Epílogo

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Unos años más tarde...


Candy escribía en su diario observando el crepúsculo.


"Anthony... Hoy soñé contigo, después de tanto tiempo sin pensar en ti. Fue extraño, pero fue un bello sueño. Espero que estés en un mejor lugar, rodeado de las flores que tanto amabas y en compañía de tu querida madre. Gracias por visitarme en sueños. Te agradezco las experiencias que me brindaste. Para mí son preciadas e inolvidables. Anthony... Quiero que sepas que ahora soy muy feliz junto a la persona que amo."


Dejó la pluma a un lado y contempló en silencio los últimos destellos de luz. Se quedó completamente a oscuras, escuchando la melodía de la cajita de la felicidad que Stear le había obsequiado y que su amado había reparado. Pensar en lo maravillosa que ha sido su vida, cuántas personas importantes estuvieron con ella, cuántos momentos inolvidables. Se dejó envolver en los brazos de la nostalgia.

Sus ojos vagaron hasta la estantería, donde se encontraban las completas obras de Shakespeare, libros de medicina y de literatura francesa e inglesa. Había encontrado un nuevo pasatiempo que la hacía sentir libre: La lectura y el escribir novelas románticas.

En un momento dado, la puerta de entrada se abrió.

—¿Candy? ¿Qué haces a oscuras?—La luz fue encendida.

Candy lo ve frente a la puerta con la sonrisa que tanto le gusta y con el corazón latiendo deprisa, corre a sus brazos abiertos y le da la bienvenida.

—¡Bienvenido a casa!

Él le besa la frente.

—¿Cómo estás? Te traje una sorpresa. Es de parte de mi madre.

Se trataba de un joyero de madreperla que pasa de generación en generación en su familia. Su madre, quien nunca pudo contraer nupcias, lo había estado guardando para la futura esposa de su querido hijo, la mujer que mereciera su corazón.

Se agachó hasta el nivel del vientre de Candy, dejándole un beso.

—¿Y cómo está mi preciosa criatura?

—Yo también te tengo una sorpresa.—Candy sonrió, emocionada por decirlo.—Son dos.

Él la miró sorprendido.

—Mellizos. Niña y niño.

Se levantó y la tomó en sus brazos, besándola una y otra vez.

—¿Cómo dices? ¿Una pequeña Candy y un pequeño Terry?

—Así es.—Candy no dejaba de reír en suma felicidad.

—¡Estoy tan feliz! ¡Candy, me has hecho el hombre más feliz del mundo!

Candy sostuvo el rosto de su amado entre sus manos, con mucha dulzura.

—Espero que uno de ellos tenga tus ojos.

—Yo espero que tengan tus pecas.

—¡Terry!

Juntos rieron y compartieron un beso lleno de amor eterno, inquebrantable e incondicional.


A orillas del río Avon, en una casa rodeada por narcisos y rosas creciendo en el jardín, Candy, Terry, y sus pequeños mellizos; Narcissus, un bebé tan rubio como el sol, y ojos tan azules como el mar, y Rose, una niña de cabellos castaños, casi rojizos, ojos esmeralda y mejillas llenas de pecas, viven en completa armonía, paz, amor y felicidad.


A orillas del río Avon, en una casa rodeada por narcisos y rosas creciendo en el jardín, Candy, Terry, y sus pequeños mellizos; Narcissus, un bebé tan rubio como el sol, y ojos tan azules como el mar, y Rose, una niña de cabellos castaños, casi ro...

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Candy Candy - Final Alternativo [Años más tarde...]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora