1. Nuevo miembro del Shinsengumi.

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Nos situamos a finales del periodo Edo o, como también es conocido, periodo Tokugawa. Una época en la que los samuráis y el shogun era algo que destacaba. Si nos damos cuenta, todos los samuráis eran hombres. ¿Acaso las mujeres no podían serlo también? En aquella época era algo muy mal visto.

Todos consideraban que las mujeres sólo servían para tener hijos, ser buenas esposas y cuidar la casa, es por eso que se educaban a las chicas con esa mentalidad. Aquello era como una regla, pero llegaría el día en que alguien la rompería. Así es como comienza nuestra historia.

Alguien había entrado en una casa, parecía ser un vecino de ésta. Caminaba con mucho sigilo por los pasillos, todo estaba en completo silencio, hasta que éste se rompió con el llanto de algún niño pequeño.

Tras escucharlo fue corriendo al lugar de donde procedía aquel sonido. Cuando llegó vio a una niña, de pelo corto y color café, de grandes ojos castaños.

La pequeña no paraba de llorar, estaba cubierta de sangre. ¿Estaba herida? El hombre se acercó a ella, bastante preocupado, palpándola con suavidad para comprobar si había algún lugar de su cuerpo donde salía toda aquella sangre, pero parecía que no.

— Dai, ¿qué ha pasado? ¿Por qué estás cubierta de sangre?

— Unos samuráis... Entraron y... M-mataron a mamá...

Decía aquello mientras lloraba a más no poder. A penas se la entendía, pero tampoco necesitaba escucharla para saber lo que había pasado. Allí yacía el cuerpo sin vida de la mujer.

La castaña no podía más y acabó por abrazarse a aquel hombre. Lo conocía desde que tenía uso de razón, es por eso que aquel muchacho era como de su familia.

{ ••• }

De repente, Dai comenzó a escuchar voces. ¿Qué se supone que era? Abrió los ojos y tan sólo fue un simple sueño, en el que recordaba su pasado. Un pasado que, aunque quisiera olvidar, era algo que se encontraría dentro de su cabeza por siempre.

Había despertado y lo primero que vio fue a un niño pequeño, de pelo negro y ojos castaños con una amplia sonrisa.

— ¡Dai-senpai! ¡Despierte! ¡Me dijo que hoy me entrenaría!

— Sí es cierto, te lo prometí, Hōtarō-kun. Espera fuera, me pongo la ropa y voy contigo. ¿Está bien?

— ¡Sí! ¡Seré el mejor samurái de todo Edo! ¡Ya verá!

La muchacha sólo pudo reír. Por muy mujer que fuera, se tenía que hacer pasar por un hombre. Todo el mundo creía que era un simple muchacho que vivía en aquella casa desde que tenía siete años.

Actualmente tenía el pelo muy largo, por lo que se cogía una cola y la ataba con un pequeño lazo. Llevaba una yukata de color roja y los pantalones de ésta de color blanco. La muchacha salió al patio y se dirigió con el niño al dojo que tenían. Allí comenzarían sus prácticas.

Ambos "muchachos" practicaban sin cesar, hasta que una joven y hermosa muchacha morena se acercó a ellos con una bandeja, en la cual había dos rodajas de sandía.

— Dai-sama, Hōtarō-kun, no deberían de esforzarse tanto en los entrenamientos. ¡Es verano! Morirán de calor... — dijo hablando con total respeto al encontrarse delante del niño.

— Yuko-chan, está exagerando. Dos hombres como nosotros debemos de practicar siempre. ¿Qué pasaría si no nos hacemos fuertes? ¡No os podríamos proteger! — respondió siguiéndole la corriente.

— Dai-sama, no sea estúpido... Ahora descanse y tome algo de sandía. Sé que le apetece.

— Sí, tienes mucha razón, Yuko-chan.

Nunca te fíes de las apariencias. [ EDITANDO ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora