12 | Lo único que deseo

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Capítulo 12 | Lo único que deseo

Hailey

La primavera pasada me compré un vestido precioso de color champán que nunca llegué a usar. Es de raso, entallado a la cintura y con escote de barco bajo. La falda es suelta y larga, y tiene una abertura lateral que yo adoro en este tipo de prendas porque hace que sea más fácil posar para las fotos. Me lo compré sin un motivo concreto, solo porque era bonito, y por fin ha llegado la hora de utilizarlo.

Lo acompaño con unas sandalias de tacón, un bolso pequeño de color crema y unos pendientes largos con fleco. También me plancho el pelo y me maquillo un poco, a conciencia, sin sobrecargar el look.

Si no les gusto a los padres de Tate, por fea no será, y por falta de estilo tampoco.

Bajo las escaleras y me dirijo hacia el salón, donde mis padres y mi hermano pequeño se encuentran viendo una película. Mi madre la pausa en cuanto entro. Le brillan los ojos; es la única persona que me adora más que yo a mí misma y siempre se encarga de demostrarlo.

—Ay, cariño, ¡estás preciosa! —exclama. Mi padre asiente con la cabeza, dándole la razón.

—Gracias, gracias. —Hago una reverencia.

Cody me echa un vistazo rápido, sin mucho interés, y se queja de que hayan parado la película.

—Yo he venido a ver Guerra Mundial Z, no un desfile de moda —dice, y yo pongo los ojos en blanco.

—Pero si ya la has visto unas diez veces.

—Sí. Y a ti te tengo aún más vista. Anda, aparta, que no me dejas ver la pantalla. —Hace un gesto con las manos para echarme de allí. Le hago caso solo porque, justo entonces, suena el timbre de casa.

Spyro, que estaba tumbado en el sofá, al lado de mi padre, sale disparado hacia la entrada y comienza a ladrar.

Spyro, compórtate —le ordeno justo antes de abrir la puerta, pero no me hace ni caso; en cuanto ve a Tate, se lanza a saludarle. A su manera, claro, que es empinándose sobre él, ladrando y moviendo la cola frenéticamente. Lo cual es terrible porque Tate lleva puesto un traje negro de aspecto reluciente y mi perro está a punto de llenárselo de pelos—. Ya podrías haberle saludado así el otro día en vez de hoy. Quedaste como un borde y hoy estás quedando como un pesado, que lo sepas.

Tate, que se ha agachado para acariciarle —completamente ajeno a la cantidad de pelo que puede soltar mi beagle solo con ponerse de pie—, se ríe y dice:

—No le hagas caso. —Le habla a Spyro, no a mí—. Las dos veces me has parecido adorable.

Me cruzo de brazos, tratando de reprimir una sonrisa. Lo realmente adorable de la situación es verle a él acariciando a Spyro.

—¿Has venido hasta aquí a alabar a mi perro? —Finjo sentirme ofendida.

Tate alza un poco la cabeza para mirarme y enarca una ceja, divertido.

—¿Estás celosa porque no te he alabado a ti? Creo que sabes de sobra lo despampanante que estás y lo bien que te queda ese vestido, ¿me equivoco? —Entrecierra un poco sus ojos a la vez que su sonrisa se ensancha, dejando a la vista sus preciosos hoyuelos.

—No. —Sonrío también y juego un poco con la tela de la falda—. No te equivocas. Pero me gusta oírtelo decir.

Suelta una carcajada suave y se pone de pie. Entonces me sujeta la barbilla con la mano, obligándome a mirarle.

—Eres una presumida. —Chasquea la lengua tres veces en señal de desaprobación.

—Oh, vamos, sabes que te encanta que lo sea. —Ladeo un poco la cabeza, todo lo que me permite su agarre, y parpadeo un par de veces de forma coqueta.

Juego de seducción © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora