Capítulo 7

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No durmió absolutamente nada. Y era extraño, demasiado extraño.

La mañana del quince de febrero fue estresante, mucho más que cualquier otra mañana.

Cambió su pijama por algo de ropa decente, luchando por contener los gritos nerviosos y emocionantes que quería soltar. Sólo había alguien gobernando su mente en este momento; probablemente el omega más hermoso de todos, Draco; la persona que le hacía querer tirarse de un barranco solo porque este le sonreía.

Quizás no de una manera tan exagerada.

No se detuvo a esperar para desayunar con sus padres, ni siquiera tuvo la paciencia que se necesitaba para quedarse en casa y desayunar.

Corrió a través del centro del pueblo, directamente hacia el puente, esperando que ese día Lucius Malfoy estuviera de buenos ánimos para dejar entrar a su Mansión al inepto que quería darle una respuesta su hijo.

Sin embargo, a pesar de que el señor Malfoy no se encontraba en casa, no se le dio permiso a entrar.

—No puede recibir visitas en este momento —dijo un hombre, alto y fornido, que con solo usando el meñique lo saca volando a la otra punta del mundo, vistiendo un traje negro y camisa blanca. Era uno de los guardaespaldas, y era realmente extraño encontrarse a uno por dentro de la Mansión—. Esta algo... ¿débil?

—Necesito verlo, por favor —suplicó, y estaba seguro de que sus rodillas faltarían y rogaría porque lo dejaran entrar—. De verdad que necesito- Hice una promesa.

—Lo siento, pero mi deber esta por sobre cualquier promesa que hicieron un par de-

—¡Señor Potter! —exclamó una voz por detrás de él, logrando que Harry se girará de inmediato.

Regulus estaba ahí, y parecía estar regresando de una larga, muy larga jornada de trabajo. Aunque eso no tenía micho sentido, porque era incontrolablemente rico, así que dudaba mucho de que necesitará un trabajo.

El guardaespaldas se tenso de repente, haciéndose a un lado con las manos detrás de su espalda.

—¿Qué hace aquí? Draco comentó nada sobre una posible visita hoy —dijo el omega, mirando divertido hacia el guardia, que se inclino para abrirle la puerta—. Muchas gracias, caballero —Harry se pego a él, esperando que el guardaespaldas no le pillara colándose, que estuviera demasiado distraído con Regulus como para notarlo—. Viene conmigo, no te preocupes, Chad.

Y eso fue suficiente para que ese hombre se quedara quieto, como una de esas estatuas de las que le hablaba Draco, de esas que veía en los álbumes.

—Draco ha estado algo enfermo desde anoche —dijo el mayor, lanzando una breve mirada hacia la cocina, luego se dirigió a las escaleras—. Lo encontré llorando a la medianoche y me hablo de ti. Quizás se moleste porque prometí no decir nada... ¡Pero estaba cruzando los dedos, así que no cuenta!

Harry quiso reír, pero probablemente Draco también se molestaría con él por haber sido una especie de cómplice.

—Puedes ir a su cuarto. Diana debería estar intentando ponerle el corsé —murmuró divertido, poniendo los ojos en blanco durante unos muy poquitos segundos—. Es mismo cuento de siempre. Pronto se empezaran a escuchar los...

—¡Déjame en paz!

—...gritos...

Harry sonrió inconscientemente, pensando en que la voz de Draco era muy bonita al gritar, como un chillido y una voz firme por detrás. Lo había escuchado gritar antes; a Pansy, por ejemplo. Pero nunca se había detenido a pensar en lo bonito que se escuchaba. O quizás solo era parte de la principal fase de enamoramiento

In the november rainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora