Capitulo 4.

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EL GATO.

No negaremos el hecho de que Victoria en ocasiones se sentía sola, no tener una persona con quien hablar además de Imelda y su padre en ocasiones la deprimía, era innegable la gran soledad que inundaba la mansión, pues por órdenes mayores, ni siquiera las mucamas tenían permitido hablar con ella, su padre temía que chismorrearan con gente de la cuidad acerca de su hija.

Ella encontraba consuelo con los animales que su padre usaba para encantamientos, estos eran muchos y muy variados, ranas y sapos, insectos, conejos, cabras, entre muchos más. Aunque no duraban demasiado dentro de la mansión, pues terminaban siendo portadores de alguna maldición o sacrificados para llevar acabo un hechizo.

El único animal que su padre había conservado y que ella recordaba desde que era una niña era un gato llamado Cian, un viejo minino de pelaje negro y esponjado, con orbes color verde esmeralda. Había merodeado en los pasillos de la mansión desde que ella tenía tres años, siempre se posaba en la ventana que daba al jardín principal por las noches, mirando a la distancia, se tumbaba a tomar el sol junto al sillón café en la sala de la primera planta y se recostaba en el taburete cuando dormía la siesta. Le gustaba sentarse junto a ella, justo en la octava silla del comedor cuando Victoria almorzaba sola, y la acompañaba siempre que iba al despacho de su padre.

Aún con eso y todo, no recordaba ni una sola vez haberlo escuchado maullar, ronroneaba cuando se acurrucaba en sus piernas y gruñía si sentía enojo, pero jamás había maullado, nunca. Esto le parecía extraño, pero en la costumbre se pierde curiosidad, por lo que dejó de darle vueltas al asunto.

Victoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora