UN CUMPLEAÑOS MEMORABLE Y EL COMIENZO DE FUTUROS ANIVERSARIOS.

2.7K 55 1
                                    

-¿Cómo va mi bebé?
-Excelente -respondió la matrona-
-¿has tomado tus tabletas de hierro
-Sí; me he portado muy bien y he seguido todas sus indicaciones. Tengo una sola duda.
-Dime.
-¿Puedo viajar a Iquique?
-Por supuesto. Ya cumpliste 20 semanas sin ningún problema. Sólo tienes que cuidarte.

En sus vacaciones de invierno, Gioconda tomó el bus que la llevó a Iquique, donde su familia la esperaba si tener idea de su embarazo. En esa época comenzaba a notarse un leve abultamiento en su vientre, que aún era posible disimular con la ropa adecuada. En un comienzo no hizo mención del tema; dejó pasar los primeros días y cuando faltaba poco para su regreso tuvo una larga conversación con su madre, que al día siguiente se hizo extensiva a su papá.
Era lo que más temía; su padre era un hombre reservado, poco comunicativo y muchas veces irritable. Pese a que su madre intentó prepararlo para la entrevista, el hombre permaneció en silencio y sólo abrió sus labios para decir:
-Eres tú la que llegó a esto, ahora tienes que afrontarlo.

La joven quiso responder y expresarle algo, pero su padre se levantó y alejó, sin volver a dirigirle la atención. Gioconda no pudo disimular su tristeza por esa actitud que la conmovió más que si la hubiesen increpado. El abrazo, más largo y apretado que en su primera despedida, y las lágrimas que se desprendieron junto con sus manos, dejaron a la muchacha el firme propósito de no volver a defraudar a sus padres. Los últimos meses fueron de mayor tranquilidad.
Giocanda había saltado la última y más difícil de las vallas, la comunicación sincera con sus padres. Se dedicó a sus estudios, a acompañar a Tito en sus actividades en la Federación de Estudiantes y sobre todo a esperar la llegada de su hijo, que según varios vaticinios debería ser un varón.

Ese 25 de agosto Héctor le tuvo más de una sorpresa. Era el cumpleaños de Gioconda y la pareja se juntó en el departamento del joven, donde habían invitado a Margarita, su compañera de la Universidad, a los hermanos Cárdenas, que en la pensión se habían convertido en los mejores amigos de la muchacha y por supuesto a los inseparables camaradas que vivían con él.
Fue una reunión de conversación, risas y cantos, a los acordes de la guitarra del dueño de casa. Las horas pasaron con la rapidez de los momentos gratos y cuando estaba próxima la madrugada, Héctor tomó la palabra.
-Queridos amigos, ésta reunión ha tenido como objetivo celebrar los diecinueve años de Yoko, a quien los dioses pusieron en mi camino. Cuando a comienzos de año la vi nadando vestida en la piscina, no imaginé ni habría estimado posible que a sólo cinco meses estaríamos celebrando su cumpleaños en mi departamento, y menos esperando un hijo. Pero como de su cumpleaños se trata, tenía que tenerle un regalo y ese regalo para alguien muy especial debía ser también algo muy especial.
Mi regalo es una promesa de matrimonio, que deberemos formalizar tan pronto como sea posible.

La sorpresa y la emoción provocaron en Gioconda una reacción de llanto y de risa que terminó por expresarse en un abrazo interminable, mientras giraban como si bailasen un vals al compás del aplauso de sus amigos. No fue tan fácil, sin embargo, cuando estuvieron solos, Gioconda le dijo que no quería casarse.
-¿Cómo que no?, ¿no vamos a vivir juntos acaso?
-Sí, pero casándonos te estás comprometiendo para siempre.
-...¿es que tú no?
-Por favor, no te molestes. No quiero discutir eso contigo.
-¿Que no quieres discutir conmigo... la decisión más importante que jamás haya tomado? ¡Esto sí que es curioso!
-Es por ti, Tito, no por mí. Hace pocos meses que nos conocemos y te quieres comprometer para toda la vida. Estoy de acuerdo en que vivamos juntos como pareja, pero dejemos el matrimonio para más adelante, cuando el tiempo nos aconseje que es oportuno.
-Yo no necesito consejos del tiempo ni de nadie para mis decisiones y menos cuando se trata de mis sentimientos. Ahora, si eres tú quien no está segura...
-Tito, por favor, otra vez. Me duele que todavía tengas dudas de mí; te digo que pienso en ti cuando creo que aún no debemos casarnos.
-Mira, te lo diré con todas sus letras: además de pensar en nosotros como pareja, estoy pensando en nuestro hijo y por ningún motivo permitiré que nazca como hijo natural, sin sus derechos como corresponde.

En una sencilla ceremonia del Registro Civil quedó estampado el compromiso de ambos para respetarse y socorrerse mutuamente, bajo el testimonio de sus amigos y el consentimiento de sus padres. De acuerdo con Héctor y sus compañeros, Gioconda se fue a vivir con ellos el último mes de su embarazo. Allí, una madrugada, percibió el comienzo de las contracciones que iniciaban el trabajo de parto.
Toleró silenciosamente durante dos horas hasta que el temor a que el niño fuese a nacer de un momento a otro la hizo despertar a Héctor, quien al enterarse de lo que ocurría se levantó precipitadamente, despertando de paso a sus dos amigos.
-Vamos, levántate. Te llevaremos al hospital.
-Espera. Tenernos que preparar las cosas, la camisa, la toalla de papel, mis artículos de aseo, en fin; aquí tengo la lista.
Gioconda no pudo continuar. Una nueva contracción la hizo gemir de dolor, aumentando la preocupación de los demás.
-¡Jorge! anda a la esquina y llama al hospital para que manden la ambulancia de inmediato! ... ¡Apúrate!
-¡No, todavía no! Me dijeron que esperara que viniesen tres contracciones en diez minutos... y éstas son más espaciadas.
-Entonces pon hervir agua.
Jorge, que siempre era el más sereno, obedeció con aparente calma. No pasaron más de tres minutos cuando nuevamente un gemido de Gioconda acusó la siguiente contracción.
-¿Qué pasa que todavía no llamas a la ambulancia?
-Pero si me dijiste que pusiese a hervir agua.
-¡Anda, corre! ... ¿qué esperas?, ¿que nazca aquí?.
Jorge voló hacia el teléfono público de la esquina. De ahí en adelante los minutos comenzaron a correr como si fueran horas o días. En espera de la ambulancia, Gioconda pasaba de una contracción a otra, conteniendo dificultosamente el dolor con respiraciones agitadas y los ejercicios de relajación que le habían enseñado.
-¿Qué hago con el agua que está hirviendo?
-No sé.
-¿Para qué la hicimos hervir entonces?
-¡Qué sé yo! En las películas siempre hierven agua.
-¿Preparo unos cafés?
-¡Bueno, hombre! ¡Haz lo que quieras!
Oir la llegada de la ambulancia fue el desahogo esperado. La seguridad con que procedian los paramédicos y la tranquilidad con que afrontaban la situación fueron suficientes para encomendarles a Gioconda, con la confianza de entregarla en buenas manos. El parto transcurrió sin problemas, y los tres muchachos abandonaron la Maternidad del Hospital de Viña del Mar, sabiendo que Gioconda era madre de un varón de tres kilos y seiscientos gramos.

Donde Vuelan Los Cóndores- Eduardo Bastías Guzman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora