I.

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Candy permanece en la oscuridad de su cuarto, una luz blanquecina se posa sobre sus dedos. Acaricia su baúl de los recuerdos. Suspira. Tantas memorias celosamente guardadas; la insignia del Príncipe de la Colina, que le dio fuerzas en su niñez para sobrellevar las pesadas bromas de Eliza y Neal. Algunos pétalos de la Dulce Candy, ya secos por el paso del tiempo, pero igualmente bellos. Trayendo a Anthony y el vals que bailaron juntos a su memoria. El pañuelo de Terry con sus iniciales delicadamente bordadas, que logró recuperar después, algunos restos de un experimento que Steve había inventado para ella, el lazo rosa de Annie, cartas de Archie y Patty y de todos los demás que han formado parte importante en su vida.


Anocheció, y Candy de veinticinco años se fue a la cama. Una Candy más madura, más fuerte, y, por supuesto, más hermosa. Se había especializado en la escuela de enfermería y ahora era libre de pedir trabajo en cualquier hospital o con algún médico particular.

Hace un tiempo había recibido una carta de Albert desde África.


"Por favor, espera a mi llegada.

Tengo algo importante qué decirte."


La había dejado con la curiosidad y ahora no podía moverse de Chicago. Tenía que esperar a Albert. Ella también tenía algo importante que decirle.

Y cuando el día finalmente llegó, Candy no podía creer las palabras de Albert: "Quiero que te cases conmigo, Candy quiero hacerte la cabeza de la familia Ardley, ¿aceptarías pasar el resto de tu vida conmigo?"

Candy estaba más que sorprendida, estaba confundida. ¿Por qué Albert querría casare con ella? ¿Desde cuándo la miraba de esa manera? Para Candy, Albert siempre fue como un hermano, un padre, su protector y un gran amigo. Claramente le estaba (y le estaría) eternamente agradecida por todo lo que había hecho por ella. Pero, ¿casarse? ¿No era demasiado? Ya había hecho suficiente por ella. No quería abusar más. Nunca había contemplado la idea de casarse.

Después de recibir aquella noticia, se había tomado un tiempo en la casa de Pony para despejar su mente, aclarar sus pensamientos.

—¿Qué es lo que tú realmente quieres, Candy?—Le había cuestionado la hermana María.

—Siempre sigue lo que dicta tu corazón.—Le aconsejó la, ahora más viejita, señorita Pony.

Candy estuvo toda la noche pensando. Y no importaba cuántas veces lo negara; cuando cerraba los ojos, la imagen de su verdadero amor le brindaba una calidez inexplicable a su corazón. Una sonrisa se dibujó en sus bellos labios antes de quedarse profundamente dormida... "Terry".

A la mañana siguiente, Candy caminó hasta su adorada Colina de Pony. Trepó hasta la cima del Gran Árbol, aún conservaba su audacia y fuerza que tanto la caracterizaban.


"Aquí estuviste una vez al regresar a América. Seguramente te detuviste a descansar un momento bajo la sombra del Gran Árbol. Este es mi árbol preferido. A él le cuento todos mis secretos y él sólo permanece aquí escuchando mis tristezas y mis alegrías. Oh, Terry... Aquellos tiempos nunca volverán. Nuestro amor no estaba destinado a suceder. Eso dicen de los grandes amores. Siempre hay algo que les impide estar juntos. Pero, Terry, quiero que sepas, y lo confieso ante mi amado árbol que guarda todos mis sueños y secreto; tú fuiste el gran amor de mi vida."

Las lágrimas que Candy derramó fueron llevadas por el viento. Sería la última vez que lloraría por Terry.


Desde aquella dolorosa y trágica despedida, cuando Susana trató de quitarse la vida, Candy lo supo; que dejaría al hombre que amaba si podía hacer feliz a alguien más. Candy tenía ese tipo de corazón que rara vez alberga deseos egoístas. Desde entonces, no había vuelto a saber de Terry, evitaba leer los periódicos o las gacetas de arte, los teatros, cualquier lugar que le recordaran a él. Lo último que supo fue que le iba bien en su carrera de actuación y estaba en una relación con Susana. Ella les deseó el bien en ese momento, pero, ahora, años más tarde, se preguntaba; ¿Terry era realmente feliz?

Terry había estado de acuerdo en dejarla ir. Aquella vez... sus brazos alrededor de su cintura, su aliento sobre su cuello, sus lágrimas perdiéndose entre sus rizados cabellos... Todo había sido como un sueño; como una escena romántica y trágica de teatro sobre dos amantes desafortunados que tienen que separarse para, quizás, jamás volver a verse. Ambos lo habían acordado. Por el bien de Susana. Y no había vuelta atrás.


Candy descendió lentamente del árbol. Tenía que volver para ayudar a hacer el desayuno y partiría al atardecer. Había tomado una decisión. 

No podía seguir viviendo en el pasado.



🌸



Al volver a la mansión Ardley, Candy se sintió muy sola. Albert seguía en uno de sus viajes, se había unido a un grupo de rescatistas de animales exóticos en Sudamérica. La tía-abuela Elroy había fallecido hace más de un año. Y tenía tiempo sin ver a los detestables hermanos Leagan. Los únicos que se encontraban ahí eran el jardinero, las mucamas y el mayordomo George, que se encargaba de llevarla y traerla del hospital cada día.

Annie y Archie habían contraído nupcias unos meses atrás y ahora se encontraban de Luna de Miel. Candy pensó en escribirles, pero no tendría dirección adonde enviarla y además estaba la posibilidad de que la carta llegara ya cuando ellos estuviesen de regreso. Entonces recordó a Patty. Se había alejado de ellos después de lo de Stear y desde entonces no tenían contacto.

"¿A quién puedo escribirle entonces?"

Se sentía extraño. Una vez, hace mucho tiempo, Candy sonreía felizmente al lado de sus amistades, y, ahora, todas se encontraban lejos de ella.

Suspiró y dejó la pluma a un lado de la hoja en blanco.



Unas semanas más tarde, Albert estaba de regreso.

—Candy, ¿qué haces con la luz apagada?

Al escuchar esa voz tan suave se levantó de un saltó y corrió a sus brazos. Lo había extrañado tanto.

—Bienvenido a casa.

Albert sonrió con suma alegría al recibir aquella muestra de súbito afecto de parte de Candy. Sí, él también la había extrañado.

A veces se preguntaba cómo era posible dejarla durante tanto tiempo. Por ello, quería casarse lo antes posible con aquella dulce niña cuyas lágrimas eran bellas pero no más que su sonrisa.

Tomó el pequeño rostro de la chica entre sus manos.

—He vuelto.—Sonrió.—Candy, ¿has pensado en lo que te dije?

Los ojos de la chica se movieron nerviosamente y su sonrisa titubeó.

—Si necesitas más tiempo lo entiendo. Pero sería lindo compartirlo todo contigo, Candy, quiero que heredes todo de mí. Y ya no quiero que me veas como tu tío-abuelo, tu hermano, la persona que te adoptó o el vagabundo que conociste en el río. Quiero ser tu hombre. Quiero ser tu esposo.

Candy pretendió pensarlo un poco. Pero ya conocía la respuesta. Lo admitía. El cariño que le tenía a Albert iba más allá de cualquier bien material que éste pudiera ofrecerle. Y pensó que además de ser su amigo, su salvador, podría llegar a convertirse en su amante, en su esposo. La persona que estaría siempre para ella. Después de todo, él había sido su primer amor; su Príncipe de la Colina.

—Me casaré contigo, Albert. Acepto.

Y le regaló la sonrisa más radiante que Albert haya visto jamás.

Candy Candy - Final Alternativo [Años más tarde...]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora