I

992 27 14
                                    

Sentía las asquerosas manos de mis supuestos nakama sobre mí. Escuchaba los gritos desesperados de mi amado, sabía que estaba luchando tanto como podía por llegar hasta mí. Pero era evidente que aquellos en quienes más confiábamos nos habían traicionado. Me había entregado voluntariamente, pero no dejaba de ser triste, insoportable, agobiante. Todo por el bien de Arata. Porque lo amaba. Cerré mis ojos y quise aguantarlo, quise quedarme callada y no emitir queja alguna, tal vez si cerraba mis ojos todo pasaría más rápido.

Pero aquello no funcionó. Fue imposible no sentir sus uñas enterrarse en mis brazos y piernas, la cera caliente sobre mi vientre, sus dientes mordiendo mi piel y haciéndola sangrar, mi cabello ser arrancado de mi cuero cabelludo por cada tirón salvaje... me usaron, me torturaron hasta la muerte. Y a pesar de cerrar mis ojos me mantuve despierta en todo momento, aguantando todo, porque pensé que si me quedaba inconsciente despertaría para verlo muerto. Fui ultrajada sin compasión hasta el punto en el que mi cuerpo sucumbió, no podía moverme más

Y aún así no me dejé llevar, no aún.

No hasta que no escuché a Arata desatarse y correr. Lo vi apresurarse a un lugar específico del barco, sabía a dónde iba. Él iba a la cabina del capitán. Sabía lo que iba a buscar. Así que confié, me dejé llevar por la oscuridad. Alcancé a ver a mi esposo salir y escuché gritos que más tarde se callaron, vi a todos los hombres a mi alrededor convertirse en criaturas extrañas que en aquel momento no identifiqué, y entonces sí me quedé inconsciente.

Desperté, débilmente, un tiempo después. No sabía cuánto había pasado, pero a juzgar por mi estado sabía que no había sido demasiado, me di cuenta enseguida que estaba en los brazos de Arata. Arata lloraba y buscaba la forma de usar su nuevo poder para salvarme, pero no se le ocurría nada. Me encontraba fuera de mis sentidos, todo alrededor se veía lejano y borroso, el corazón latía cada vez más lento. Supe que moriría. Así que lo detuve.

—Mi amor... Ya no hay nada que hacer. Déjalo, Arata.

—No, Isabela. Voy a salvarte, por favor no hables. No te preocupes, vas a estar bien.

—A-arata... No resistiré más. Escapa, vive, mi cielo. Gracias por todo lo que has hecho por mí, por salvarme ese día. Me alegra haberte conocido y poder convertirme en tu esposa. Te amo, Arata.

—Isabela... Te amo... No puedes dejarme...

—No te dejaré. Mi alma siempre estará contigo. Espérame, mi amor. Te buscaré en Abril...

—Justo cuando la primavera te llevó hacia mí —dijo él junto a mí, lo que me hizo sentir aliviada.

Sentí un último beso en mis labios y entonces me dejé llevar.

Todo se volvió oscuridad.

Frío, tenebroso, oscuro. Logré distinguir débilmente lo que sucedía a mi alrededor. Mi cuerpo estaba debajo, entre los brazos de mi esposo que lloraba desconsolado. Y fue entonces que me dí cuenta de lo que había pasado con los demás y me sentí horrorizada. Sus cuerpos yacían desperdigados por todos lados, llenos de cortes, la sangre invadía la cubierta y caía por los drenajes hasta el mar. Arata gritaba, negándose a aceptar la triste realidad de que había partido.

Pude ver un lazo rojo que me llevaba hasta él, un lazo resquebrajado y opaco, lazo que parecía que iba a quebrarse en aquel momento.

Y entonces lo vi alzar la mirada y quedarse mirando a la nada, como pensando en algo.

Y escuché sus palabras.

—Ese conjuro... Tamenis tobida arata nefris parine cofulis... Tamenis tobida arata nefris parine cofulis... Tamenis tobida arata nefris parine cofulis...Tamenis tobida arata nefris parine cofulis... ¡Tamenis tobida arata nefris parine cofulis!

Oscuro y TormentosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora