Capítulo 2.

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CRIANZA

Clover decretó que la criaría como si fuese su propia hija, pese a no saber mucho de paternidad, se apoyaría de sus mucamas y su ama de llaves, Imelda. Ella había sido madre de un joven apuesto y de buenos modales, pero que rápidamente caería en malos pasos en su adultez temprana, resultando en una muerte trágica, un asesinato; se comprendía que debía más dinero del que podía pagar a tipos de mala reputación dentro de la capital.

Esto destrozó a su madre, quien se entregó por completo a su trabajo en la mansión del hechicero luego del deceso de su amado hijo. Blakewood estaba al tanto de esto, había ocurrido hace 10 años o quizá más, así que era lógico que ella supiera como cuidar un bebé.

Y fue así como, con la ayuda de Imelda, la pequeña Victoria fue creciendo, actuando como una señorita refinada y educada, aprendió a comportarse en sociedad y a ser obediente a las órdenes de quien decía ser su padre, ella lo consideraba así, siempre había sido él y solo él quien la había cuidado, además de llevar su apellido, no necesitaba más pruebas que esas. Respecto a Imelda, ella representó su figura materna, pero la veía más como una cariñosa abuela, no tenía el gran peso que conlleva ser una madre en su espalda; la mujer estaba muy agradecida con ese hecho, y con mucha razón, ya que de no ser así, la nostalgia la hubiera invadido en innumerables ocasiones.

El tiempo pasó y nunca más se supo de la familia de la bebé con alas, pero se hablaba de la preciosa hija del hechicero Clover, Victoria Blakewood, una joven sumamente hermosa y de dotes impresionantes para la magia, una prodigio tal como su padre; sin duda una futura promesa para la Orden de las Tres Ramas, la más grande asociación de brujas y magos en alianza con la realeza de la capital.

Se preguntarán ¿qué sucedió con sus alas?

Pues nada es imposible para un hechicero, ¿cierto?, verán.

Durante los primeros años de la vida de Victoria, ella no fue conocida por nadie, Clover la mantuvo en secreto con el fin de estudiar y aprender más sobre las alas de la niña, fue así cómo, aparte de analizar, comprender y representar gráficamente la anatomía de estas, logró concretar y enseñarle a su hija un hechizo que ocultaría sus alas temporalmente.

Sin embargo, al ser una parte de su cuerpo, no podía simplemente desaparecer sin más, debía destinar algún lugar o extremidad que recibiría la energía de sus alas; entonces, después de varios intentos fallidos, logró que el hechizo transfiriera la energía de sus alas a su castaño cabello, este crecía tanto que, pasaba de rozar sus hombros a arrastrarse por el suelo. En el momento en el que el hechizo estuvo listo, ella también lo estaba para ser presentada a la sociedad, como hija de uno de los más importantes hechiceros de la capital; en ese entonces, Victoria acababa de cumplir cuatro años, y cuando sus alas celestes no estaban ocultas, eran casi tan grandes como ella misma.

Victoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora