DIECISIETE

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Conrad sale del baño y sin preguntar, se acerca a la pared tapizada de fotografías. A pesar que mamá y papá ya no están juntos, ellos decidieron dejar la casa como siempre, seguro creen que así causaran menos daño pero cualquier daño hacia mí, ya fue hecho. Las fotografías siguen intactas, supongo que ella tampoco quería conservar ningún recuerdo de su vida como mujer casada.

— ¿Esta eres tú? —Pregunta señalando una fotografía donde estoy sentada bajo un árbol, en algún parque—. Vaya, no has cambiado nada. ¿Cuántos años tenías?

—Como unos siete años —respondo, observando esa fotografía. Recuerdo estar feliz con mi nueva camiseta de Mickey Mouse. Papá dijo que probablemente era una camiseta para niño pero a mí no me importaba. Me gustaba mucho.

Él señala otra fotografía en donde estoy vestida de flor. Fue la flor numero dos para una presentación cuando tenía diez años. —Eres actriz también, vaya —claro, se está burlando pues aparezco con todos los niños y yo estoy al fondo, con cara seria.

— ¿Puedes dejar de husmear mis fotografías?

Me ignora cuándo frunce el ceño y se acerca a una que está hasta arriba de la pared pero gracias a su altura, no tiene que estirarse — ¿Ese es Matt Brown?

Ah... esa famosa fotografía. Debería quitarla. —Em, sí.

Voltea a verme confundido. — ¿Lo conocías desde hace tiempo? ¿Por eso le dijiste eso de dormir en la misma cama?

Suelto un suspiro ruidoso. —Ya deja esa tontería. Y ya que eres un chismoso, sí. Éramos niños y cuando teníamos como tres años dormimos juntos pero éramos unos bebes, deja eso ya.

Debería pensar mis palabras antes de decirlas. Para mí, en ese momento, no fueron malas. Realmente le estaba recordando a Matt que básicamente crecimos juntos. No me refería a nada más.

Conrad niega sorprendido. —Interesante.

Deja caerse cómodamente en el sofá, como si ya hubiera venido a esta casa antes. Como si fuéramos amigos. Irónicamente la última vez que Matt estuvo aquí se veía tenso y calculaba cada movimiento a pesar de conocernos desde siempre, mientras que Conrad estira las piernas tanto que su rodilla topa mi pierna pero él no se mueve. Yo me corro un poco para separarnos.

—Bueno, vamos a dar el paseo que querías. —Honestamente, lo estoy echando respetuosamente.

Me pone nerviosa pero no porque sienta que puede hacerme algo malo, es solo que... no sé. Nunca había con un chico en mi casa, y es como si, entre más tiempo pasamos juntos sin nadie al redor, más comienzo a sentirme boba.

A ver, no es que me derrita por él pero sí, al final del día este chico es guapo y hasta el momento no se ha comportado como el cretino que es en la escuela.

— ¿Tienes hambre? —Pregunta tomando la bolsa con sus compras—. ¿Quieres esto?

Sonrío. —Son tuyas, no robaré tu comida.

Se encoge de hombros. —Da igual, ¿Quieres? Ah, espera. Seguro tu paladar solo come comida orgánica y vegana. Eres una de esas, ¿no?

Ruedo los ojos. —Cállate —me pongo de pie—. ¿Quieres una Coca Cola?

Esto es demasiado extraño por cualquier ángulo que lo vea. Conrad, ese chico fastidioso de la escuela está conmigo dentro de mi casa y aquí estoy, ofreciéndole una Coca Cola.

Asiente. —Claro —hace una pausa—, ¿Cuál es tu película favorita? —pregunta mientras yo me dirijo a la cocina para preparar las sopas instantáneas.

Iba a preguntarle para que quería saber eso pero en su lugar le respondo: —Se llama La Hija de la Guerra, ¿Por qué?

Él camina hacia la cocina y le entrego la lata de Coca Cola que destapa automáticamente y le da un sorbo. —Veámosla.

UN CASO PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora