CAPÍTULO 7: EL PRIMER DÍA DE MI NUEVA VIDA

7 1 2
                                    

 El viaje fue más largo de lo que había imaginado. Quizás no fue tan buena idea elegir la compañía más barata. Eso, y que el tiempo no había había acompañado, pues había hecho bastante viento durante todo el camino. Además, yo no era muy amiga de viajar, y menos en avión, así que creo firmemente que aquel fue el peor viaje de mi vida. Cuando creí por un momento que todo iría bien, se sentó a mi lado un hombre de mediana edad, con una barba espesa y cara de pocos amigos. Iba vestido de traje y en sus manos sujetaba con fuerza un maletín de cuero. Era como en aquellas películas en las que un pasajero planea atentar contra el avión. En vez de dormir, me quedé todo el viaje atenta a cualquier movimiento sospechoso del hombre. Cuando parecía que me estaba relajando un poco empezaron las turbulencias de una forma más violenta y se me revolvió el estómago. No voy a dar más detalles, ya que puede haber lectores sensibles, pero solo diré que durante el resto del día no pude ni oír hablar de comida. Dejando atrás el viaje, llegué a mi destino a las 12:30 de la mañana. Hacía un sol abrasador y el poco viento que soplaba, parecía salido de una sauna. Cuando salí del recinto vi un taxi libre y corrí, literalmente, a resguardarme en su asiento trasero. Busqué en mi bolso una pequeña libreta en la que apunté los datos de la pensión que había reservado, así que indiqué la dirección al taxista, quien no dejó de hablar durante todo el camino. Os preguntaréis por qué tuve que ir a una pensión si había encontrado un piso en alquiler, pues bien, el dueño se había negado a realizar los trámites online sin conocerme así que tuve que reservar una pensión durante los primeros días hasta que solucionara las gestiones del piso de forma presencial. Aquí salió a la luz otra de mis malas decisiones: la elección de la pensión. Había reservado una habitación con baño privado en una pensión a las afueras de la ciudad. Había pensado que así sería más barato y para ir al centro podría coger un autobús. Pues no, al final no salió tan barato porque, es cierto que no pagué demasiado por cada noche, pero las instalaciones y servicios no podían ser más precarias, además de que el personal parecía haber salido de la Edad Media. En la recepción, una mujer bastante mayor me miró de arriba a abajo al entrar. Comunicarme con ella no fue fácil porque su oído no era la mejor de sus virtudes, ni su amabilidad tampoco. Cuando por fin accedió a darme las llaves, subí mis pesadas maletas hasta mi habitación por unas escaleras que crujían como su fueran a caerse a pedazos. No había ascensor así que me costó una buena sesión de ejercicio físico llegar hasta mi destino. Introduje la llave en la cerradura, que cedió al mínimo esfuerzo y pude ver el lugar que sería mi casa durante los días siguientes, que menos mal que no fueron muchos. Calculé al primer vistazo que serían unos cinco metros cuadrados en los que se repartían la cama, una silla, una mesa minúscula y un armario empotrado en la pared. Al lado de la puerta, a la derecha, una puerta que parecía hecha de cartón separaba el pequeño cuarto de baño del resto de la estancia. Lo único que me agradó de aquel lugar fue la ventana, que dejaba pasar bastante luz, que se deslizaba entre las cortinas y bañaba cada rincón. Dejé mis cosas a un lado y cerré la puerta. Me puse a observar con detalle la habitación que parecía haberse limpiado hacía un par de semanas como mínimo. Se notaba que por allí pasaban pocos huéspedes. Al asomarme a la ventana pude ver el parque situado en el lateral de la pensión, que aunque parecía un poco anticuado, estaba a rebosar de niños que jugaban sin descanso. Sin duda aquellas vistas eran la única cosa buena que tenía aquel lugar. Cogí la silla y me senté frente a la ventana incrédula de haber llegado por fin a la Isla de San Martín. Aquel era el primer día de mi nueva vida. Aún no terminaba de creerme el giro que había dado mi vida en cuestión de unas semanas. No pude evitar pensar en Miguel, viendo a aquellos niños. ¿De verdad había decidido dejar a un lado su relación por miedo al compromiso? ¿Qué habría sido de nuestra vida juntos si en algún momento me hubiera quedado embarazada? Tal y como se había dado todo, seguramente al enterarse me hubiera dejado tirada con todo el problema para mí sola. El sonido de mi móvil me sacó de aquellos malditos pensamientos que me empezaban a poner patas arriba el estómago de nuevo. Era un mensaje de mi madre, en el que me preguntaba qué tal estaba yendo todo. La contesté sin entretenerme mucho y me preparé un baño para relajarme un rato. De momento no tenía hambre así que, cuando acabé, me puse algo cómodo y salí a dar un paseo para conocer un poco la zona. Me sorprendí al ver que aquello no era tan pequeño como me había parecido en Internet. Descubrí además zonas completamente diferentes y gentes de diversas culturas. Era fascinante ver como cambia la forma de vida de las personas en las diferentes partes del mundo, pero lo que más me impresionó, pese a que había estado viendo multitud de vídeos y fotos, eran las playas. Su arena fina y blanca y sus aguas cristalinas parecían parte de un sueño, un lugar completamente irreal. Recuerdo la primera playa a la que fui, que aunque me dejó un sabor un tanto amargo por la mala experiencia, fue sin duda el lugar más bonito que han visto mis ojos en toda mi vida. Fue ese mismo día por la tarde, tras pasar de nuevo por el hotel a coger mi mochila y ponerme el bikini. Tardé un buen rato andando, más de lo que imaginé. Aunque no era temporada alta, había mucha gente por la zona paseando y tomando algo en las terrazas. Cuando llegué la playa, dejé mis cosas a un lado y me fui a pasear para contemplar de cerca aquella maravilla, la playa Maho. Las gaviotas revoloteaban sobre mí con su graznido tan característic0 y la arena me acariciaba las plantas de los pies a cada paso que daba. El viento soplaba suave moviendo los mechones de mi pelo sobre mi espalda. En aquel momento no encontré ningún motivo para volver a España de nuevo y vivir tan lejos de aquel paraíso. Las olas empapaban la orilla y de vez en cuando mojaban mis piernas. El agua estaba extrañamente templada, acostumbrada a las bajas temperaturas del Cantábrico, aquello parecía haber sido calentado por una llama gigante. Después de un largo rato paseando, decidí tumbarme un rato en mi toalla a descansar, al fin y al cabo las últimas horas habían sido como un torbellino, cargadas de cosas nuevas. Cogí el libro que me había comprado el día que me encontré con Miguel y me acomodé a leerlo, disfrutando del lugar. Estaba totalmente enfrascada en la lectura cuando un sonido brusco rompió la paz del lugar. Me levanté sobresaltada y sentí que me iba a caer de nuevo cuando vi un gran avión a pocos metros de altura que se acercaba directo hacia la playa. No me daría tiempo a coger nada, salí corriendo, gritando como nunca antes lo había hecho. Pasé al lado de un niño que jugaba en la arena ajeno al peligro que se cernía sobre él. Miré al rededor y no vi a sus padres, así que lo agarré del brazo y me lo llevé para ponerlo a salvo. La gente me miraba sorprendida, cuando de repente escuché un grito desde el agua. Una mujer venía corriendo hacia mí con las manos en alto, envuelta en su toalla.

- ¡Suelta a mi hijo!- gritó cuando estaba muy cerca de mí, chapurreando un inglés que entendí a duras penas.

En ese momento dejé de correr y vi como el avión había pasado sobre nuestras cabezas y ya se encontraba lejos de allí. Me disculpé con la familia del niño por el malentendido, cogí mis cosas y me fui queriendo que me tragara la tierra. Sin duda aquella fue una de las experiencias más embarazosas de mi vida. El camino de vuelta a la pensión se me hizo mucho más corto, pues fui prácticamente corriendo. La señora de la puerta se quedó estupefacta ante mi visible ataque de nervios, por lo que me dio las buenas noches todo lo educadamente que pudo y me siguió con la mirada hasta que me perdí escaleras arriba. No me importó lo cutre que era la habitación ni el olor a humedad que había quedado después del baño que me había dado por la mañana. Dejé mi mochila sobre la mesa y me tiré a la cama agotada. Revisé el móvil y vi un mensaje de Miguel en el que me preguntaba qué tal el primer día de mi nueva vida. Cerré el chat sin contestar y tiré el móvil sobre la mesilla. Pese a mis nervios, que parecía que no se iban a ir nunca, me sumí en un sueño profundo en el que soñé que estaba en una bonita playa por la que corría sin parar, escapando de un peligro inminente: la madre enfadada de un niño que jugaba en la arena.

A UN PASO DE MI FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora