II. Pesadillas e incógnitas

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Como un lienzo pincelado con tonalidades rosas y naranjas, el cielo se apreciaba de forma hermosa ante los celestes ojos de un lobo de cabello rubio. Su respiración calmada y sus manos frente al fuego indicaban que, pese a toda la atrocidad que había vivido en menos de tres días, estaba bien. Algunas lenguas de fuego se acercaban al color amarillo, por lo que no podía dejar de relacionarlo con su hermano menor y con las cosas que había hecho a lo largo de su vida.

Una bandada de aves pasó canturreando sobre su cabeza y recordó al grupo de Gaven. A su mente llegaron aquellos días en los que comenzó a pasar tiempo con ellos para olvidar la existencia de Erik. Aunque la pandilla también lo ayudaba a darle "su merecido" al menor de los Keller.

Su mano apretó el cristal de luz hecho por August con el que hizo el fuego. De su boca salió un siseo cuando sintió un afilado dolor en el lugar presionado, dándose cuenta que sin querer, se había cortado la palma de su mano.

Dejó suavemente la preciosa piedra en su pierna izquierda y miró el área afectada, notando como su sanación sobrenatural cerraba con eficiencia la herida, dejando fuera todo rastro físico de ella, ni siquiera una cicatriz quedó al aire. Se limpió la sangre que estaba en la palma de su mano y miró el cristal con el que se lastimó. Sacó de su bolsillo el otro que guardó y a su vez, a Lerh.

Acarició al peluche con suavidad y posó su vista en las piedras hechizadas. Ahora que estaban cargadas en su totalidad con energía solar, poseían un tono blanco, pero, por lo general eran celestes. Sabía que debía utilizarlos en la noche, ya que estando en el bosque, estaría a merced de los damnurians; tenía que pensar en algún plan para aquello, porque nunca había escuchado de alguien que consiguiera matar a uno, sin embargo, su prioridad era sobrevivir, y arreglar las cosas con la persona que más amaba, y que en su momento, que más lo amó.

Apagó el fuego y se puso de pie, debía conseguir un buen árbol para descansar por esa noche, sus ojos pasaban con velocidad de un lado a otro, corriendo hasta un río. Notando que no lograba encontrar algo que pudiera servirle, sacó sus garras lupinas y subió un gran pino para tener una visión más amplia de su entorno. El verde del lugar era uniforme, no alcanzaba a apreciar algo de valor.

Todo parecía seguir así, hasta que algo llamó su atención. En la lejanía, casi al final del verdoso lugar, un manto blanco se apreciaba, y en medio de éste, un rojo opaco saltó ante sus ojos. No era más alto que los demás árboles, precisamente por eso no lograba notarlo a simple vista.

Lorent sentía que en algún sitio había visto ese árbol, por lo que, guiado por su curiosidad, saltó desde la altura en la que estaba y comenzó a correr entre el bosque para llegar a su destino. Mientras más se acercaba, lograba percibir una sensación extraña, no era incomoda o inquietante, sólo era ese sentimiento de conexión que se iba generando en su corazón.

Pasar del verde al gélido blanco no fue muy incómodo para él, por su condición de lobo no se veía afectado ante los bajones de temperatura.

Cuando llegó al lugar, supo que había encontrado lo que necesitaba. Frente a él se hallaba un tronco de fuego, o árbol de las tres, como lo conocían las brujas.

Era una planta sobrenatural que no sólo funcionaba como medicina, sino que absorbía la oscuridad de las personas, ayudando a las distintas criaturas de su entorno. Era una planta sagrada de purificación. Los celestes ojos del lobo notaron que tenía algo medio tallado en su superficie, era una triqueta.

Lorent se acercó a él y sacudió un poco la nieve que estaba cubriéndolo, confirmando que quien fuese el ser que talló dicho símbolo ahí, no lo hizo bien. Apreció más de cerca la planta, notando que sus lianas y enredaderas también poseían ese tono rojizo apagado. Sus hojas parecían moverse con el viento, aún cuando no hubieran corrientes de aire.

Lorent © |Complemento 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora