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Mel se bajó del auto en el estacionamiento y se acercó a la ventanilla para recibir su ticket. El sol era intenso y el calor abrazador, pero la vida la había hecho mujer y las faldas resultaban una bendición. Sentado en una mesa al exterior y con sombrilla, con un vaso extra de café mocca helado, Phil sorbía su té con hielo mirando hacia la avenida.

—Perdón por la hora, el tráfico esta terrible —comentó Mel secándose el sudor de la frente y colgándose los anteojos del escote—. ¡Gracias! —sonrió cuando Phil le acercó el café helado con una sonrisa— ¿Cómo lo sabías? Es mi preferido.

—Adiviné —se dignó a hablar cuando Mel tomó asiento.

—Que acertado —rió ella dando el primer sorbo a la bebida cremosa y achocolatada.

—No tardaste tanto, de todas formas —volvió a sonreírle Phil.

—No trates de ser bueno, sé que tardé media hora —carcajeó—. Gracias por invitarme, estaba aburriéndome muchísimo en casa. Mis trabajos están todos en secado.

—No te preocupes, de todas formas en mis francos en la mañana no hago nada interesante —la secundó—. ¿Qué te queda por hacer?

—¿De qué? —preguntó perdida.

—De la boda, ¿sabías que te vas a casar en dos semanas? —bromeó.

De repente, todos parecían estar muy ocupados. Julie y Maxine estaban trabajando como locas, mientras que April ya estaba en el hospital, puesto que por esos días daría a luz. Cada contracción les dolía más a los demás que a ella, quien se encargaba de torturarlos bajo el canto de “ahora yo no puedo moverme”.

El tiempo libre de Mel —había detenido el trabajo indefinidamente— se había extendido a más del que podía soportar. Phil había sido amable en acompañarla en los asuntos de la boda, como comprobar los souvenirs y que los pasajes de la luna de miel estuvieran en su lugar.

La culpa había invadido a la novia, puesto que el mejor amigo de Nick se comportaba como un caballero y un compañero bueno y leal, aún depuse de años de prejuicios de parte de Mel.

Nicholas, por su lado, trabajaba a sol y sombra bajo el pretexto de que no quería, que luego del despilfarro de dinero, les faltara nada.

Los días pasaban y Phil permanecía más tiempo en la casa de su mejor amigo que en la propia, mientras este trabajaba.

En las noches, cuando Nicholas volvía cansado, Mel se encontraba ya sola, esperándolo sin ningún vestigio de que Philip había pasado por allí. Hacía un esfuerzo por que su novio no notara la amistad que crecía entre ella y Phil. Sabía que saber aquello lo destrozaría y avivaría los celos que ella intentaba destruir a toda costa.

Esa mañana, Mel estaba particularmente tensa, puesto que era un día importante, por no decir el más importante.

Respiró profundo cuando la bocina del convertible rojo sonó estruendosamente fuera del edificio, y tomó la cartera y las llaves antes de salir.

—Hola, preciosa —sonrió detrás de los anteojos de sol.

—¿Cómo estás, Phil? —respondió el gesto al tiempo que cerraba la puerta del auto.

—Yo debería preguntar, ¿estás nerviosa? —preguntó levantando las cejas y deslizando un poco los lentes por la nariz para traspasarla con la mirada.

Un escalofrío recorrió la columna de Mel frente a aquellos ojos color miel y de apariencia tan dulce como peligrosa.

—Estoy más ansiosa que nerviosa —contestó fingiendo buscar algo en la cartera.

CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora