El comienzo del triángulo

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Chuuya tuvo una relación amorosa con una mujer hace tres años. Duró solo seis meses donde hubo sexo, mas nunca palabras ni frases románticas de parte de él. El quiebre ocurrió cuando la mujer se dio cuenta que el trabajo siempre sería su prioridad y, ni siquiera ella, cambiaría eso.

Pasaron seis meses y Dazai lo obligó a tener sexo con él para "sentir un placer nuevo que era mucho mejor", pero éste se negó muchas veces hasta que su compañero lo encerró en la oficina luego de tenderle una trampa. Después de eso, el pequeño aceptó hacerlo más veces y, aunque sabía muy bien que su rol era ser un muñeco para netamente provocar placer, pensaba "si yo también siento placer no habrá problema, siempre que no involucre sentimientos ni se entrometa en mi trabajo".

Esta vez, la situación fue completamente distinta.

Con solo sentir los besos bruscos y torpes, sumado a las caricias inseguras e imprecisas que realizaba el ruso, el dueño de casa supo que era su primera vez, por lo que, al llegar a la cama, lo lanzó para quedar encima de él.

Fyodor obedeció. Desde un inicio pudo notar que el otro tenía suficiente experiencia como para enseñarle todo lo que él nunca imaginó conocer, pues jamás había sentido siquiera una mínima atracción hacia alguien, a pesar de que en su ciudad natal llamó la atención de más de alguna mujer cuando se mostró. Él vivía encantado en su pequeña habitación, rodeado de computadoras, teléfonos, documentos y, por supuesto, armas.

Chuuya comenzó a tocar con su boca aquel cuello de color marfil dando tiernos besos que terminaron en marcas de mordidas, las cuales el ruso sabía que no podría esconder, aún así ya no le importaba. Los pequeños labios siguieron un recorrido lento y sensual desde el pecho hasta la pelvis, lo que provocó en Fyodor un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Comenzaba a impacientarse.

El experimentado se ocupó de quitarle los pantalones y la ropa interior cuidadosamente, porque, a pesar de que era una talla grande, esa zona se sentía muy ajustada. Luego decidió acariciar directamente y de forma lenta con su lengua la base del enorme miembro erecto que superó con creces sus expectativas. Miró hacia arriba, Fyodor estaba medio sentado en la cama, con la boca un tanto abierta, la cara totalmente sonrojada y una respiración muy agitada contemplando los movimientos. Indicaba con su gestos muchas emociones que jamás había siquiera pensado: ansiedad, nerviosismo, excitación y algo de miedo, pero la que superaba con creces a las demás era el placer.

-Vamos, recuéstate. Solo disfruta -dijo sonriendo. El otro obedeció enseguida.

Un gemido suave se escuchó en la habitación apenas Chuuya introdujo por completo el pene del ruso en su pequeña y cálida boca. Se sentía suave y ardiente. Los latidos fuertes, complementados con un jadeo, parecían componer una canción extraña que jamás había escuchado, sin embargo, le agradaba. Poco a poco acelerando el vaivén, agregándole frotes delicados con su mano derecha, los cuales hacían que tiritara y se contrajera cada vez más.

"Pa-" se alcanzó a escuchar entre los gemidos que Fyodor ya no podía silenciar. La palabra "para" nunca llegó a oírse. Un quejido áspero se oyó fuerte en la habitación, Chuuya sintió que su boca se saturaba de aquel líquido caliente que tanto odiaba cuando Dazai lo obligaba a tragárselo. Esta vez fue diferente, aunque dejó caer un poco, bebió el resto sin alguna sensación de asco, sino más bien un sabor algo dulce y espeso, como un néctar. Observó detenidamente al ruso: esas mejillas rojas que parecían estar en llamas, el brillo en esa mirada intensa de un color violeta único, ese sudor que cubría su cuerpo por completo y su agitación; no era solo el sexo, algo más lo atraía y quería seguir provocándole placer.

Crimen y CastigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora