esposa entendiese su carácter. Sin embargo, el de ella era menos difícil, era una mujer de poca inteligencia, más bien inculta y de temperamento desigual. Su meta en la vida era casar a sus hijos; su consuelo, las visitas y el cotilleo.

Orgullo y Prejuicio -StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora