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—¡¿Qué se supone que tienes tú en la cabeza?! —gritó Nick tras un viaje silencioso en el auto en el que ella había ido al club.

Su respiración estaba agitada y sus mejillas rojas de furia. Mel, por su lado, había comenzado a llorar sabiendo lo que el viaje sepulcral avecinaba.

Él no paraba de moverse, de caminar de un lado al otro del departamento tirándose el cabello para atrás con la mano y sosteniendo la otra en la cadera.

—Perdón, amor, yo… —intentó articular Mel en medio del llanto y los hipidos.

—¡No, no! ¡No es así, Melissa! ¿¡Acaso te viste en el espejo!? Pareces una prostituta, y yo no le propuse matrimonio a una prostituta —sentenció asesinándola con la mirada y con el seño fruncido, poniendo fin a su caminata.

—Perdóname —rogó ella bañada en agua salda—. Te juro que no tenía esa intención —lloró sobre el abdomen de Nick, manchándole de maquillaje la remera blanca.

—¿Cómo… cómo se te ocurrió salir semidesnuda frente a…? —respiró con dificultad antes de separarse con brusquedad y patear con fuerza la mesita ratona, logrando dejarla volteada en algún lugar del living— ¿¡No notaste que te metías en un antro!? ¡UN ANTRO! Donde van las mujeres más grotescas e indecentes de la sociedad a mostrarse frente a viejos verdes por un par de billetes. ¿¡Acaso te volviste eso!?

El único sonido que rompía la quietud era la respiración acelerada de Nick y el sorber de la nariz de Mel, de tanto en tanto. Ella miraba el suelo avergonzada de si misma, sin poder creer lo que había hecho.

—¡Mis amigos te vieron semidesnuda! ¡La ciudad! ¿¡Explícame que se supone que estabas pensando, Mel!? ¡Explícame, porque no lo entiendo! —ella seguía sin poder mirarlo, con el pecho demasiado dolido por los espasmos del llanto como para juntar fuerzas— ¡Habla!

—Yo… yo lo siento —lloró sentada en el sillón levantando la mirada—. No quería hacerte esto… Yo sólo… Me pareció una buena idea —refregó su rostro en vano, puesto que nuevas lágrimas lo cubrieron en cuanto estuvo seco.

—Te vi la cara —murmuró con un dejo de tristeza—. La estabas pasando bien —una sonrisa de incredulidad decoró su acalorado rostro—. Ya no sé quien eres, Mel —concluyó con las manos en la cadera y la vista fija en el suelo.

—No… Nick, no hagas esto. Sé que estas enojado, pero… pero sigo siendo la misma, fue sólo un error —gimoteó poniéndose de pie y acercándose hasta él para sostener su rostro entre las manos.

—No es sólo esto… es esto, tu repentina amistad con Phil, lo alejada que estás de tus amigas… Eres… otra —con delicadeza, Nick tomó las manos esmaltadas de rojo y las quitó de sus mejillas.

—No… ¿Qué vas a hacer? No canceles la boda, Nick. De verdad te amo y lo lamento —murmuró mortificada.

—Emm… yo… me iré a pasar la noche en la casa de mamá… mañana veremos que pasa —dijo en tono tranquilo y grave, sin mirar más allá del parqué—. Necesito pensar, Mel.

Dejándola sola en medio del living, Nick entro a paso meticuloso en la habitación y salió al instante con una camiseta limpia y su bandolera de cuero. No la saludó, ni siquiera le pegó una última mirada, antes de abandonar el departamento y correr escaleras abajo para recostarse en el asiento del conductor antes de arrancar.

La puerta se había cerrado con suavidad, más el estruendo que sonó en el pecho de Mel alcanzó para debilitar sus piernas y dejarla desplomada en el suelo, llorando como si el mundo fuese a terminarse.

Lo había arruinado todo por una estúpida idea que por un segundo había creído divertidísima. Nick tenía razón. Ella no pertenecía a ese club… ella no era amiga de Phil y ella no olvidaba a sus amigas.

Con desgano se quitó las botas y caminó descalza hasta la ducha. Se sintió libre fuera del disfraz y se bañó quitando toda la pintura, el gel con brillo y el aceite que tenía puesto encima.

Salió enseguida del baño con un precioso aroma floral, femenino y delicado. Así le gustaba a Nick que ella fuera. Si lo tenía tan claro, ¿cómo justificaba lo que había hecho?

—Gracias por venir —articuló intentando una sonrisa ensayada y  entregándole un café helado con crema para llevar.

—No me tienes que agradecer —devolvió Max la sonrisa de forma tímida.

Con tranquilidad y en silencio, se acomodó sobre el banco de plaza, junto a su mejor amiga. La gente trotaba frente a ellas, mientras por sus gargantas bajaban sorbos de bebida fría y refrescante.

—Hace mucho que no nos vemos —soltó Mel, decidida por romper ese silencio glacial.

—Él está muy mal, Mel —comentó quedamente Maxine, jugando con el sorbete dentro del vaso—. Está enojado y triste. No fue… no fue placentero oírlo llorar en la noche, ¿sabes? —Mel tragó sus posibles palabras, puesto que no se veía en la facultad de pronunciarlas— Nick es fuerte, pero… fuiste demasiado lejos —nuevas lágrimas le hacían arder los ojos, mas se contuvo y perdió la vista en el edificio antiguo frente a ellas.

—Sabes que no haría nada para herirlo. Max, fue todo una confusión —se giró a observarla tras apretarle el brazo con firmeza—, un malentendido.

—Está perfecto, pero actuaste como lo hubiera hecho… no lo sé… la versión femenina de Phil —sacudió la cabeza antes de observarla con reprobación.

—Lo sé… y de verdad me arrepiento, pero Nick no quiere escucharme —se lamentó con recelo limpiando el borde de su vaso—. Lo llamé varias veces, pero se niega a contestarme.

—No esperes que el perdón te caiga del cielo. Lo estás torturando desde hace un mes, como poco.

—¿Sabes? Me caería bien un poco de apoyo y contención —espetó molesta Mel.

—Lo lamento. Eres mi mejor amiga, y te amo —admitió Max con tranquilidad—; pero hoy sólo puedo verte como la que le rompió el corazón a mi hermano.

—Tampoco fue para tanto —soltó irritada.

—Intenta ponerte en su lugar. Intenta darte cuenta de un golpe de que estás enamorada de una persona que no existe. Que te equivocaste durante once años y que no hay vuelta atrás, porque mi hermano te ama más que a si mismo —Mel volvió a bajar la cabeza. Sabía que tenía razón, pero no quería lidiar con las consecuencias—. Es algo duro de afrontar.

—Tienes razón… yo… me siento una estúpida. Eché todo a perder y… no puedo estar sin él —volvía a llorar.

Max suspiró y cambió el semblante para abrazar, ahora sí, a su amiga y dejarla mojarle el hombro.

—Ven, necesitas chocolate, a Billy Crystal y a Meg Ryan —sonrió reconfortando a una destrozada Mel.

Ésta se mordió el labio, deseando que la estuviera invitando a la casa que Max compartía con los padres y, por ese día, su hermano mayor. Se dejó guiar por su mejor amiga sin decir demasiado. Estaba segura de que Maxine no le daría el gusto, mas la casa de dos pisos se irguió ante ellas en un par de minutos.

El auto de Nick estaba estacionado fuera de la casa y una emoción de secundaria invadió a Mel de arriba abajo. Sentía que no lo había visto por unas largas vacaciones y que volvería a reencontrárselo con mariposas en el estómago, pero en el fondo sabía que no era ese el caso.

Entraron y Mel agradeció a Dios que los padres de Max y Nick trabajaran en las mañanas, pues no le daba la cara para mirarlos a los ojos. Estaba demasiado avergonzada.

Entró con sigilo y ruidos provenientes de la cocina hicieron que su corazón rebotara por su pecho a altísima velocidad. Sin embargo, Max siguió su camino por las escaleras y Mel no podía retenerla para cruzarse a Nick “por casualidad”. Subieron escalón a escalón y se instalaron en la habitación de la menor, quien se alejó por unos minutos por provisiones de calorías y un manojo de DVDs con romances imposibles y hermosos.

Las pisadas fuera de la habitación distraían a Melissa tanto como era posible, más aún si se encontraba sola. Escuchar su voz en una conversación fraternal no la ayudaba en su estado ansioso. Maxine estaba parada fuera del cuarto, probablemente con una mano en el picaporte, de seguro explicándole a su hermano qué demonios hacía ella en la misma casa. Nick no tardó en alejarse escaleras abajo y Mel no se sorprendió al escuchar el motor del auto del otro lado de la ventana.

CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora