Estadía con los Dupain-Cheng

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Toc, toc. Los golpes en la trampilla hicieron que Bloom y Sky volvieran a la realidad y vieron como Marinette asomó la cabeza al no recibir respuesta.

– L...lo siento por interrumpir, pero no respondían y me preocupé –explicó entrando con Kiko en brazos.

– No tienes que disculparte, Mari, después de todo somos nosotros los que invadimos tu privacidad –se disculpó Bloom con vergüenza, mientras el conejo saltaba a su regazo.

– No es nada, Bloom, ya te lo dije –sonrió la chica–. Pero me gustaría saber si el rubio aquí presente ya se disculpó como debería –su rostro se volvió serio al mirar al príncipe.

– Lo hice/Lo hizo –dijeron ambos al unísono y se miraron sonrientes. La peli-azul sonrió a la par al darse cuenta que ambos parecían estar en buenos términos.

– Marinette –el rubio llamó su atención–. Tengo que disculparme contigo también, el día que nos conocimos me comporté como un patán, lo lamento.

– No te preocupes, Sky, todo está bien –asintió la chica–. Y si no les molesta, ¿podría saber por qué pelearon? –apenas soltó la pregunta, se sonrojó hasta los oídos.

– Fue mi culpa, estaba de mal humor y más cuando pensamos que las Winx escondían algo, y me desquité con Bloom –explicó el especialista apenado.

– Espera, fue por... –empezó Marinette, pero fue interrumpida por Bloom.

– No te preocupes Mari, ya está arreglado –sentenció.

– Me alegra escuchar eso –sonrió la parisina–. Ahora, ¿les parece si vamos a cenar? Mis padres prepararon croissants con chocolate.

– ¡Me encantaría! –afirmó Bloom.

– Nunca negaría a la comida –dijo Sky sacándoles sonrisas.

– Pero primero llamaré a Stella para avisar que estás aquí –informó la princesa a su contrario.

– ¡Gracias Bloom!

Cuando bajaron, Tom y Sabine ya se encontraban sirviendo la mesa y el delicioso olor provocó que él estómago de los chicos rugiera. Bloom y Sky se sentaron a la mesa con recelo, pero la sonrisa de los señores Dupain les tranquilizó.

– Lamentamos mucho esta intromisión... –comenzó la pelirroja mientras el rubio asentía, pero fue interrumpida.

– No es nada queridos, ¿verdad, Tom? –habló Sabine viendo a su marido.

– Claro que no. Cualquier amigo de nuestra Marinette es bienvenido –afirmó el robusto hombre alzando los pulgares.

– Muchas gracias –agradeció el príncipe de Eraklyon por ambos.

– No es nada, pero por favor sírvanse –la señora les señaló los alimentos y los jóvenes no dudaron en comer.

Aunque ambos hubieran crecido en un palacio y estaban acostumbrados a manjares preparados por los mejores chefs de la dimensión mágica, los extranjeros no podían negar que los Dupain cocinaban de maravilla. Sky devoró dos croissants con rapidez antes de recordar respirar, a su lado, Bloom reía suavemente. Al ser consciente de que todos lo miraban con diversión recordó sus lecciones de etiqueta y recuperó la compostura.

– Y ¿Qué tal van con la panadería? –soltó el rubio la primera pregunta que se le ocurrió, pues recordó que siempre se debe conversar con los anfitriones.

Milagro MágicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora