LAS AVES SON VULNERABLES CUANDO NO VUELAN.

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Gioconda no habría podido precisar si su pérdida de apetito se debía a una razón involuntaria o a su propia reacción a la drástica sentencia. Tampoco era algo que le importase. Lo cierto es que llevaba tres días sin probar comida. En un comienzo le fue imposible creer que fuese ella quien escuchaba su diagnóstico.

En su estado de indescriptible desazón fue Carmen Julia, la matrona, la única a quien hablaba más allá de palabras aisladas.
-No, no puede ser. Ese examen no es mío.
El silencio fue la respuesta más dura de esperar.
-Es que es imposible; ¿de dónde?... si yo no. No, tiene que ser un error.
Nuevamente no obtuvo respuesta, sino una mano que tomó la suya y la apretó con la fuerza del más intenso sentimiento. Se produjo un silencio en que sólo los ojos acuosos y el ceño adolorido fueron la comunicación entre ella y la matrona. Entonces, sin poder expresar otra palabra, Gioconda liberó el llanto una vez más. Carmen Julia tampoco se pudo controlar, acompañándola con sus propias lágrimas. Así permanecieron muchos minutos.

Gioconda alternaba su mirada en un punto distante buscando una respuesta y luego en los ojos de su única acompañante, enrojecidos como los suyos por el llanto.
La mano de la matrona no dejaba de acariciar la cara y el cabello de la muchacha con el cariño que, se supone, sólo las madres son capaces de transmitir.
-Dígame, ¿qué está pasando?... ¿cómo pudo ser? ... ¡dígame que no es verdad!
-Tesoro, sólo puedo decirte lo que yo sé. Más tarde vendrá la doctora Barrientos que podrá explicarte más cosas. Ahora relájate. Vamos, toma esta tableta y trata de dormir un poco. Ten calma y tranquilidad para lo que venga por delante; quizás no sea tan terrible o algo distinto. No pierdas la fe en ti misma y en la vida, porque eres muy joven y los jóvenes tienen más fuerza que nadie. Ahora descansa y luego trata de comer... algo que sea.

Más tarde Gioconda agradecería que hubiese sido Carmen Julia, la matrona supervisora, quien hubiese estado a su lado en ese momento. Ésta profesional, que había ayudado a tantas madres a traer sus hijos a la vida y cuyas cualidades en una personalidad firme, voluntariosa y de fuertes principios humanistas, la habían llevado a la jefatura de sus colegas, había sido casualmente la persona indicada para vivir tan dura experiencia. La primera de este tipo en su carrera.
La otra persona que vino a acompañar en esos momentos a Gioconda también fue un designio afortunado. La doctora Barrientos era una excepción en su especialidad. La Infectología, una rama nueva de la Medicina Interna, estaba preferentemente ejercida por médicos hombres, pero como todas las especialidades médicas, poco a poco estaba cediendo terreno a las mujeres, cada vez más numerosas en esta profesión.

Cecilia Barrientos había recibido su título de médico cirujano hacía sólo cinco años y en su destacada formación en Medicina Interna acumulo los méritos para obtener la especialización en Infectología con la intención de hacerse cargo del programa de control del Sida en el Servicio de Salud de Viña del Mar. Fue una vocación que la llevó a preocuparse de las víctimas de esta epidemia aún antes de especializarse. Se ofreció voluntariamente para atender en el consultorio a todos los portadores y afectados por el VIH, el mortal virus de la inmunodeficiencia humana, cuando la natural reacción de la mayoría de los médicos era desentenderse de esa responsabilidad. Su labor fue tan efectiva, que al término de su formación de internista su presencia y continuidad fueron tan necesarias que despertaron en las autoridades el interés en crearle un cargo en el Servicio para continuar su labor y su especialización en esta disciplina. Esta mujer, inteligente y delicada, tuvo la misión de incorporar a Gioconda en el programa del Sida del Servicio de Salud.
Tres días sin probar alimento y llorar gran parte del tiempo fue la reacción de Gioconda, junto al estupor y la incredulidad. La doctora Barrientos la encontró acostada en su cama de aislamiento, con la cabeza apoyada sobre un brazo y la mirada perdida en algún lugar.
-Buenos días, Gioconda, soy la doctora Barrientos.
-Buenos días, doctora.
-Eres más joven de lo que pensaba.
La muchacha no reaccionó al comentario y se limitó a mirarla.
-¿Cuántos días llevas desde que te operaron?
-Una semana.Creo.
-¿Y cómo te sientes?
-¿De qué?
-En general.
La muchacha calló y volvió a mirar hacia el muro.
-Me imagino cómo estás y por eso quiero aclararte muchas cosas. Después te sentirás mejor.
Gioconda mantuvo su silencio y la doctora, ignorando esa indiferencia, siguió su charla con tono suave y convincente.
-Como sabes, hay un examen que te salió alterado y tendremos que confirmarlo.
La muchacha volvió lentamente su cabeza hacia la doctora, con algún interés.
-Tu examen de Elisa salió positivo para Sida; pero este examen no es del todo seguro. Hay que esperar la confirmación y eso demora porque se hace en Santiago. ¿Tú sabes lo que es el Elisa?
-Creo que sí... es el examen para el Sida.
-Bueno, no es exactamente eso. Mira, Elisa es un método de laboratorio con el que se pueden hacer muchos exámenes y el Sida es uno de ellos. En todo caso este examen es muy sensible y por eso puede haber resultados equivocados, que llamamos "falsos positivos". ¿Me entiendes? Sirve para buscar el Sida sin que se escape nadie, pero desgraciadamente puede, al revés, parecer positivo en algunas personas que no están enfermas. Es muy sensible, pero no muy específico. Eso quiere decir que cuando encontramos resultados de Elisa para el Sida tenemos que hacer otro examen, más preciso, para confirmarlo. Hemos tenido casos en que no se ha comprobado; por lo tanto, todavía no sabemos si realmente tienes el virus o eres un "falso positivo".
-y usted, ¿cree que puedo ser un "falso positivo"?
-Mira, nadie lo sabe. Por eso no quiero crearte ilusiones, sino advertirte sobre esa posibilidad.
-Pero, doctora, ¿qué probabilidades hay de que sea un "falso positivo"?
-Las probabilidades no corren en los casos individuales. Es posible que sí y es posible que no.
-¿Cómo puede decirme que quizás sí o quizás no? Es demasiado terrible. Yo quiero saber qué pasa conmigo, no me interesa otra cosa.
-Bueno, para eso he venido, para que juntas intentemos llegar a saber lo que verdaderamente te está pasando y lo primero que sabemos es que todavía el diagnóstico no está confirmado. Por eso necesitas estar más tranquila y ayudarme como yo voy a ayudarte a ti, ¿de acuerdo?

Gioconda aceptó con otro silencio, pero con una nueva actitud de interés.
-Te voy a tener que hacer algunas preguntas y debes estar preparada para contestarlas todas, en forma franca y con esa fuerza que yo sé que tú tienes, ¿ya ... ¿Te habían operado antes de algo?
-No.
-¿Habías recibido alguna transfusión de sangre?
-No.
-¿En qué partes has vivido? ¿Sólo en Chile, o has estado en el extranjero? -No. No he salido nunca de Chile. Nací y viví siempre en Iquique. El año pasado estuve en el sur y desde marzo vivo en Valparaíso.
-¿Qué enfermedades has tenido hasta ahora?
-Ninguna, que yo sepa... las normales. Las que tiene todo el mundo.
-Eres casada, ¿verdad?, ¿cuánto tiempo?
-Hace muy poco, en septiembre.
-¿Cuánto tiempo conoces a tu esposo?
-Desde marzo.
-¿Tus relaciones con él las consideras normales?
-Por supuesto... ¿a qué se refiere?
-A nada especial. Sólo si a ti te parecen normales.
-Sí.
-¿Has mantenido relaciones con otras personas?
-¿Relaciones... intimas?
-Sí. Relaciones sexuales.
-No.
-¿Y antes de casarte?
Gioconda estaba temiendo esa pregunta. Desde que supo que e podría tener Sida, el recuerdo de su breve aventura del sur retornaba repetidamente con sensación de angustia. Volvió a sorprenderse de haber sido ella quien convivió con un desconocido durante diez días. ¿Y si hubiese sido él quien le transmitió el Sida? Después de una pausa, casi imperceptible respondió:
-Tampoco.
La doctora aceptó la respuesta con naturalidad y se despidió diciéndole:
-Bueno, chiquilla. Eso es todo por ahora, espero que estés más tranquila. Están pendientes otros exámenes y sólo entonces tendremos todo claro. Ahora relájate y no pienses en esto. Piensa en tu hijo, que según tengo entendido es un niño muy sano y precioso; él te necesita con toda tu energía, co tu voluntad de vivir y todas las ventajas de tu juventud.
A Gioconda volvieron a llenársele los ojos de lágrimas, pero esta vez esbozó una sonrisa. Los azules ojos de la doctora se humedecieron en el instante en que se volvió para despedirse.

Donde Vuelan Los Cóndores- Eduardo Bastías Guzman.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora