Julia se encontraba barriendo con dificultad la sala de su casa, lo había hecho durante muchos años, pero hoy ya no era la misma de ayer, sus huesos pesaban más que aquella escoba y hace algunos años que la tristeza se había posado en su espalda dejándole una prominente curvatura. Los pequeños trapos que adornaban su cuerpo dejaban ver cada uno de sus huesos. Siempre se le había visto sola en el pueblo, no conocía de amores o de familia. Había nacido en medio de una tormenta que hoy, a sus sesenta años aún no había cesado. Julia a veces era Andrea, una niña de ocho años. En las noches se convertía en Pedro y juraba ser su padre. Algunos días vacilaba con ser Paula, la amante de Pedro. En ocasiones especiales se convertía en Juan, aquel hombre de veinte años que violaba niñas y las asesinaba. La noche anterior, Juan, había violado a una pequeña niña, a pesar de los llantos y suplicas, Juan no pudo detenerse e introdujo una botella de vidrio en sus partes, la ato a su cama y la estrangulo para luego enterrarla en su patio junto a las demás niñas. Al día siguiente Julia se encontraba barriendo los vidrios y limpiando aquel desastre, aún no entendía por qué sus vecinos le desordenaban su casa, cansada de limpiar el desastre de otros, Julia se dirigía a buscar a los culpables cuando notó a la muerte en la entrada de su casa, vacilo unos minutos, pero la dejó entrar. La muerte le enseño a Julia quien era el culpable de desordenar su casa y esta, al darse cuenta de la verdad, suplicó dar su último aliento. A pesar de que Julia no tenía la culpa de nacer con una enfermedad mental, la muerte no vacilaba y quería hacerla sufrir. Julia pasó siete días pendiendo de un hilo entre la vida y el más allá, agonizando con cada suspiro. Y la muerte, como si no tuviera que visitar a otras personas, decidió acompañarla pues, entendía que hasta la persona más desdichada merecía morir con dignidad.
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Cuentos para alimentar monstruos
Short StoryRecopilación de microcuentos y pequeños relatos de suspense.