4. Herida.

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Tras muchas horas durmiendo, poco a poco, Dai fue abriendo lentamente los ojos.
Intento sentarse sobre el futón, pero casi le fue imposible hacerlo por los vendajes que tenía. Sentía un gran peso sobre su pecho por el dolor de la herida. Casi se le olvidaba, no estaba acostumbrada a ello, se miró los vendajes, con una pequeña mancha de sangre.
Se pasó lentamente una mano por el pecho, cuando levantó la vista, pudiendo comprobar que había alguien más en la sala.
Parpadeó varias veces, frotándose los ojos con las manos y vio allí a Harada, esperándole con una pequeña bandeja, con una taza de té verde y unas pastas.

— Ya era hora de que despertaras. — comentó con una leve sonrisa el del pelo cobrizo.
— ¿Qué haces aquí, Harada-san? — preguntó con curiosidad.
— Tu tío me mandó aquí para que te cuidara, ya que... Soy el único que sabe de nuestro secreto — rió mientras le guiñaba un ojo.

Dai no pudo evitar soltar una leve carcajada, dándole  con suavidad con el puño en uno de los brazos al muchacho.
Justo en ese instante abrió la puerta una persona, se trataba de Hajime Saito. Como siempre, educado y con su semblante serio, dijo unas palabras con un fino pero a la vez exigente tono de voz:

— Harada, Kondo quiere hablar contigo junto a Hijikata, será mejor que vayas rápido, hablan de algo importante.
— Sí, ahora voy — se levantó del suelo y fue saliendo por la puerta, no sin antes despedirse con la mano de Dai.

La muchacha permaneció sentada sobre el futón, tragando un poco de saliva mientras observaba al muchacho  de pelo oscuro, recogido con una larga coleta que caía sobre un de sus hombros. Seguía situado en la puerta, mirándola con indiferencia. Realmente imponía demasiado, pero, obviamente, detrás de un hombre tan frío seguramente se escondía una persona blanda, aunque de eso no podía estar segura al cien por cien.
La joven hizo el esfuerzo por acercarse a la bandeja para coger la taza de té, cuando Saito fue hasta ella, agachándose y sentándose de rodillas en el suelo, como hacía cualquier japonés para sentarse sobre el tatami, y le dio la taza a la chica.
Ésta, un poco sorprendida, la cogió con suma delicadeza, asintiendo con la cabeza como forma de agradecimiento, dando un pequeño sorbo de la taza.

— ¿De qué conoces a Izumi Yamashita? — preguntó con total indiferencia.

En ese momento estuvo a punto de escupir lo que había bebido de té en todo la cara de Saito, pero Dai se contuvo, tragando con fuerza la bebida, de tal manera que seguramente el joven lo había escuchado.
Ella, simplemente se sentó de la manera más cómoda posible sobre el tatami, soltando un largo suspiro mientras pensaba cómo decírselo.

— Le conozco... Porque era mi mejor amigo en la infancia.

Saito se quedó en silencio y era más que evidente no hizo ninguna clase de gesto o mueca de sorpresa o desagrado. Simplemente prosiguió con la conversación que comenzaban a mantener ambos.

— ¿Y cómo es que acabó con los Mori?
— El pasado da muchas vueltas, hace que hagamos locuras en el presente y que nos arrepintamos en el futuro. Él, sin duda, se encuentra en un presente del que no es consciente. Intenté que entrara en razón, pero no pude. Muchos factores de su pasado hicieron que cambiara y tomara las decisiones incorrectas, por eso acabó uniéndose a un clan como ese — sentenció sin más, entrecerrando los ojos y degustando el té.

El samurái tan sólo asintió levemente con la cabeza, llevándose una mano a la barbilla un poco pensativo.  Acabó por levantarse del suelo, haciendo una leve reverencia antes de abrir la puerta.

Nunca te fíes de las apariencias. [ EDITANDO ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora