VI

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En las pedregosas calles de Babel, el petricor se podía sentir a flor de piel. La lluvia en aquella tarde era reconfortante, no muy intensa y rejuvenecedora. El ligero sonido de la muerte de la tan lluvia contra el suelo era constante y tranquilizador. Un poco alejadas, bajo un toldo de piel, se encontraban Susan y Alex, sentadas en el frío y húmedo suelo de piedra que servía de base de la gran mayoría de construcciones de Babel, acurrucadas entre sí. Desde hacía poco más de unas semanas, no habían tenido tiempo para mantener un momento de intimidad, ya que estaban recolectando recursos a tiempo récord. Ahora que tenían un permiso de descanso, se permitieron un pequeño paseo a merced del rocío del cielo. Tras unas miradas sonrientes que dejaban ver tras sus pupilas las ansias de compartir momentos más románticos juntas, poco a poco una caricia llevó a otra, y éstas, llevaron a rozar sus finos y mullidos labios entre sí, fundiendo sus besos en una vorágine de pasión a medida que danzaban en busca de la una y de la otra. Ambas se entendían bien, y sus manos se rozaron para entrelazarse entre sí. El calor que desprendían hacía contraste directo con el gélido viento ululante de aquella tarde.

Entonces Susan recordó el momento. Aquel momento. Aquel día donde, atrapadas en aquel centro comercial, descubrió por primera vez el verdadero terror. La imagen traumática de Alex yaciendo, solo le hizo recordar el súbito pálpito de adrenalina que le otorgó una fuerza y determinación necesaria como para agarrar a su amada en brazos y escapar con ella. Tenía miedo, verdadero temor hacia la pérdida de su compañera.

Entonces, sus labios se separaron. Una fría mirada dejaba el rastro del dolor de aquel flashback. Alex percibió el cambio. La muerte de la ternura, y el resurgir de la incertidumbre. La desaparición de la tranquilidad, y la entrada libre del dolor. Tomó las manos de Susan, y se acercó a ella lentamente hacia su oído.

-¿Qué te ocurre, cielo?- Le susurró, levemente. Delicadas fueron sus palabras, suaves, sutiles, como el aleteo de una mariposa.

-No es nada, es solo que...-Calló, pero solo para no estropear el ambiente con preocupaciones que ella tenía que haber asumido hacía mucho tiempo. Desde el primer momento en el que decidió ser exploradora.

-¿Qué? Dime, soy tu compañera, puedes contarme lo que sea.-Le pasó su mano por sus mejillas, acariciándolas con ternura. Luego puso su mano en su mejilla izquierda, mientras que con la otra levantó la barbilla, elevando suavemente la mirada cristalina de Susan, quien la miraba avergonzada con lágrimas en los ojos. Tragó saliva, y apartó la mirada.

-No quiero de verdad que ninguna de las dos muera, Alex. No ahora que hemos empezado a vivir. No. Quiero vivir fuera, fuera de esta absurda tapadera de cristal.-Cada una de sus palabras contenía una rabia inusitada. Una rabia alimentada por los engaños de la sociedad de Génesis, las estresantes incursiones en busca del peligro, y la creciente guerra.

Alex guardó silencio durante unos instantes. Sabía lo que quería decir en ese instante, pero se calló para contemplar el rostro de su amada. La miró de forma serena, natural, desnudando su alma delante de aquella muchacha que era idénticamente igual a ella. Y eso poco le importaba, porque le amaba.

-Cielo, mientras estemos juntas, no nos pasará nada. Siempre que hemos estado juntas hemos sabido escapar de las garras de la muerte.

-¿Y si llegara el día en donde nada pueda evitarlo?-respondió rápidamente, con un llanto ahogado en su garganta.

-El riesgo existe. Siempre ha existido, de hecho. La emoción es parte de la vida, y no existiría sin algún tipo de riesgo. Pero, pequeña, lo que no debemos permitir nunca es dejar de correr riesgos, ya que éstos son los que nos darán las llaves de nuestra libertad.

-¿Y si la libertad tiene un precio que hay que pagar?-preguntó, ahora un poco más relajada.

Alex sonrió ligeramente a su amada, y con una mueca de ternura, comenzó a abrazarla contra su pecho.

-El precio de nuestra libertad ya ha sido pagado. Es nuestra sangre, sudor, y lágrimas, y por desgracia esa deuda es eterna. Así que, mientras estemos con vida, la libertad tiene sentido.

Susan se quedó paralizada durante unos instantes, pensando en lo mucho que Alex había cambiado. Ya no parecía ser tan altanera como lo era antaño, o tan competitiva como en sus orígenes. La unión amorosa entre ambas forjó un espíritu inquebrantable que trajo consigo vientos de cambio que ululaban a la par de la experiencia, como aquel viento que sentía que azotaba su piel junto a un gélido rocío que la hacía estremecerse. Por un instante sintió el corazón de Alex, que era el mismo que el suyo. Sus latidos vibraban en su mente, cuya relajante melodía constante hacía que poco a poco se sumiera en un profundo sueño.

Esta vez se encontraba en un lugar mucho más oscuro que la propia oscuridad. Había un silencio extraño, demasiado extraño, un tanto perturbador. No podía ver más que tinieblas. Sintió por un instante, que todo el sonido de su respiración era más intenso, y pronto empezó a sentir dolor por el impresionante volumen amplificado de sus propias respiraciones. El tímpano le estaba matando. En el interior de algún lugar, los aullidos de desesperación de Susan resonaban con eco. Atrapada en una cámara fría, donde sus gritos de auxilio se multiplicaban con la terrorífica resonancia de la sala, Susan cayó estrepitosamente y se golpeó la cabeza contra el suelo. De pronto, una secuencia de imágenes de ella misma con muy poca edad, resurge de su subconsciente. Se encontraba enchufada a tal vez cientos de cables terminales donde un centenar de líquidos profanaban su torrente sanguíneo, y dónde tras un cristal, una mujer observaba con una macabra sonrisa en sus labios.

Alex empezó a sangrar en la nariz. Fue consecuencia de un puñetazo no intencionado de su amada al despertarse. Ambas se habían dormido juntas, pero fue Susan la que había sido torturada con recuerdos de lo que parecían experimentos con su propio cuerpo. Rápidamente Alex se recompuso, mirando con preocupación la mirada perdida de Susan, quien poco a poco empezaba a entender mucho más su verdadero propósito.

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