Capítulo 7

6 0 0
                                    

Rebeca

Estaba sentada en el suelo, apoyada en la puerta de mi habitación y con las piernas pegadas al pecho cuando Marco llegó. Llevaba mis llaves en la mano, las cuales giraba con su dedo índice, que estaba metido en la anilla del llavero.

No sonrió al verme, pero tampoco esperaba que lo hiciera.

—Interesante elección de llavero —dijo a modo de saludo, deteniéndose frente a mí.

Me miraba con una ceja alzada, mostrándome el llavero como si yo no lo hubiese comprado y visto mil veces. Se trataba de un pompón pequeño, de color lavanda y lleno de pelitos y con orejas de gato a los costados. Me lo compré en navidades, cuando fui de visita a casa, y en ese momento me pareció de lo más bonito.

Ahora solo me molestaba, porque gracias a él, Marco tendrá otra razón para reírse de mí.

—No sabía que te gustasen estas ñoñerías —añadió.

Hay muchas cosas que no sabes de mí porque nunca te has molestado en aprenderlas, pensé. Pero no lo dije, claro.

—Es un llavero como cualquier otro —me defendí.

—No. Es como si yo me comprase uno de Marvel. Solo lo haría un niño.

Puse los ojos en blanco mientras me levantaba. Le tendí la mano, pero él no hizo el amago de darme nada.

—Pues dame mis llaves de niña. Estoy deseando tumbarme en mi preciosa cama.

Pero no me las dio. En cambio, dio dos pasos hacia delante y abrió la puerta él mismo, entrando después en mi habitación sin siquiera pedirme permiso.

Le seguí pasados unos segundos. Me había quedado paralizada por un momento al verle en mi habitación. Cuando entré, me encontré con Marco junto a mi cama, apartando mi ordenador y los apuntes de clase que había dejado desperdigados antes de salir para el centro comercial, supuse que para poder sentarse.

—¿Qué haces?

Él me miró como si mi pregunta fuese estúpida y la respuesta demasiado obvia.

—Pensaba que querías tumbarte.

Alcé ambas cejas.

—Y, ¿estás quitando mis cosas para que pueda hacerlo?

Marco asintió una vez con la cabeza, lo que bastó para que mi corazón se acelerase.

—He supuesto que te has pasado el día estudiando. Y está claro que anoche te acostaste tarde. Un poco de ayuda nunca viene mal.

Quería darle las gracias, pero las palabras se me habían atascado en la garganta. No sé para él, pero para mí estos pequeños detalles eran muy importantes. Marcaban la diferencia. Y más viniendo de alguien tan frío como lo era él.

Marco se quedó mirando uno de mis libros con el ceño fruncido.

—¿Estudias derecho?

Mi corazón volvió a acelerarse, solo que esta vez por una razón muy distinta.

Me acerqué a él para quitarle el libro de las manos, yendo después a guardarlo en mi mochila. No quería que siguiese husmeando en mis cosas, aunque solo fuese un simple libro de texto.

—Sí.

—Joder —exclamó—. Nunca lo hubiese adivinado.

—Y, ¿eso por qué?

La pregunta salió antes de que pudiese detenerla. En verdad, todos a los que conocía me habían dicho lo mismo, pero a mí no me molestaba. Yo sabía por qué había elegido esa carrera, y eso era lo único que me importaba.

No me apetecía dar explicaciones de el por qué. Era demasiado doloroso.

—Supongo que siempre te he visto muy inocente como para ser abogada en un futuro.

Me crucé de brazos al instante.

—No soy inocente.

—Ya.

—No lo soy. Además, no puedes saberlo. No me conoces.

—Eres la mejor amiga de mi hermana, Rebeca. Has estado en mi casa mil veces.

—Eso no implica que me conozcas. No lo has visto todo, ni...

—¿Por qué te pones a la defensiva? —me interrumpió.

Suspiré, rindiéndome. Tenía que dejar de ponerme de mal humor cada vez que alguien sacaba el tema de mis estudios.

—¿Tú qué estudias? —le pregunté en un intento de cambiar de tema, con un tono más relajado. La verdad es que ya lo sabía, Sofía me lo había comentado, pero quería que supiera que yo también me interesaba en él.

Marco soltó una carcajada apenas perceptible.

—Me sorprende que Sof no te lo haya dicho, con lo cotilla que es.

Yo también solté una carcajada, solo que con más fuerza. Qué razón tenía.

—Lo siento por pretender ser amable —entrecerré los ojos—. No volveré a interesarme por ti jamás.

—Pongamos que te creo, aunque los dos sepamos que es mentira.

Por un momento, me quedé descolocada.

—¿Qué...?

—Soy tu crush, ¿no? No vas a poder olvidarme tan fácilmente.

Quería decirle que tenía razón. Que si no había podido dejar de pensar en él en todos estos años, desde que éramos pequeños, no podría hacerlo ahora ni aunque quisiera. Porque quiera o no, haga lo que haga, siempre me gustará más de lo que admitiría ante nadie.

A veces pienso que soy masoquista. Porque, ¿quién en su sano juicio se enamoraría de alguien que no le hace ni caso?

Miré a Marco, quien ahora estaba relativamente cerca de mí. Podía notar su respiración, que chocaba con mi frente cuando exhalaba.

¿En qué momento nos habíamos pegado tanto?

—¿Tienes algo que hacer?

—¿Por qué? —pregunté con desconfianza.

—He pensado que podría cobrarme el favor que acabo de hacerte al traerte las llaves con una invitación a pizza y Netflix.

Vale. Eso no me lo esperaba.

—Te recuerdo que fuiste tú el que se ofreció a traérmelas.

—Lo sé —chasqueó la lengua—. Pero sigue siendo un favor.

Puse los ojos en blanco, pero me separé de él igualmente y fui a por mi portátil para llevarlo de vuelta a la cama. Cuando miré a Marco, le brillaban los ojos. No sabía si porque iba a pasar más tiempo conmigo o porque había ganado esta pequeña discusión.

Esperaba que fuese por la primera, pero en el fondo sabía que no era así.

—Pide la pizza antes de que me arrepienta —le dije, a lo que él sonrió ampliamente.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora