12 | Puedo hacer todo lo que él nunca hizo

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Un par de coches de carreras chirriaban calle abajo, sacudiéndose esporádicamente. Las bocinas resonaban detrás de los costosos vehículos con cada aceleración. Su velocidad era tanta, que incluso los ojos de sus espectadores no podían captar por completo su movimiento.

Entre el ruido de los motores y el sonido del acelerador, Mikey no tenía tiempo de pensar en nada más que no fuese eso. Y estaba seguro de que si bajaba la velocidad, además de perder la carrera, podría escuchar con calma los problemas a su alrededor, conocer a quienes rodean su mundo, y percatarse de que debe tomar una decisión. Y decidir, no solo se trataba de un pequeño cambio, o una vuelta espontánea, sino dar una vuelta completa de 180 grados. Pero bajar la velocidad no es quedarse quieto y soportar la mierda de forma lenta; implica tomar tiempo necesario para decidir cómo y cuándo trabajar de la mejor manera. Y es algo que Mikey se reusa a entender. Mikey sabía conducir coches de carreras. Porsupuesto que lo hacía. El hecho de que solo perfeccionara sus habilidades cuando necesitaba distraerse no significaba que no supiera cómo hacerlo. Era un Sano, después de todo, no hay nada que un Sano no pueda hacer, o conseguir.

Uno de los vehículos brillantes entró escandalosamente en el estacionamiento del tramo final, deteniéndose demasiado rápido para encontrarse rodeado de una serie de otros autos lujosos, antes de que el segundo vehículo lo alcanzara. Se convirtió en el primero en llegar, quedando así como el ganador.

Mikey ni siquiera se molestó en esperar a que el humo se disipara antes de que la puerta del conductor se abriera de golpe, y salió, con las manos en los bolsillos y despreocupado. Estaba relajado. Nada como una buena competencia para despejar la mente. O por lo menos un débil intento de ello.

El segundo auto estaba llegando, y poco tardó en tomar lugar perfectamente para que su conductor bajara del coche con una sonrisa descarada en el rostro. Un hombre de cabello plateado, con una apariencia escandalosa y unos ojos lilas que encandilaron a Mikey antes de que pudiera voltear los ojos con desagrado. Su hermano fue el segundo lugar, como de costumbre; sin embargo no parecía importarle, y eso hace sentir desconfiado a Mikey por primera vez.

— ¿Qué ocurre? Nunca estás interesado en este tipo de cosas. Normalmente solo rompes algunas cosas cuando estás molesto... — Izana suelta, sin anestesia justo al punto esencial de Mikey.

— Igual a ti cuando pierdes ¿Qué cambió? — Dice Mikey, su casco a quedado en algún lugar del suelo y esto le permite tener ambas manos libres por si la situación amerita estrangular al de cabello plata. —¿Qué te hace tan feliz últimamente?

Izana desvía la mirada hacia otro lugar, ignorando la pregunta de Mikey sin disimular. O eso es lo que piensa Mikey, cuando la voz de Izana suena en sus oídos antes de que se aleje hacia la salida de la pista.

—No se lo digas a nadie, pero creo que las cosas irán mejor para mi pronto. ¡He encontrado una mina de oro!— Confiesa con una sonrisa, y se ríe de forma tan natural y genuina que Mikey cree que está escuchando una grabación de su risa cuando era pequeño.

La sonrisa que hay en Izana no le deja una sensación de tranquilidad a Mikey, sino todo lo contrario. Porque si ese psicópata se está riendo de esa forma y hablando de cómo le irá mejor, nada bueno puede puede venir detrás. Quizás por primera vez este día una fuerte sensación de temor se hundió en sus entrañas.

Mikey estaba apunto de responder, pero las palabras se quedan en la punta de su lengua con desesperación cuando la temible voz de su padre suena a su costado, tomándolos por sorpresa a ambos.

Y la sonrisa de Izana desaparece en ese instante. Se borra de sus expresiones en menos de un segundo cuando los ojos lilas de su padre chocan con los suyos. El mismo tono en ambos orbes, pero cada uno con un diferente brillo y porte.

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