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Esme volvió al día siguiente y su destino fue el mismo que el anterior. Este mismo ciclo se repitió una y otra y otra vez. Me irritaba la forma en la que volvía a la vida y me miraba como si fuera su primera vez entrando a mi cabaña, en sentarse en el sillón, en clavar sus ojos plateados en lo mas profundo de mi alma. Comencé a odiarla.

– Esme, cariño – la mire mientras me hacía un sándwich, alcé las manos – ¿puedo llamarte Esme, cierto? Creo que ya tenemos ese tipo de confianza tu y yo. Después de todo... ¿cuántas veces te he matado?

– Cuarenta y seis veces – responde como si nada.

Chasqueo mis dedos y la señalo – Exacto. En fin, Esme, dime algo... ¿acaso disfrutas el morir?

Ella me mira confundida.

– Porque, no se si les enseñan esto en la academia pero tu experimentas la muerte cada vez que entras a la Bola y falleces en ella... ¿lo sabias?

– Lo sabía – dice asintiendo – Aun así, la persona que estas viendo ahora es solo una proyección de mi consciencia. Mi persona real esta afuera, en un trance, estoy a salvo de cualquier peligro.

Suspiro – Pero la experiencia de morir siempre es la misma, cariño – me acerco a ella – dime una cosa, ¿cómo te sentiste cuando despertaste la primera vez que moriste?

Veo como sus ojos se desvían de los míos y se posan en un punto en el vacío, una tenue niebla de miedo los nubla y me hace estremecer.

– Nada bien – responde en voz baja.

Sonrío satisfecho – Exacto. Entonces, ¿por qué siempre vuelves?

– Porque es mi trabajo.

Niego – No tiene que serlo. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Me mira – Soy la encargada de tu vida. Mi abuela me heredo este puesto, no pienso defraudarla.

Vuelvo a suspirar, frunzo el ceño y me masajeo el puente de la nariz, escuchar mencionar a esa mujer me pone muy de malas.

– Sabes que, solo por eso, tu muerte de hoy sera la peor, ¿cierto?

Esme cierra los ojos suavemente, como si estuviera aceptando su destino, y asiente.

Chasqueo la lengua. Me siento a su lado y la miro.

– Te dejare hacerme solo una de las cincuenta preguntas que tienes ahí – hago ademan a su chaqueta, donde se que esconde una lista – luego te mataré.

Odio esos brillitos esperanzados que veo en sus ojos, me dan nauseas. Pero tal vez, si respondo algo, me darán un día libre mañana.

Saca la lista que tiene en el bolsillo interior de su traje y selecciona la primer pregunta (obviamente).

– ¿Cómo ha estado?

Un tic nervioso ataca mi ceja derecha. Alzo una mano hacia su cara y la suspendo frente a ella sin tocarla, comienzo a cerrarla lentamente mientras su cabeza se exprime como un limón, sus jugos y semillas se escapan por los orificios y vuelven a ensuciar mi sillón.

– He estado bastante molesto – respondo cuando su cuerpo sin cabeza cae inerte sobre los cojines del respaldo y desaparece en el espacio.

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Al día siguiente, Esme no vino. Disfruté de mi día libre.

Pero luego, al otro día, el mundo volvió a sacudirse y ella estaba ahí en mi puerta.

– Buenos días – me saluda.

– ¿Qué tiene de buenos? – digo de mala gana mientras me hago a un lado para dejarla pasar.

No me gusta estar con Esme. Es aburrida, yo hago la mayor parte de la charla, ella solo se queda ahí sin hacer nada. Matarla ya perdió el sentido, no grita ni gime cuando lo hago, no importa cuan lenta y dolorosa sea su muerte. Deben haberla entrenado muy bien.

Pero ese día, sus ojos grises estaban algo distintos, no estaban del todo apacibles como siempre. Había algo parecido al estrés en ellos.

– ¿Sucede algo, cariño? – pregunto mientras me siento a su lado como siempre.

Me mira – Lamentablemente no podre seguir comportándome de la misma forma que antes. – comienza – Si usted no coopera, tendré que recurrir a otros métodos.

Asiento – ¿Tuviste un día duro, eh? – digo mientras le doy un sorbo a mi café.

Su mirada es imponente ahora, habla en serio. Y mi cuerpo, ante la posible manifestación de una pelea, se estremece de adrenalina. Pero ella alza la mano, anticipándose a todo lo que estoy pensando.

– Y se que esto debe de gustarle, el poder darle una paliza al rostro de la mujer que lo metió aquí – me mira buscando algo inexistente en mis ojos, compasión – pero ahora esto, mi razón para estar aquí, es mucho mas importante que usted o yo.

– ¿Y que es eso?

– Dios ha muerto. Y sus hijos no pueden hacerlo. Pronto se convertirán en herejes, en especies sin reino, y el balance el mundo se destruirá... todos pereceremos si no hacemos algo.

Habló tan rápido que apenas pude comprender la primera frase... ¿Dios ha muerto?

– ¿Cómo es eso posible? Dios no puede morir... ¿o si?

Ella asiente – Puede hacerlo si toma la forma de sus hijos. Si se vuelve un ser etéreo... – baja la cabeza – se convierte en mortal.

– ¿Y por qué mierda hizo eso?

Niega con la cabeza – No sabemos. Pero si sabemos que fue asesinado, encontramos su cuerpo en el reino de sus hijos.

Maldigo. Mis pensamientos vagan inevitablemente hacia ella.

– Sabemos que usted tiene a alguien que aprecia viviendo allí. – la mire de reojo y eso le dio un escalofrió, debo de estar dejándome llevar de nuevo; pero prosigue – También estamos al tanto de su estado, ella esta bien. A salvo.

Intento de que el alivio no se muestre en mi rostro. Lo desvío por si acaso.

– ¿Qué quieren que haga? – pregunto sin mirarla – ¿Vengar a Dios?

– No. Queremos que se convierta en el.

COUNTDOWNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora