Capítulo 9

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Rebeca

Al final, fui a la habitación de Marco por la tarde. Me dijo que estaría liado hasta entonces, sin especificar en qué, aunque no insistí. No era de mi incumbencia, aunque en el fondo me estuviese muriendo por saberlo. Ya me lo contaría él si quiere, ¿no?

Llamé a la puerta un par de veces con los nudillos, y abrieron al segundo. Pero no fue Marco quien lo hizo, sino un chico de pelo negro, muy negro, y cara de poder destrozarte la vida si le diera la gana. O eso fue lo que me pareció con la mirada que me estaba echando en ese momento, al menos.

—¿Tú eres Rebeca? —preguntó, cambiando el peso de una pierna a otra.

—¿Cómo sabes...?

La pregunta se me quedó atascada en la garganta, ya que Marco apareció entonces como un huracán. Literalmente. Arrasó con su amigo, empujándolo hacia un lado tan bruscamente que casi se cae. Lo oí quejarse, pero aún así, cuando volvió a aparecer delante mía tenía una sonrisa de lado intacta, de lo más socarrona, como si no hubiese estado a punto de romperse la crisma.

Marco se fijó en mí entonces. Me echó una miradita rápida, pero sin sonrisa. No me extrañó, por supuesto.

—Hola —le saludé. Él todavía no había abierto la boca.

La abrió después de que yo hablase, pero no para saludarme de vuelta.

Eso tampoco me extrañó.

—David ya se iba.

—Pero... —intentó replicar su amigo.

—Te vas —dijo, tajante—. Ahora.

No me pasó desapercibido el hecho de que Marco parecía enfadado con él. ¿Habrían discutido antes de que yo llegase? Mi curiosa interior volvió a sacar su antena parabólica a relucir, e intenté ocultarla todo lo que pude.

El tal David bufó, diciéndole algo a Marco que no pude entender ya que se lo dijo muy cerca y muy bajito. Agarró su chaqueta con fuerza, se puso las gafas de sol que anteriormente llevaba en la cabeza, y se fue despidiéndose de ambos con un gesto desinteresado con la cabeza.

Casi pude percibir el alivio que sintió Marco al verlo desaparecer por el pasillo de la residencia.

—¿Tantas ganas tenías de volver a verme?

Le miré, parpadeando varias veces. Me había quedado paralizada mirando irse a ese chico, y con muchas preguntas en la cabeza sobre su comportamiento.

—¿Eh...?

—No han pasado ni veinticuatro horas, Rebeca. ¿Me tengo que preocupar por ese crush que me tienes? Parece fuertecito.

Oh, no. Otra vez con esa palabrita. En qué momento se me ocurrió decírselo.

—Eres idiota. Y ya no me gustas tanto, que lo sepas.

Se lo dije muy seria, pero él siguió riéndose de mí. A carcajadas. Y, aunque pretendía parecer molesta con él, su risa se metió en mi interior y me hizo vibrar. Era como música para mis oídos.

—¿Qué era lo que querías decirme?

Fruncí el ceño, confusa de repente. ¿Qué...?

Jugando con fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora