27| El perdón se gana, no se exige

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Capítulo 27 | El perdón se gana, no se exige

Tate

En cuanto le digo que aún no ha ganado nada y me aparto un poco, Hailey me ofrece una mirada llena de indignación.

—¿Perdón? Claro que te he ganado —dice muy segura de sus palabras—. Gané en el momento en el que admitiste en voz alta que me pertenecías.

Sonrío porque esa era la reacción que esperaba de ella. Es tan vanidosa que me hace querer jugar con ella hasta llevarla al límite. Nada me atrae tanto como la idea de bajarla del altar en el que vive y hacer que se arrodille frente a mí. De saber que me desea lo suficiente como para abandonar su orgullo, admitir que le he ganado en su propio juego y suplicar.

—Dije que era tuyo, no que hubieras ganado. Eso lo decidiste tú sola. —Hailey retrocede cuando doy dos pasos hacia delante, y su espalda encuentra la pared. Le suelto la mano para agarrarle la muñeca y la presiono justo al lado de su hombro—. Tu cuerpo admitió que me pertenecías mucho antes de que yo dijera nada.

Separo sus piernas con el pie lo suficiente como para hacerle espacio entre ellas a mi rodilla.

Al acariciarle la cintura por debajo de la tela de su pijama, Hailey se estremece y yo sonrío, porque sé lo mucho que debe frustrarle que sus reacciones me estén dando la razón.

Le levanto la barbilla con dos dedos.

—Es una pena que los marcadores permanentes no duren tanto en la piel. Si las tres letras que escribí en tu muslo la primera vez que me pediste que te follara siguieran ahí, no podrías negar que siempre has sido mía.

Traga saliva al recordarlo y sus mejillas adquieren un adorable tono rojizo. Los sonrojos de Hailey rara vez provienen de la vergüenza; se deben, en su mayoría, al deseo.

Me mira los labios.

—Ya no estás enfadado, ¿verdad?

Ignoro el hecho de que ha cambiado de tema deliberadamente. No hace falta que me diga que tengo razón todavía. Ya lo hará en el momento adecuado.

—Oh, sigo enfadado, créeme. —Pongo una mano en el costado de su cuello y le beso el inicio del hombro. Noto en los dedos cómo el pulso se le acelera—. ¿Por qué no iba a estarlo? —murmuro contra su piel erizada y expuesta—. No has hecho nada para ganarte mi perdón.

—Te he dicho que lo sentía. —Le tiembla un poco la voz—. Y sabes que eso no es algo que yo admita a la ligera.

—No me parece suficiente.

Hundo los dedos en su cintura, aumentando la firmeza de mi agarre y manteniendo a Hailey bien pegada a la pared.

Acaricio su cuello con la nariz y le beso la mandíbula.

—¿Y qué es lo quieres, exactamente? ¿Qué es lo que tengo que hacer?

—Lo que quiero es follarte tan duro que tu cuerpo recuerde al día siguiente lo que pasa cuando me cabreas —susurro cerca de su oreja, y me pego un poco más a ella, de manera que mi pierna presiona su centro y mi erección le aprieta el muslo—. Y lo que tú tienes que hacer, Hailey, es obedecer.

—Vale. —Traga saliva—. Eso puedo hacerlo.

—Muy bien. —La suelto y me aparto. Hailey me mira intrigada y expectante, como si se muriera de ganas por saber lo que voy a hacer con ella—. Quítate el pijama y ponte otra cosa.

—¿No prefieres que me lo quite sin más?

—Sí, lo prefiero. —Si por mí fuera, vaciaría todo su armario para que no le quede más remedio que pasar las veinticuatro horas del día desnuda—. Pero no creo que tú quieras salir de casa sin ropa.

Juego de seducción © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora