CAPÍTULO 3: COLORÍN, COLORADO...

15 1 2
                                    


- Se acabó, al menos por un tiempo.

-¿Eso es todo lo que tienes que añadir? - dije con una indignación totalmente justificada.

- Mira Marina, ya te he dicho todo lo que te quería decirte, y te guste o no, creo que dejar que pase un tiempo es la mejor decisión, por ti y por mí. Yo viviré mi vida y tú la tuya y cuando llegue el momento, volveremos a hablar.

- Hace unos meses estaba todo bien, y de repente todo cambia. Lo siento si piensas que crees que no tienes nada más que decir, pero yo necesito saber qué narices ha pasado.

- Llevamos muchos años juntos y no estoy seguro de lo que siento por tí. Al principio todo iba genial, lo sé. Pero desde hace un tiempo me planteo si esta vida es la quiero vivir durante el resto de mis días.

- Muy bien, coge tus cosas y lárgate.

- ¿Esa es la despedida que vamos a tener, después de todo lo que hemos vivido juntos?

- Sabes lo que te digo, tienes suerte de que no te eche de mi casa con una patada en el culo, así que date por contento de que tengamos esta maravillosa despedida.

Algo menos de una hora estuve sentada en el sofá hasta que Miguel hizo las maletas y se marchó con un "hasta pronto. Vamos hablando, ¿vale?", a lo que yo respondí con una mirada envenenada.

Me pasé toda la tarde llorando a moco tendido. No me podía creer lo que estaba pasando. Después de todos estos años, ¿darnos un tiempo?. Simplemente alucinante. Ahora tenían sentido todas las faltas de cariño, la distancia y los plantones, entre otros muchos signos que, tonta de mí, no quise interpretar. Cuando percibes que algo va mal, tu mente y tu cuerpo se niegan a ser negativos, todo lo contrario, intentan amarrarse con uñas y dientes al mínimo atisbo de esperanza. En la mayor parte de los casos, esto solo sirve para dar rienda suelta a la esperanza y sentir una falsa sensación de alivio. Sin embargo, el tiempo termina poniendo las cosas en su lugar y si tenía que pasar, pasará. Pero en este caso, no nos engañemos. Miguel estaba frío desde hacía tiempo, y mientras, yo intentaba poner parches a todos los rotos para que nuestra relación no se viniera abajo, lo que solo consiguió alarga la esperanza y el sufrimiento. Durante la charla, o más bien discusión que tuvimos, tuve el valor de contarle el plan del viaje juntos. No fue cuestión de que no le gustara la idea, sino que ni siquiera dijo nada, ni un comentario al respecto. Fue humillante. Me dieron ganas de tirarle a la cabeza el contrato de alquiler del apartamento, pero bueno, al menos pagar un pequeño suplemento de casi cien euros me permitirá cancelar con el mínimo coste (que ya fue lo suficientemente alto).

Tenía la cabeza hecha un lío, no estaba preparada para vivir aquella situación. Sabía que un poco de compañía sería lo mejor para ese momento, pero tenía que elegir bien a quien llamar. Cogí el móvil y me puse a pensar. La verdad, no me atraía la idea de quedar con Carla o Lucas. No sería capaz de aguantar un "te lo dije" después de todo lo que había pasado. Solo había unas personas en el mundo capaces de ayudarme y apoyarme en esa situación mejor que sus amigos del alma: sus padres. Una breve llamada me hizo comprobar que estaban en casa, y aunque el sexto sentido de mi madre me puso entre la espada y la pared, conseguí hacerla pensar que no había pasado nada importante, pero como siempre, me equivocaba.

Me adecenté con algo de ropa limpia, cogí mi bolso y salí prácticamente corriendo hacia el coche. Durante el viaje no pude dejar de dar vueltas a la cabeza. Subí el volumen de la música para dejar escucharme, pero fue imposible. Todavía me retumbaban las palabras tan hirientes que me había dicho Miguel. Treinta y dos minutos, ni más ni menos. Eso fue lo que tardé el llegar y ser escaneada por la atenta mirada de mi madre, ante la que me negaba a admitir lo que había pasado. Mi padre, por su parte, se mostró más reservado, porque me veía incómoda, creo. Por un momento no pude evitar sentirme como mi yo de años atrás, cuando lograba mi padre me ayudaba a evitar la bronca de mi madre cuando había roto algo. Casi me entraron ganas de reír, sin embargo, la presión en el pecho me trajo de nuevo al presente, y la pesada losa calló sobre mí de nuevo. Como era costumbre, nos sentamos en el sofá con unas refrescos y algo para picar. Yo no tenía demasiado hambre, pero acepté para no preocuparlos en exceso.

A UN PASO DE MI FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora