Capítulo 3.

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Por fin acaba un largo día de clase, Claudia les dice a sus amigos que tiene prisa y se va corriendo. Para su sorpresa, hay alguien esperándola en la salida, es un chico muy guapo, de unos veinte años, es bastante alto y moreno. Es ese chico que tanto le hace sufrir, que tanto le hace llorar, por el que le oculta un secreto a sus amigos. No, no es su ex novio, pero podría decirse que está  loca por él. Su nombre es Rober. Claudia hace como que no le ve, y sigue directa hacia su casa mientras él la mira. Unos minutos después, se cruza de frente con él.

-Claudia, deja de evitarme, sabes que no te puedes librar de mí, estoy en tu mente.

-¡Déjame en paz! —El grito de Claudia desconcierta a unas viejecitas que pasan por su lado, ya que ellas lo único que ven es a una joven muy guapa hablando sola.

-Sabes que si sigo aquí es porque tú quieres, lo sabes, ¿verdad, Clau? Y hasta que tú no dejes de quererme no desapareceré de tu vida.

No puede creer que haya vuelto, hacía dos años que no lo veía, exceptuando los dos días atrás, que tanto dolor le había causado aquel chico. Victoria, su madre, era la única persona que sabía esto, se enteró hacía cuatro años.

-Mamá, he conocido a un chico estupendo, me hace tan feliz.

-¿Qué tienes novio, hija? Pero eres muy joven, a mí con once años me daban asco los besos de las películas.

-Lo sé mami, pero él no es mi novio, todavía, es un chico muy especial para mí. Es un poco mayor que yo, pero la edad no importa.

Pasaban los meses y su madre todavía no había conocido a ese chico, cada vez que le decía a Claudia que quería conocerlo, ella hablaba con Rober y supuestamente él no podía asistir. Un día Victoria pilló a Claudia hablando con él por teléfono y en cuanto ella salió de la habitación, revisó sus llamadas y no había ninguna de hacía unos minutos. Era extraño, pero podía haberlas borrado. Al final, tuvo que hablar con ella seriamente y descubrió que ese chico no existía. Después de un año de psicólogo, dejó de verlo.

Claudia hizo amigos nuevos en el instituto, Laura, Lucas y Mario, y se reencontró con su amiga de la infancia, Jenni, pero nunca les comentó nada de esto.

Solo estaba a unas manzanas de su casa, pero Rober aparecía en cada esquina. Esa sensación de agobio no pudo evitar que unas lágrimas cayeran por sus mejillas, provocando que sus ojos acabaran negros por el rímel. Ya en casa, su madre notó que había llorado, pero al ver que Claudia no quería hablar del tema, le pone la comida y se marcha a trabajar sin decir nada más.

Sonrisas fingidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora