Capítulo 4

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          El timbre suena ¿Esto no pasó también ayer? Cómo sea otra vez la morena... Ufff. Deja de pensar en ella.

          — ¿Tú? No te lo vas a creer pero estaba pensando en ti.

          — Inspectora Álzaga. Vengo por un caso oficial—. No entiendo nada ¿un caso oficial? Mierda, lo sabe.

          — ¿Un caso? ¿Y qué tengo que ver yo con eso?

          — ¿Reconoce a este hombre?— Frente a mi coloca una foto de un chaval rubio con gesto de prepotente, no le he visto en mi vida, pero... Un momento, esos ojos... ¡Mierda! ¡Son mis nuevos ojos!

          — No lo he visto en mi vida. ¿Debería conocerlo?

          — No lo sé. Pero sus ojos son muy parecidos a los suyos ¿no cree?

          — Sí, es cierto. Aunque realmente estos no son mis ojos. Hace unos meses me realizaron un trasplante y me pusieron los de un joven que había muerto en esos días y que era compatible. No sé si eso te ayuda en algo.

          — Comprobaré lo que me está diciendo. ¿Dónde estuvo desde que se marchó del bar hasta nuestro encuentro?

          — Aquí. En el bar empecé a encontrarme mal. Mis ojos me causaban molestias y no soportaba la luz por lo que vine a casa y me acosté.

          — ¿No salió en ningún momento? ¿Alguien puede corroborar su historia?

          — Tú viniste aquí.

          — Tuvo tiempo de sobra de ir a otro sitio y volver. Las horas entre nuestros encuentros fueron varias.

          — Puede hablar con cualquier especialista de la visión. Tras mi operación los efectos secundarios me limitan bastante, sobre todo de noche. Es imposible que tras un ataque cómo el que tuve podría hacer algo más que dormir unas horas.

          — No había pensado en esa posibilidad. Pensé que...

          — ¿Pensaste que yo era ese tío y había fingido mi muerte? —Esa idea hace que estalle a carcajadas— No me hubiera acostado con una policía si eso fuera cierto. No soy tan imbécil.

          —Supongo que tienes razón. No he descansado bien y supongo que tengo tantas ganas de cerrar este caso rápido que he sido demasiado impulsiva.

          — ¿Quieres un café?—Pregunto sin pensarlo mucho. No sé qué me pasa con está con esta tía pero es tenerla en frente y ponerme a mil.

          — Vale. Tengo tiempo y la verdad es que creo que un segundo café me vendría bien, antes de comprobar todo lo que me has dicho.

          — ¿De verdad crees que soy un asesino?

         — No. Pero no haría bien mi trabajo si no descarto todas las posibilidades. Aunque creo que contigo confiare en mi instinto...

          Se quita la chaqueta y se sienta en el sofá. Sé que estoy jugando con fuego, que me está buscando a mí y que no puedo explicar que yo no he matado a nadie que ha sido mi cuerpo, pero ¿Quién se va a creer esta mierda? Ni siquiera me la creo yo. Pero también tengo claro que me pone mucho y que invitarla a un café después del polvo que tuvimos es el paso más natural a dar con ella.

          — ¿Quieres leche?

          — No, solo está bien.

          Me siento al lado de ella y le doy el café. El simple roce de su mano me enciende y me doy cuenta de que jamás había deseado a alguien como la deseo a ella. Algo ha cambiado en mí también en esto, aunque de esto no me voy a quejar...

La mirada en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora