6 - No puedo ser tu amigo

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Otto

Me mantengo a la espera de que Ivar diga algo, pero no sucede. Él se queda inmóvil, no puedo oír ni siquiera su respiración.

Y hace lo que menos esperaba que hiciera en esta situación.

Se va.

Me deja solo. Lleno de dudas y enojo.

Pero no lo sigo.

Mis pies no reaccionan, mi mente se queda en blanco. Solo observo como camina, toma su bolso y se aleja.

Ivar no haría eso. Él es una persona que afrenta las cosas, nunca se calla, tampoco se escapa.

Y ahora lo hace, huye de los problemas como un cobarde. Y yo, me quedo como un estúpido esperando que mi amigo regrese.

No sé cuántos minutos pasan mientras mi trasero se congela sobre la butaca de plástico.

Tengo que ir a buscarlo.

Voy a ir a buscarlo.

Me levanto desesperado, y corro hasta la calle. No lo veo, y su casa no queda lejos del lugar, así que, me dirijo hasta allí.

¿Por qué? No lo sé.

Meses atrás, lo hubiera mandado al diablo. Le habría dicho que se arreglara solo, y que si tenía algún problema, era suyo, no mio.

Y ahora, no puedo hacerlo. Simplemente, no me lo permito.

Ver que no me insiste, saber que ya lo me mira fijamente cuando hablo, sino, que aparta la mirada. Me molesta.

Me irrita que no me siga, que no haga sus bromas, y no se ría de mis chistes.

Siempre fui el amargado, o más bien, el distante. Y uno vez que él se alejó, la luz que le brindaba a mi espacio de sombras, se apagó.

Y algo se encendió en mi. Algo que no estaba, y me confunde.

Ivar me hizo algo.

Y es inquietante.

Golpeo la puerta blanca. Intento verme relajado pero mi corazón está a punto de salirse de mi pecho en cuanto lo tengo otra vez frente a mi.

Ivar me mira sorprendido, seguro cree que es parte de su imaginación que yo esté ahí, porque frota sus ojos y vuelve a verme.

Y yo noto que estos están algo rojos.

¿Estaba llorando?

Antes de que pueda decir algo, niega con la cabeza e intenta cerrar la puerta, pero yo pongo mi pie y lo impido.

—No me iré —dictamino.

—No quiero hablar.

—Entonces, me quedaré en silencio.

El castaño intenta apartarme nuevamente pero de un salto ya me encuentro dentro de la casa. Él gruñe disconforme y se marcha. Sube las escaleras y lo sigo, sus padres no están, y por alguna razón me da tranquilidad.

Veo que me observa de reojo mientras guarda algo de ropa en su armario.

Yo me mantengo con las manos en mis bolsillos, y analizo mi alrededor, a su vez, busco las palabras adecuadas para decir.

—Ivar, puedes confiar en mí.

Él me presta atención unos segundos y veo como lucha con dejar escapar una sonrisa. Yo no me esfuerzo, mis comisuras se alzan con libertad.

Sin embargo, cuando creí que íbamos a mejorar, él se sienta sobre la cama y mira al suelo.

—No, no puedo.

Su voz sale rasposa, como si le costara hablar.

—¿Por qué? Sabes que te ayudaría, en cualquier cosa. Aunque sea malo con los consejos.

—Créeme, no lo harías.

Doy un paso hacia él, y se levanta apresurado. Mi cercanía lo incomoda. Lo sé.

—Será mejor que te vayas, Otto —dice, dirigiéndose a la puerta.

Pero yo no quiero irme. Y lo tomo por el codo, no le permito alejarse otra vez.

Ivar me mira con el ceño fruncido. Mis manos comienzan a temblar.

Sus ojos brillan, y me gusta. Me llama la atención su cabello, siempre fue así de revoltoso, pero por primera vez quiero tocarlo.

Me acerco pero cuando quiero rozar los dedos con su pelo, él le da un tirón a mi brazo.

Ahora, somos prisioneros del otro. Y yo comienzo a perder la respiración.

—¿Qué haces? —interroga él, tímido.

Suspiro derrotado.

—No lo sé —confieso—. No me agrada que no estés cerca, Ivar. Dime por qué ya no me hablas, somos amigos, ¿verdad?

Sonríe pero no lo hace con gracia, sino, con desilusión.

—No puedo ser tu amigo.

—¿Ya te cansaste de mi? —acuso, inseguro.

—¿Eso qué significa?

—Te alejarás, como todos.

Me duele, me duele que él sea como los demás. Y me pone inseguro, porque así pasó siempre.

—Debo hacerlo si no cambia lo que siento.

Y esa frase, termina por hundirme.

Arráncame esto que sientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora