CAPÍTULO 6: PERDIDA

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No hace falta contar los días tan caóticos que vinieron después de despedirme de mi familia. Salí a comprar lo justo y necesario para sobrevivir, y me encerré en casa, más o menos unas dos semanas. Durante ese tiempo solo recibí una llamada de mi madre para asegurarse de que no había cambiado de opinión, y un mensaje de Lucas para desearme suerte. Carla no dio señales de vida, lo que me hizo sentirme bastante decepcionada. Durante todo ese tiempo estuve dedicando el día a informarme sobre el destino de mi viaje y sobre todo lo que iba a necesitar, ya que en toda mi vida solo había salido de España una vez, a Londres, viaje que organizaron mis padres al completo, por lo que me tocaba partir de cero con todo. Investigué sobre la forma más económica y segura de viajar, los idiomas que podría hablar allí... Tras estas dos semanas de insomnio y búsqueda constante, logré solucionar dos de los problemas que más quebraderos de cabeza me estaban dando. Por un lado, encontré un pequeño apartamento en las afueras, lo justo para vivir por una temporada. Cuando contacté con el propietario y me contó las condiciones, no podía dejar de alucinar. Teniendo en cuenta los precios y la calidad de los inmuebles de la zona, había tenido la gran suerte de dar con un caramelito. Y como imaginarás no podía dejarlo escapar. Hablé con el casero, que a duras penas entendía el inglés y el español, pero concretamos que en tres semanas comenzaría mi estancia allí. Fue imposible comprar un billete para salir antes, así que me di con un canto en los dientes de que quedara alguna plaza libre para partir en con tan poca antelación, cosa poco habitual. Por otro lado, retomando las cosas que pude solucionar en mis dos semanas recluida, puedo decir que encontré trabajo. No era la gran cosa, pero me daría para vivir y pagar los gastos hasta que encontrara otra cosa más estable. A través de una web de canguros, contacté con una familia que requería los servicios de una persona para cuidar de sus dos hijos unas horas cada día. Tengo que decir que jamás me ha hecho demasiada gracia estar con niños, son tan inmaduros y pesados que prefiero verles de lejos, pero cuando la necesidad aprieta, haces cosas que no se te habrían pasado por la cabeza en otra situación. La verdad es que cuando decidí salir de casa, ya tenía solucionados casi todos los asuntos del viaje. Solo me faltaba comprar una maleta en condiciones y algo de ropa digna, así que salí de compras. En una situación normal, el día de compras lo pasaba con Carla en todas las tiendas posibles de la ciudad, pero con la situación tan tirante que se había generado, prefería ir yo sola y prevenir momentos incómodos o una posible negación rotunda por su parte si la invitaba a ir. Para poder acabar lo antes posible, decidí coger el coche hasta el centro comercial, lugar en en el que seguramente podría encontrar todo lo que estaba buscando. Allí, recorrí la gran parte de las tiendas, pero antes de la hora de comer había comprado una maleta, una bolsa de mano, un par de pantalones vaqueros, una falda, tres camisetas, unos playeros y un libro para leer durante el viaje. Al salir de la última tienda pensé en volver a casa, pero como era más bien tarde y mi barriga llevaba un rato reclamando comida, decidí picar algo antes de volver. Las patatas bravas del restaurante del centro comercial, oficialmente, eran mis preferidas. Me pedí una ración grande y un bocadillo de rabas. Tengo que decir que fue la mejor comida que hice en mucho tiempo, porque en las últimas semanas no había ingerido nada que no fuera precocinado. El ambiente se había vuelto muy ajetreado a mediodía, y casi todas las mesas estaban ocupadas. Cuando pensé que aquel podía ser el mejor día en mucho tiempo, me dio un vuelco el corazón. Allí estaba él con sus vaqueros justos y su andar tan descarado. Llevaba puesta una camiseta que se compró conmigo, y que siempre me pareció una talla más pequeña de lo que debería ser. Su pelo cobrizo, engominado, le daba un aspecto más juvenil y rebelde. ¿Por qué mierdas tenía que ser tan guapo? Joder, ya no estábamos juntos así que eso daba igual. Al fin y al cabo era un chico más de lo que andaban por ahí, ¿no?. Pues no, aquel era el hombre de mi vida, el chico del que me enamoré y por el que seguía colada tantos años después, era quien había decidió poner distancia a nuestra relación y quien me había hundido en la mierda. Por su culpa ahora estaba comiendo sola en aquel restaurante, rodeada de ropa y maletas, preparada para emprender un viaje que me sacara de toda la montaña de dolor que me había caído encima. Por eso mismo, decidí esconder la cabeza bajo la tierra, como las avestruces e intentar que no me viera. Saqué el libro que me acababa de comprar, me lo puse delante de la cara y empecé a suplicar a los astros que, una de dos, o todo aquello fuera una alucinación, o que Miguel se fuera de allí sin percatarse de su presencia. Creo que los astros y el universo entero estaban muy ocupados en ese momento, porque cuando me quise dar cuenta, su voz, tan familiar me asaltó.

A UN PASO DE MI FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora