El ruido de las manecillas del reloj pegaba en el hemisferio sur de mi oído, martillando mi cerebrouna y otra vez. La escuche retorcerse de dolor desde el otro lado de la cama, aquel sonido rompióel silencio que consumía cada rincón de la habitación. Mi perezoso cuerpo vaciló unos segundos enlevantarse, miré el reloj y eran las tres de la mañana, habían pasado cinco minutos de haberconciliado el sueño. Me levanté de la cama y procedí a ayudar a mi hermana, sentí pena por ella,hace algunos años el sol se había posado en su rostro y hoy no quedaba rastros de él. Me pidió quela levantara y como quien levanta una pluma la senté en el borde de la cama, le sudaban hasta laspestañas, sus pequeñas pecas, antes redondas, hoy eran ovaladas producto de las arrugas que seposaban día tras día en su rostro, su cabello enmarañado había dejado de brillar, llevaba puesto uncamisón en el cual se traspasaban sus huesos; emanaba un olor putrefacto de ella y las comisurasde sus labios se habían pintado de amarillo producto del vómito que expulsaba cada hora, me estabaquedando sin respiración y sin esperanzas. Aquella noche luego de ayudarla me hundí en losrecuerdos de infancia y mi boca no podía evitar el saborear los colores de aquellos días en dondemi hermana y yo salíamos a recorrer las carreteras del pequeño pueblo que nos vio crecer, hoy todoeso se había esfumado para darle paso a un futuro pluscuamperfecto impregnado en cada recuerdode aquellos soles que no volverán.
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Cuentos para alimentar monstruos
Short StoryRecopilación de microcuentos y pequeños relatos de suspense.