Capítulo 10

10 0 0
                                    

Rebeca

¿Qué hacía Marco tan cerca de mí?

No. Rectifico.

¿Qué hacía Marco tan cerca de mis labios?

Eso era en lo único que podía pensar en ese momento, cuando jugaba a acercar y alejar su boca de la mía. Como si estuviese teniendo una batalla mental sobre si debería o no besarme.

Si yo pudiese interferir... sería un rotundo sí.

Sí, sí, sí y mil veces sí.

Metí mis manos, hasta ahora inmóviles, bajo su camiseta sin pararme a pensar en lo que hacía. Quería tocarlo. Había querido tocarlo durante tantos años que ni me acuerdo, y no iba a desaprovechar esta oportunidad que él mismo me había brindado, de alguna forma. Él gimió al sentir mi tacto, no sé si de placer o de protesta, pero me gustó tanto ese sonido que no me detuve. Seguí tocando su abdomen, despacio y un poco torpe, arriba y abajo con las palmas de mis manos. No se le marcaba nada, pero estaba más duro que las piedras.

Le miré. Me miró. ¿Sus ojos se habían oscurecido o me lo parecía a mí?

—Rebeca...

Mi nombre en sus labios sonó como una advertencia, de lo fuerte y claro que lo dijo. Y es que me había quedado tan absorta en sus ojos que no me había dado cuenta de que había agarrado el dobladillo de su camiseta y se la estaba levantando para quitársela.

Cabe decir que él tampoco me detuvo. Sus manos llevaban ya un rato sobre mi cintura, sin intención alguna de moverse.

—Marco... —imité su tono. A él le bailaba una sonrisilla traviesa en los labios.

—No juegues conmigo...

¿Jugar? Yo no jugaba. Era él, que llevaba un tira y afloja con mis labios desde hace un rato, provocándome. ¿Por qué no me había besado todavía? ¿Acaso no tenía tantas ganas como yo?

Porque yo me moría por probar su boca.

—Pues no me dejes...

Fue como ponerle la miel en los labios.

En menos de un segundo, Marco había cogido mis manos entre las suyas, separándolas de su ropa y guiándome hacia atrás. Choqué contra la mesita de noche, dándome en la espalda, pero no pudo importarme menos el dolor instantáneo que me produjo aquello.

Estaba ocupada centrándome en el hecho de que Marco había metido una pierna entre las mías, encajándose en mi cuerpo. Tengo que admitir de que eso me puso nerviosa. Mucho. Tanto que no pude detenerle cuando colocó mis manos detrás de mí y las aprisionó con una de la suyas. Su mano era tan grande —casi el doble que las mías, a decir verdad— y tenía tanta fuerza que no pude soltarme de su agarre, por más que lo intentara.

—Suéltame —le pedí. Quería seguir tocándole.

—¿Te vas a estar quietecita?

—Solo si tú lo estás.

Él soltó una carcajada de lo más sexi.

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora