Capítulo 3

12 1 0
                                    

Rebeca

Cuando llegamos a su coche, no sabía muy bien cómo actuar.

¿Habíamos estado solos alguna vez? Yo diría que no. Las veces que le he visto, siempre estaba con su hermana. Bueno..., también me lo he cruzado algunas veces por los pasillos de la residencia, pero eso ni siquiera me molesto en contarlo porque uno) o iba con alguna chica colgada de su brazo o dos) sí que iba solo pero, como siempre, solo se me quedaba mirando fijamente hasta que desaparecía.

Cuando hacía eso último me sentía realmente intimidada. Ojalá supiera lo que piensa cuando lo hace.

Miré a Marco de reojo. Por alguna razón que no entendía, sentía su mirada clavada en mí. Y, justamente, le pillé dándome un repaso antes de que volviera a girarse hacia delante y pusiera el coche en marcha.

De verdad, no entendía nada. Igual que tampoco entendía por qué estaba tan nerviosa. Al fin y al cabo, le conocía de toda la vida.

—¿Estás bien? ¿O tú también has bebido de más?

El sonido de su voz hizo que me sobresaltase en mi asiento. ¿Qué...? Oh, sí. Está hablando por Sofía.

—Mierda, Sofía —dije, acordándome de pronto de ella—. No la he avisado de que me iba.

—No te preocupes por ella.

—¿Que no me...? Es tu hermana.

Él, simplemente, se encogió de hombros.

—Y sabe cuidarse sola. Además, Calev no dejará que le pase nada.

Puse los ojos en blanco al instante.

—Sí. Seguro que Calev deja a su nueva novia para centrarse en Sof.

—Créeme, mi hermana le importa. Además, seguro que mañana no se acuerda de la otra chica.

Entrecerré los ojos en su dirección, pero no dije nada.

Sabía que a Calev le importaba Sofía. Había estado con ellos infinidad de veces en los dos años que llevaban juntos, y se notaba. Nunca llegué a entender por qué cortaron.

Llevábamos ya un rato callados cuando Marco detuvo el coche en un semáforo en rojo. Suspiré. No me gustaba el silencio, y sentía la necesidad de llenarlo con algo.

—Entonces..., ¿por qué te has ofrecido a llevarme?

Él pareció, de repente, un poco extrañado.

—Te estabas aburriendo —explicó, como si fuera una razón obvia.

—Pero tú acababas de llegar.

—No acababa de llegar. Me he pasado toda la fiesta en un rincón mientras esperaba a que Calev terminase de ligar con la rubia y esta intentaba liarme con su amiga.

—Oh... —carraspeé—. ¿Y qué fue de esa chica?

—Ni lo sé, ni me importa —respondió, tajante, mientras que aceleraba el coche de nuevo.

No sé por qué, pero eso me alivió más de lo que debería.

—¿Por qué? ¿Te hubiese molestado que me enrollase con ella?

—¡Por supuesto que no!

—Claro, claro —sonrió un poco—. Por eso le decías a Sof lo de... ¿Cómo era? Ah, sí. Lo locamente enamorada que estabas de mí cuando éramos pequeños.

Pero, ¿qué demonios...? Iba a matar a Sofía. Y no pensaba contarle nada más. ¡Eso era privado!

Evité mirarle a toda costa. Me había puesto roja.

—Tenía diez años.

—Pero te gustaba.

—¡Era una niña! Y eras el único chico con el que no había hablado nunca, por eso llamaste mi atención. Sabía que nunca podría tenerte. Eras... algo así como mi crush.

Me callé de golpe. No quería seguir diciendo más cosas que podrían abochornarme. Además, cada vez me notaba las mejillas más calientes y él cada vez se reía más de mí. Tenía que parar esto.

—Oh, Dios mío. Voy a matar a Sofía.

—Así que, tu crush, ¿eh?

—No te lo creas tanto. No es como si todavía lo pensase.

—Y, ¿lo piensas?

No respondí. Acabábamos de llegar a mi residencia.

Me quité el cinturón, girándome hacia él después. Se me acababa de venir algo a la mente.

—¿Has hablado con tu hermana sobre mí?

Marco se quedó callado unos segundos, tal vez pensando qué responderme.

—Sof habla mucho. Y de muchas cosas a la vez.

—Pero tú no eres muy hablador.

«Y, además, pensaba que me odiabas», quiero añadir. Pero me contengo.

Sonrió mientras que le daba toquecitos al volante con los dedos.

«Pillado».

Cuando pareció que iba a decir algo, su móvil empezó a vibrar.

—Tengo que irme —dijo. Pareció que se estaba disculpando con la mirada.

—No importa. Gracias por traerme.

Asintió con la cabeza a la vez que yo me apresuraba para salir del coche. No sé por qué, pero de pronto me sentía incómoda ahí metida.

Iba a mitad de camino cuando aún no había oído su coche saliendo del aparcamiento. Me giré y, efectivamente, ahí seguía.

Acababa de despegarse el móvil de la oreja cuando vi que bajaba la ventanilla y me llamaba.

—Hey, Rebeca.

—¿Sí?

—Puedo salvarte del aburrimiento de las fiestas universitarias cuando quieras. Solo... pídelo.

Entreabrí los labios para contestarle, pero lo cierto es que me había quedado sin habla.

Y, además... Cuando quise darme cuenta, ya se había marchado.

Negué con la cabeza, sonriendo como una tonta, a la vez que entraba en la residencia.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora