Desdichados

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La multitud no tardó en rodear a Oliver para darle una agasajadora bienvenida. Él aceptó todo con gusto. Besos, abrazos, charlas infinitas. Después de vivir tanto tiempo en soledad, sin compañía de ningún otro vampiro, sintió como si volviera a su casa luego de un largo viaje. Había vivido más años con ellos que con su propia familia en el campo, al norte de Inglaterra. Se había convertido en todo un londinense gracias a lo que esos vampiros le habían enseñado... y él se sentía más de Londres que de cualquier otro sitio.

«Nunca me vuelvan a sacar de aquí», pensaba. Además, los vampiros eran criaturas gregarias. Estaban hechos para vivir en comunidad. Vincent recordaba que al principio, cuando recién se había separado de los suyos, sentía que si no lo mataba el Anciano, entonces lo haría la soledad. Ahora eso se veía tan lejano que ya no dolía.

Hawke iba para el lado contrario. Muchos también se le acercaron a él. Fueron testigos de su dolor cuando se enteró de la muerte de Oliver, admiraron su valor y fortaleza para seguir adelante y guiarlos a pesar de haber perdido a su compañero. Lo felicitaban y se alegraban por él. Oliver había vuelto a su lado, ¡estaba vivo!

Estaba vivo...

Pero no volvió a su lado.

Ellos no sabían aún que él ya no era su compañero. Oliver era el compañero de Caroline.

De Caroline. No de él.

Hawke se sintió solo. Tan solo... ¿Por qué? ¿Por qué le estaba sucediendo eso? Oliver estaba vivo. Estaba vivo. ¡Estaba vivo! Esa pequeña, pequeñísima, esperanza se había vuelto realidad.

Pero era como si siguiera muerto. Su tiempo juntos había acabado.

Su mente y su cuerpo parecieron separarse, y no podía volverlos a juntar a pesar del esfuerzo. Caminaba como un autómata entre la multitud casi intentando escapar. Estar entre la gente sonriente lo asfixiaba porque él no compartía su felicidad y ellos no compartían su angustia.

Estaba tan abstraído de la realidad que ni siquiera se dió cuenta porqué llamó:

—¡Doctor Grey!

El cazador, que le susurraba algo a Priscilla, se dió la vuelta y lo miró con curiosidad.

Hawke sintió que su mente y su cuerpo volvieron a unirse, y dejó de sentirse ajeno a la realidad.

—¿Podría venir un momento, por favor? —le preguntó.

Grey y Priscilla se miraron con desconfianza, pero igualmente el doctor tomó coraje y caminó detrás de Hawke.

El vampiro no sabía exactamente si la charla que pretendía tener con él era una vía de escape o simplemente una forma de comenzar a ponerle orden a su vida. Algo así como un agujero abierto del pasado que debía cerrar.

Hawke abrió la puerta de su habitación e invitó al doctor a entrar y este lo hizo sin mostrar una mínima pizca de miedo. Casi parecía que la habitación era de él y no del vampiro.

Grey se sorprendió de lo prolija que estaba. Desde la cama, pasando por las repisas, la cómoda y el escritorio junto con sus sillas y todo lo que había sobre él. Todo estaba perfectamente ordenado. Hawke cerró la puerta para tener privacidad y silenciar un poco el murmullo de afuera.

—Por favor, tome asiento —lo invitó.

Así lo hizo Edward con una naturalidad soberbia. Como si se acomodara en el estudio de un amigo de confianza. Hawke se sentó del otro lado del escritorio pretendiendo lo mismo, porque él era igualmente un actor.

—¿No tiene miedo doctor Grey? —inquirió con curiosidad—. Está solo y desarmado en una habitación con un vampiro, y un par más al otro lado de la puerta.

El Don de la Sombra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora