Testamento

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Me acabo de despertar de mi larga siesta, la habitación está totalmente oscura, ya es de noche, me levanto tengo mi cuerpo abatido como si me hubiera atropellado con un camión, mi alma está un poco más tranquila aunque sigue el dolor intacto como si el mundo esta encima de mi, como toda la mierda que he echo hasta hora se me esta devolviendo y con razón. Tocan la puerta.

Catalina: — ¿Si? ¿Quién es?

Mucama: — Señorita, la cena ya esta en la mesa.

Catalina: — Bueno, ya voy.

Voy hacia el baño me lavo la cara, me miro en el espejo por unos segundos, tengo las ojeras muy marcadas, el brillo de mi cara se apago, bajo las escaleras con total lentitud el cuerpo tanto como las piernas me pesan. Me siento en mi lugar, la comida ya estaba servida, como sin ganas el estómago se me cerro, estoy cansada abrumada por toda esta situación de mierda, la muerte de mi papá fue lo que menos espere, perdí tantas cosas y gane muchas, pero perderlo a él es como si se perdió una parte de mi muy importante, él siempre estuvo a mi lado acompañándome en cada paso y ahora ya no esta, todo cambio.

Suena mi teléfono una y otra vez, son las seis de la mañana, odio levantarme temprano me pone de muy mal humor, si alguien llama esta hora es porque debe ser algo muy importante, decido en atender.

Catalina: — ¿Hola? — Pregunto media dormida.

Sabrina: — Hola Cata, soy Sabri. Te llamaba para avisarte que ahora a las siete nos reunimos con los abogados por el testamento de papá.

Catalina: — Uff...ok. Bueno, en un rato estoy allá. — Digo algo fastidiosa.

Sabrina: — Bueno. Chau.

Catalina: — Chau.

Me doy una buena ducha caliente, salgo envuelta en toalla, voy hacia el vestuario y elijo un top y una pollera entallada hasta las rodillas en celeste pastel. Me cambió, me maquillo, me pongo los zapatos, recojo mi cartera y mi saco y salgo.

Mucama: — Buenos días señorita, ya preparo el desayuno.

Catalina: — Buenos días. No, no hay problema. Voy a la casa de mi papá. — Doy una pausa porque ya no esta y suena raro no llamarlo como tal. — Voy a desayunar allá.

Timur: — Buenos días, señorita. ¿Saldrá?

Catalina: — Si, prepara la camioneta. Iremos a la casa de mi padre. — Otra vez lo menciono y me hace sentir mal, pero es inevitable.

Timur: — Bien, voy enseguida.

Timur ya preparo la camioneta y nos fuimos a la casa de mi padre, es difícil no llamarla así era su casa en donde nos arropo, nos amo y nos crio, volver a que un día fue mi hogar es mu melancólico porque viví los mejores momentos de mi vida, que dan suspendidos en cada rincón de la casa recuerdos hermosos. Llegamos, se abrió la puerta y salió un vientito desde adentro con un olor de hogar, pero ya no es lo mismo sin él.

Casilda: — Hola niña. Buenos días. — Dice con dulzura, la santiagueña.

Catalina: — Hola, buenos días Casilda.

Casilda: — Las chicas ya se encuentran en la sala de reuniones.

Catalina: — Bueno. Gracias.

Voy camino hacia la sala de reuniones, abro la puerta todos se dan vuelta y me miran, Melina se encuentra en uno de los extremos de la mesa larga, cerca de ella se encuentra un lugar vacío y me siento.

Catalina: — Buenos días. — Doy un saludo general. — "Buenos días" dicen todos respondiendo a mi saludo.

Ya estamos todos reunidos, en la larga mesa todos mantienen un silencio y miradas de incomodidad. Hasta que uno de los abogadas se decide por hablar.

Las Cuatro ReinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora