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—Amor, despierta o llegaremos tarde —canturreó Mel mientras se ponía las chatas perfectas para ese día soleado.

—Cinco minutos más —pidió y Mel se volteó a verlo boca abajo y en ropa interior sobre la cama deshecha.

—Nicholas —amenazó divertida—. Arriba, vamos.

—De acuerdo, de acuerdo —dijo aún sin moverse. Mel rió y saltó sobre él para zamarrearlo tanto como pudiera.

—¡Despierta! —gritó golpeándolo con una almohadón.

—¡Está bien, está  bien! Ya estoy despierto —se quejó acomodándose boca arriba—. ¿Planear la boda te volvió mala? —preguntó con una sonrisa acariciándole las piernas.

—Yo soy mala, es sólo que contigo actúo y me hago la buena.

—No consigues engañarme, yo ya sé que eres perversa —cuando sus manos encontraron la ropa interior debajo de la falda, Mel se paró de un salto.

—No, Nicholas. Levántate, tenemos cosas que hacer hoy —lo regañó y él rió estirándose en la cama.

Se sentó en el borde del colchón y, en un movimiento ágil, tomó la muñeca de su novia y tiró de ella hasta apresarla entre su cuerpo y las sábanas.

—No tienes que hacer nada hoy —susurró en su oído.

—Nick, tenemos que hacer las pruebas de pasteles.

—No, porque lo va a hacer la segunda mejor organizadora de bodas que pude conseguir, la primera quería seducirme —comentó con un gesto de desagrado.

—¡Pero nosotros tenemos que estar ahí!

—¡Claro que no! Para eso le pago. Para no tener que ir yo —sonrió.

—En ese caso —Nick no pudo evitar reír ante su expresión de superada—, iré a visitar a Maxine —logró escaparse de los brazos adormecidos de su novio para acomodarse la ropa.

—Excelente, en lugar de pasar tiempo de calidad conmigo en la cama, vas a visitar a mi hermana. Eso es halagador, gracias, Mel —volvió a estirarse en el medio de la cama con una media sonrisa.

—Bebe, sabes que te amo y te deseo todo el tiempo, pero también tengo que cuidar mi vida social. Además, tengo cosas de chicas que hablar —explicó atándose el cabello frente al espejo e intentando librar a su camisola de las arrugas que Nicholas le había hecho.

—De acuerdo, vete. Déjame sólo. Llamaré a alguna amiga también —al instante, el almohadón de la silla impactó con fuerza sobre el rostro de Nick.

—Tonto.

—Esperaba que tus celos se materializaran en venir a la cama —rió él, simplemente adoraba verla enfadada por estupideces como aquella.

—Pues estás equivocado. Si quieres, puedo llamarte a una acompañante mientras no estoy, así te entretienes —Mel odiaba esas bromas. Apenas podía soportar compartirlo con sus amigos, peor era pensar en que otra mujer lo tocase.

Las manos de su novio en su abdomen la tomaron por sorpresa, puesto que estaba demasiado ofuscada de sólo imaginar cosas que jamás sucederían.

—Llevo años siéndote fiel, no te enojes por una broma tonta —ella bufó, aunque por dentro se derretía.

—Sabes que esos chistes me ponen de mal humor.

—Y tú sabes que yo nunca jamás en la vida podría estar con alguien que no fueras tú. ¡Ni siquiera tengo amigas mujeres! No hablo más de lo necesario con ninguna desde los catorce —comenzó a besar el cuello cetrino de ella, mientras la camisola comenzaba a subir generando nuevas arrugas a la tela.

CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora