La casa del campo

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Mark llevaba un par de horas en aquella vieja carretera, su mente sehabía extraviado varios kilómetros atrás, justo en el cruce del olvido. Susojos se clavaron durante todo el viaje en las manecillas de aquel viejo relojque le había regalado su padre. Ya estamos llegando, dijo el chofer. Aquellaspalabras llegaron al oído de Mark en forma de murmuros, quizás por la negaciónque tenía con la muerte de su padre o porque se dirigía a la casa de su abuelapara el sepelio. Mark nunca fue de muchas palabras ni de gestos en su cara,había crecido en el campo junto a su abuela y a su padre. Se había enamoradosolo una vez y de pequeño le tocaba taparse los moretones que le dejaba suabuela. Su padre nunca los había notado. O nunca quiso notarlos. Hace dosnoches atrás Mark recibió una llamada de su abuela en la cual le confesaba quehabía matado a su padre. No lo podía creer. O quizás sí. Tanto Mark como supadre habían soportado el peso de todos los traumas de infancia de su abuela.Siempre quisieron renunciar a ella, pero hoy ya era demasiado tarde. Demasiadotarde para el padre de Mark cuyo cuerpo yacía en una caja de madera. Y demasiadotarde para Mark que nunca sano aquellas cicatrices y que, sabiendo la verdad,tenía que fingir que su padre había muerto de un derrame.

Cuentos para alimentar monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora