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Era un nuevo día en la comisaría de Los Santos, lo que no significaba que fuera menos ajetreado que el anterior.
La comisaría estaba colapsada de civiles que querían poner denuncias, la gran mayoría eran inservibles, ya que ni recordaban la vestimenta del criminal, ni algún aspecto físico destacable.

Los oficiales no daban más consigo mismos, por lo cual fue un milagro para ellos la llegada del superintendente. Este siempre solía poner todo en orden — si echar a todo mundo se le podía llamar poner en orden las cosas —.

Pero Conway tenía planes diferentes aquel día. Se adentró a comisaría y se hizo paso entre la multitud hasta su despacho, no tenía tiempo que perder. Sin embargo se quedó con la mano en la perilla de la puerta ¿y si no había ninguna carta encima de su escritorio? ¿y si en verdad había sido todo una broma? No estaba listo para recibir ese golpe de la realidad.
Se quedó en esa posición por un par de minutos más preparándose para lo que sea que le esperara detrás de esa puerta.

— ¿Superintendente? — Preguntó una voz detrás suyo.

— Volkov. — Nombró al comisario, volteando a verlo.

— Ehh... ¿Está usted bien?

'No, no lo estoy'

Y no lo estaba.

Claro que sí, coño. — Afirmó levantando la voz. — Anda, mueve el culo y vuelve a trabajar.

— 10-4 — Preocupado, se dio la vuelta, camino al primer piso de comisaría.

Conway soltó el aire que estaba conteniendo y se permitió calmarse por unos segundos.

Cuando reunió valor, abrió la puerta lentamente, como si aquello fuera una película de terror y el asesino dentro de la habitación estuviera esperando a que Conway abriera la puerta por completo.

Y sin necesidad de algún asesino, a Conway casi le da un paro cardíaco al ver una segunda carta sobre su escritorio.
Como la primera vez, cerró la puerta con el pestillo puesto, se sentó sobre su silla y examinó la carta con la mirada, no iba a mentir, tenía miedo.
Miedo de qué podría decir aquella carta, miedo de qué podría haberle querido decir Gustabo que no se lo podía decir a la cara.

En la primera carta descubrió que Gustabo guardaba sentimientos hacia él, cosa que le costaba creerse, pero ¿qué sentido tenía que le mintiera con aquello? Exacto, ningún sentido. Y por alguna extraña razón, aquello le generaba una calidez inexplicable en el pecho.

Abrió el sobre de papel nuevamente, sacando aquella hoja arrugada que se resguardaba en él.

"Mi querido Jack
Después de escribir la primera carta me quedé pensando ¿Qué se supone que se dice en este tipo de cartas? Y es que yo en la vida había escrito una, ya se lo dije, no me va todo este rollo. Pero supongo que le tendré que contar cómo empezó todo esto de los... sentimientos.

La verdad es gracioso, todo empezó con nuestra "tensión" por decirlo así, empezó por aquellos insultos que yo sabía que no iban en serio, por aquellos porrazos, por decirlo de alguna forma, todo empezó por una atracción sexual.

Lo que no entiendo, es como esa atracción comenzó a convertirse en amor, amor por usted y por todos sus pequeños detalles.
Simplemente pasó, de un momento a otro empecé a desear más de esos roces que me dejaban sin aliento, aunque probablemente usted nunca lo notó, siempre tiene la cabeza en otro lado, por no decir que en su trabajo (debería tomarse un descanso, hombre).

Pero bueno, hoy le vuelvo a preguntar cómo está, sigo esperando que esté bien.
Yo estoy de maravilla, aunque con un poco de miedo, no le voy a mentir.
Nunca pensé que el gran Gustabo García acabaría así, en un hospital, esperando la muerte sin haber vivido lo suficiente.

Le voy a contar un secreto, pero no se lo diga a nadie ¿vale?
Horacio y yo tenemos planeado escaparnos esta noche, no por mucho, solo queremos salir a divertirnos un rato, así que tengo que estar preparado, si me permite, tengo que dejarle aquí, hasta la próxima carta, Jack.

PD: le sigo queriendo."

¿Y cómo no se iba a acordar de aquella huida? Sonrió al recordar cómo él mismo los perseguía en el patrulla.

Resulta que Conway estaba de guardia en la puerta del hospital cuando vio como dos personas escapaban por la ventana.
Nadie puede describir como de furioso se sintió el superintendente cuando los reconoció.

Los dos amigos no pudieron contener la risa de los nervios mientras escapaban a la seguridad del auto de Horacio, el cual salió pitando hacia ningún lugar, esperando perder el patrulla del superintendente. Como en los viejos tiempos.

Conway volvió a guardar la carta en el sobre y luego en el cajón en el que se encontraba la primera carta. Tenía una sonrisa de oreja a oreja en el rostro, aquel recuerdo le había hecho feliz, más de lo que le gustaría admitir.

My dearest, Jack  [INTENABO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora