thirty one.

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JESSE KNIGHT

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JESSE KNIGHT.

Arresto domiciliario.

Dos palabras.

Nuestra realidad en ese momento.

Simple, porque un fiscal así lo había decidido.

Me dolía la muñeca por culpa de la maldita pulsera de metal que la rodeaba. Ya llevábamos dos semanas así, encerrados en la casa, como perros amarrados, todo por culpa de Calvin. Y Brielle, que no debería por qué estar ahí, también pagaba. Según su madre, ella estaba de vacaciones en la playa por pascua, pero en realidad estaba encerrada con cuatro chicos, los cuales peleaban entre ellos a cada rato. O más bien, tres de ellos peleaban contra el otro. Isaac, Ryan y yo contra Calvin, porque todo era su puta culpa, y digamos que yo no me aguantaba cuando se me daba la oportunidad de echárselo en cara.

Debíamos quedarnos así hasta que él terminara los juicios y se declarara si era culpable o no. Él no estaba nada contento con lo que estaba pasando, pues, evidentemente, pensaba que era una completa ofensa el hecho de que lo estuvieran culpando por la muerte de nuestro padre.

Yo estaba sentado junto a él. Sí, junto a Calvin. Pero al menos también junto a Brielle. Eran como las diez de la mañana y ella y yo estábamos en el balcón del segundo piso. El día estaba un poco caluroso, el invierno ya se había acabado y el sol iluminaba la casa. Calvin llegó a sentarse junto a nosotros, pero no me moví porque no quería discutir.

—Cuando me entere de quién sacó a la luz esos videos, voy a matarlo.

—Ujum —murmuró Brielle, medio distraída por estar leyendo un libro.

Ignoré a mi hermano por completo, fingiendo estar concentrado en el bosque.

Calvin miró a Brielle. O más bien, miró la tapa de su libro, que le cubría la cara.

—Lamento haberte metido en esto —le dijo Calvin, ignorándome como si yo no fuera más que un fantasma en ese espacio—. No fue justo que estuvieras aquí.

—¿Y para los chicos sí es justo? —preguntó Brielle, asomando únicamente sus ojos para mirarlo por sobre la cubierta del libro—. Porque no te he oído disculparte con ninguno de ellos.

Él no contestó, se quedó observando el cielo en silencio. Sonreí para mí mismo.

—Como sea, asumo que es lo que piensas —continuó Brielle—. ¿Hoy debes ir a tribunales?

—Así es —afirmó mi hermano entre dientes.

Hubo un silencio. Brielle me miró a mí y volvió a hablarle a Calvin.

—Sé sincero, Calvin. ¿Fuiste tú? No te voy a juzgar, de verdad. —Su voz estaba cargada de malicia.

—¡¿Cómo se te ocurre que voy a ser yo?!

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