Capítulo 2

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Yo sonreí ampliamente, sorprendido por las primeras palabras que ella me dirigía directamente sin siquiera un atisbo de formalidad.

—No —dije con algo de cinismo —yo te lo invité.

A pesar de su aspecto juvenil en ese momento lanzó una risa serena y discreta, mas bien propia de una mujer madura, en una breve pausa donde nos quedamos sin palabras, nos miramos, nos reconocimos y nos acoplamos, fue apenas un segundo, de alguna manera siniestra la barrera de la edad se terminó.

—Bien —dijo levantando las cejas, al tiempo que se quitaba los lentes —te invito un café.

Yo reí mientras negaba con la cabeza, y respondí poniendo algo de reto y sarcasmo.

—Y, ¿Cómo piensas pagarme? —agregué con tono mordaz —lo del plan de estudios.

Ella levantó ligeramente el mentón con una sonrisa traviesa, mientras debatía las posibles respuestas.

—Ya veremos.

Yo sonreí mofándome, pues, de momento, en el juego de palabras había tomado la ventaja.

—¡Ya!, por ahora, me tengo que ir, ¿te quedas?

Dije tomando mi morral y levantándome con prisa, al mirarla esperando la respuesta, me di cuenta, un sentimiento paradójico de culpa y triunfo me embargó, desde el principio le habría hablado de "tu", sin mas protocolo ni respeto, supongo que parte de mi culpa fue evidente, de súbito ella se irguió y me sonrió, y con una voz remota se dirigió a mí mientras bajaba la vista a sus documentos.

—Será otro día pues.

No supe si debía disculparme, o solo despedirme tal fuera mi amiga, o mi profesora, por un par de segundos la miré abstraída en el escritorio mientras recorría documento a documento apuntando con desdén aleatorio en uno y otro, quizá ese fue el momento, tal vez lo debí dejar pasar, pero no pude.

—Pero —dije con autoridad —te lo voy a cobrar.

Ella se detuvo mientras veía los papeles y me miró con una sonrisa, a través de los lentes cuadrados.

—Bien —dijo sin dejar de sonreír —será después.

A partir de ese momento ya no la miré, tomé mis cosas y salí prácticamente corriendo, mientras recorría los pasillos miraba las farolas que por primera vez veía prendidas, su color amarillo fluorescente me pareció desconocido y lejano a mi realidad, en lo que parecía un laberinto de entradas y salidas, subía y bajaba escalones y retomaba a izquierda y derecha, tratando siempre de aparentar una seguridad que ni lejanamente tenía, así al final de un retorcido camino al fondo de un pasillo se distinguía la entrada de vidrio plomado que en letras estilizadas denunciaban la biblioteca, no sé si por ser la misma de día y de noche pero finalmente me sentí a salvo, mas cuando al dirigirme a mi rincón preferido encontré a Lisie y Damián tomados de las manos pero con la mirada adusta y seria.

—¿Problemas en el paraíso?

Dije mirándolos alternativamente, a lo que contestaron con una mirada de fastidio, arremolinándose en su silla y liberando espacio en la mesa para poner mis cosas.

—No es justo Eliseo —Dijo Lisie aventando su morral —ustedes no ponen de su parte —dirigiéndome una mirada dura y seria —si no les estoy apresurando no terminan los trabajos, no son capases ni de hacer los trámites de la escuela —dolida y triste me miró mientras se recargaba en el pecho de Damián —yo no me pienso quedar hasta que salgan, ya no hay nadie ni en la biblioteca.

Por un breve espacio nos miramos unos a otros, bajando la vista y recorriendo una y otra vez con la mirada la biblioteca, que efectivamente estaba medio desierta, aunque, cabe aclarar, nunca había mucha actividad, luego de un denso silencio buscamos cada uno como relajar, un poco el ambiente, y al tiempo que ellos guardaban sus cosas yo preguntaba sin mayor énfasis por los profesores y las asignaciones, ellos a su vez respondían lejanamente, separados del tema y casi eludiéndolo, mas bien distante constantemente me dirigía uno y otro, con tristeza.

Hace Tres AñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora