10 | Si fuera tú, vendría conmigo esta noche

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Izana es un hombre siniestro. Un tipo al que no puedes simplemente acercarte y fingir interesarte en tener una conversación más allá del interés económico en sus tarjetas bancarias. Él se percataría en menos de lo que tus palmas se encuentran en el suelo pidiendo disculpas.

Izana siempre fue un niño muy inteligente, y conocía conceptos "adultos" que para su edad resultarían preocupantes. Y el día que conoció a su padre, el momento en el que sus brillantes ojos de niño perdieron por completo su inocencia, conoció tanto, palabras y situaciones tan a fondo, que logró grabar cada una de ellas en lo más profundo de su cabeza. Conocimientos que un niño no debería resguardar bajo una corteza de ira y rencor.

Izana pensaría en cada uno de estos conceptos, e inmediatamente el rostro desconsolado de su madre aparecería en sus recuerdos. La verdadera mirada de la envidia y el despecho la tenía ella.

Solo supo el porqué de aquellos ojos una vez que conoció a su padre.

Un día común, cuando en su hogar no habitaba más que el silencio que podría a su jóven mente, el hombre en cuestión apareció, el culpable de las tristezas de su madre. Y no tuvo que pensar en ninguna razón más para aborrecerlo, pero al mismo tiempo admiralo, e intentar buscar su cariño por todos los rincones existentes.

Izana intentó alcanzar un elogio con la sangre brotando de sus uñas y bolsas de ojeras bajo sus ojos marcados por el cansancio. Él sabía que ser hijo de una mujer de una noche no lo colocaba en una posición relativamente buena para ser visto por su padre.

Aún así, Izana no se cansó de fracasar.

No se cansó de ser rechazado una y otra vez por su padre, un hombre con esposa e hijos. Un sujeto de traje y corbata impecables que ni siquiera le dirigió la mirada a Izana una vez que lo dejó a su suerte en la enorme casa de los Sano. Junto a sus hermanos, quienes si eran vistos con cariño.

E Izana creció de esa forma. Como un hijo no legítimo. Un heredero de promesas; un niño que no fue amado por nadie.

Lo único que ha hecho toda su vida es tener que esforzarse el triple que Mikey, que Emma e inclusive que Shinichiro, quienes evidentemente nacieron con un apellido plantado naturalmente bajo un pedestal.

Un apellido que el tuvo que ganarse. Tanto en la mejor como en la peor forma posible.

Los ojos de Izana están marchitos. Como joyas que no han sido pulidas a la perfección, opacas y sin brillo. Cubiertas por una gruesa y molesta capa de envidia que carcome sus núcleos para hacerlas cada vez menos deseables a la vista crítica.

Izana heredó los ojos de su madre.

Pero Él, en cambio, no va a quitarse la vida como un perdedor, va a buscar venganza.

Izana sonrió sin gracia, la oportunidad perfecta estaba apareciendo frente a sus ojos: Hanagaki Takemichi.

Finalmente Dios ha volteado a verlo.

— No es lo que crees, Emma y yo simplemente...

A cada paso que Izana daba en dirección a Takemichi, este retrocedía también, una y otra vez demaciado asustado como para percatarse de que no llegaría a ninguna parte. Takemichi retrocedió hasta que su espalda se golpeó contra la pared detrás, sus ojos buscaron auxilio por todos lados, con una angustia y vergüenza que nunca antes experimentó.

—No me interesa.

Takemichi finalmente se permitió ver a Izana con sorpresa, sus palabras no encajaban con su rostro. Sus ojos mantenían un pequeño estrago de brillo que nunca antes estuvo ahí. O que tal vez, si lo estuvo, escondido debajo y bien oculto.

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