thirty nine.

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INCÓGNITO

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INCÓGNITO.

La música del bar retumbaba en mis oídos. Me molestaba bastante. De partida, odiaba la música electrónica, y estaba preocupado de otras cosas que requerían mi concentración. Si iba a matar esa noche, tenía que pasar desapercibido, por eso me había vestido de una forma apropiada para la situación; completo de negro, pero cómodo.

Me apoyé contra una pared, colocándome la capucha y llevándome a los labios la petaca de whiskey que había llevado por mi cuenta para no tener que hablar con nadie al pedir un trago. Observé entre el gentío y entonces la vi sentada en la barra, conversando con otra mujer.

De todas las veces que había espiado a la agente Brown durante los últimos días, siempre la veía con su uniforme negro policial, por eso se me hizo muy raro verla vestida con unos jeans blancos y un suéter azul. Llevaba el cabello castaño suelto, mientras se reía y bebía una copa de vino. Después de analizar su comportamiento por unos segundos, me di la vuelta y salí del bar con tranquilidad.

El recinto se ubicaba en una vía llena de comercios pequeños, los cuales ya estaban cerrados a esas horas de la noche. No estaba permitido estacionar autos en la acera, por lo que estos se encontraban dispersos por las siguientes calles. Ya conocía el auto de la agente Brown, porque cada vez que la seguía la veía en él.

Antes de ir a espiarla al bar, ya había manipulado su vehículo con tal de que, cuando arrancara, el motor no duraría más de dos minutos encendido. Solo me faltaba llevarla hacia el bosque.

Con la misma petaca del whiskey, golpeé el vidrio del lado del copiloto para quebrarlo. Agarré una piedra del suelo y la puse en el asiento, echándole la culpa a esa pobre roca. La alarma del auto comenzó a chillar, lo cual seguramente llamaría la atención de su dueña, entonces me fui corriendo.

Llegué a la carretera, que no estaba tan lejos del callejón. Esa ruta era la que siempre tomaba Mary Brown para volver a su casa después del trabajo. Todas las carreteras del pueblo estaban rodeadas de bosque, lo que definitivamente era un muy buen punto a favor.

Tomé un cigarrillo, lo encendí y esperé, caminando con lentitud por el borde de las vías.

Tal y como esperaba, el auto de la agente Brown pasó junto a mí un rato más tarde. Después de ver la ventana rota, seguramente decidió volver a casa para arreglarla. Estaba enojada, pues la oí maldecir mientras el vehículo iba perdiendo velocidad hasta detenerse por completo.

Sí, soy bastante inteligente.

Caminé lentamente hacia ella. Se bajó del auto y se puso a observarlo desde fuera, intentando detectar alguna señal de lo que le pasaba.

—¿Necesitas ayuda? —pregunté.

Ella alzó la cabeza para mirarme y frunció el ceño. Entonces recordé que seguramente era parte de sus registros de gente peligrosa que buscaba la policía. Ojalá la barba que de nuevo me había dejado crecer me sirviera de algo, además de la capucha, la oscuridad de la noche y el hecho de que ella había bebido.

—¿Qué hace usted aquí a estas horas de la noche? —me espetó.

—Soy una persona que puede hacer lo que quiera —contesté, sonriendo, metiéndome las manos en los bolsillos—. Me gusta salir a pasear en las noches.

—Y en la carretera, ¿no?

—No veo el problema —repuse, encogiéndome de hombros, y señalé un punto al azar entre los árboles—. Mi casa está cruzando este bosque.

Me contempló con extrañeza antes de seguir estudiando el auto con el ceño fruncido.

—¿Cuál es tu nombre? —indagó.

—Philip —mentí—. Así se llamaba mi abuelo.

—Bueno, ¿podrías empujar? —preguntó, y dudaba que me hubiese escuchado.

—Claro —afirmé, poniéndome contra la parte trasera del auto.

Ella se subió e intentó encender el motor. Yo empujé con fuerza, sabiendo que no iba a funcionar. Y no lo hizo.

La agente Brown se bajó, frustrada. Rodeé el auto para acercarme a ella y fingí sorpresa al ver el vidrio roto.

—Uy, ¿qué fue eso?

—Le llegó una piedra —contestó, sacándose el celular del bolsillo.

—Será mejor que llame a una grúa... —opiné—. Disculpe, recuérdeme su nombre.

—Mary —contestó.

—¿Shelley? —bromeé.

—No, Brown.

—Cool —dije, tirando el cigarro al suelo y observando cómo se consumía. Me metí la mano tras la espalda, agarrando la pistola.

—Ajá —murmuró, distraída.

Ella comenzó a teclear en su celular. Se lo quité de un tirón y lo lancé contra un árbol del bosque, al mismo tiempo en el que sacaba la pistola y la apuntaba a la altura del cráneo.

—No hay señal —murmuré, dando un paso al frente.

Mary palideció y retrocedió, levantando un poco los brazos.

—Soy... Soy policía —balbuceó.

—¿Ah, sí? —Seguí dando más pasos al mismo tiempo que ella se alejaba de mí, así se acercaba más al bosque—. Pues qué pena, ya no lo serás más.

—¿Qué quieres de mí?

—Nada, solo te voy a matar. —Me encogí de hombros.

La agarré del cabello con una mano. Ella gritó, pero no me importó porque sabía que nadie la iba a escuchar. Comencé a arrastrarla por la arboleda, adentrándome más y más en la oscuridad.

—Por favor, te lo suplico... —Ella estaba sollozando.

—Mierda, no te pongas a llorar —dije, rodando los ojos y empujándola contra un árbol.

Puse mi mano enguantada alrededor de su garganta, sosteniéndola con fuerza. Miré su cuerpo, intentando detectar alguna señal de bulto para ver si tenía algún objeto en los bolsillos. Tampoco me iba a poner a toquetearla.

—¿Qué clase de policía sale sin su radio y sin su arma? —pregunté después de asegurarme.

—Solo... quería distraerme —contestó con dificultad, soltando un sollozo—. Por favor déjame ir... Haré lo que sea...

—Patético —respondí con voz calmada—. Yo nunca tengo piedad.

—Te lo suplico...

—¿Dónde quedó tu valentía y frialdad? —le espeté—. Bueno, en realidad no me importa. Mejor cuéntame, ¿cómo va la investigación de Knight?

—Fuiste tú...

—No, no fui yo —contesté—. Pero conozco a la persona que lo hizo, y déjame decirte que el niño que tienes encerrado en la cárcel no tiene nada que ver.

—Los videos...

—Pruebas falsas —repuse—. Cualquiera se daría cuenta. La persona que mató a Knight cortó la electricidad del hotel y ninguna cámara funcionaba. ¿Quién grabó esos videos? ¿Dios?

Ella me miró en silencio, sus labios estaban entreabiertos en una expresión de sorpresa. Su rostro, empapado en lágrimas, cada vez se ponía más rojo debido a la presión que estaba provocando en su garganta.

—Mary, estás tan cerca, pero tan lejos —murmuré, poniendo nuevamente la pistola contra su cráneo—. Y ya es hora de que esa investigación tenga a alguien servicial en cabeza, ¿no?

—¿Quién... Quién eres realmente? —preguntó con la voz entrecortada.

Compuse una sonrisa leve, poniendo el dedo en el gatillo.

—Massimo Jones.

Y disparé.

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