Capítulo 04: Intoxicado con la locura

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Cuando me despierto a la mañana siguiente puedo escuchar el sonido de los pájaros afuera de mí ventana, giro el rostro para ver la hora, son las nueve de la mañana, debería levantarme, desayunar algo y quizás saludar a Peter, pero no tengo ganas de hacer nada. Me apoyo la mano en el estómago y siento un ligero dolor al presionar, así que me arropo hasta la cabeza con la sabana y cierro los ojos.

Paso gran parte del día así. Mamá no sé molesta en ir a ver cómo estoy, para ser justos, yo tampoco me molestó en ir a verla a ella. No es sino hasta las nueve de la noche que coincidimos todos en la cocina. Yo estoy comiendo un poco de cereal con leche y mamá está preparándose un té. John llega unos minutos después y el ambiente se vuelve tenso de inmediato, pero no es solo por lo que ha pasado ayer, es porque John después de irse anoche no regresa a casa sino hasta ahora y él parece tener buen estado. No tiene resaca, huele a colonia y tiene puesta ropa limpia. ¿En dónde ha estado?

Él no nos dice nada. Veo que mamá vacila, como queriendo preguntarle algo, pero desiste. Él se prepara un sándwich y se sienta en la isla de la cocina a un costado de mí. Mamá le mira comer, yo tengo mí tazón de cereales a la mitad y de pronto no tengo ganas de seguir comiendo. Una sensación extraña comienza a subirme por la espalda, se enrosca en mí garganta y se queda allí, picando. Él termina su sándwich, se sacude sus manos, se levanta y se va. Mamá termina su té y le sigue. Yo me quedo allí sentada, como suspendida. No sé cuánto tiempo pasa hasta que se me hace insoportable, dejo el tazón en el fregadero y subo a mí habitación, después de pasarle el seguro a la puerta, me dirijo a mí ventana, corro la cortina y la abro. Hay luz en la habitación de Peter. Alcanzó a ver su silueta recortada en el interior, está sentado en su escritorio. Saco la bolsita de piedritas que tengo en el mío y arrojó una a su ventana, él da un respingo y luego se voltea, al verme se acerca y abre su ventana.

—Ey —me saluda—. ¿Saliste?

—No —contesto—. Estuve todo el día en cama. —Sé porqué me pregunta eso, es porque no suelo tener la ventana cerrada todo el tiempo salvo que no esté en casa. Sin embargo, mí respuesta no parece tranquilizarlo.

—¿Todo bien?

—Si, todo bien. ¿Qué planes tienes para mañana?

—Hace un rato colgué con Thomas. Dijo que tiene que ir a la tienda de música, a Lily se le rompieron un par de cuerdas. Así que me ofrecí a acompañarle. ¿Quieres venir?

—¿Crees que le importe?

—Sabes que no, Ems. Aunque si no tienes cuidado capaz te hace comprar una pandereta. —Me río.

—¿A qué hora van?

—En la tarde, te paso a buscar.

—Mejor no. —John trabaja en el taller desde las ocho hasta las dieciocho, pero prefiero no correr riesgos—. Yo paso por ti. —Él me sonríe.

—Perfecto, nos vemos mañana a la tarde, entonces. Dulces sueños.

—Siempre son dulces. —Le contesto y él solo se ríe.

Ambos cerramos nuestras ventanas y nuestras cortinas, yo me tumbo en la cama pensando en eso último que he dicho. Es verdad, mis sueños siempre son dulces. Porque en esos sueños estamos Peter y yo escuchando música de un mismo discman, tumbados en el césped con la luz del sol besándonos la cara y su mano en la mía, los vellitos de su antebrazo haciendo cosquillas en el mío y a veces le beso y a veces es él quién me besa y me pierdo en esos sueños, en esa fantasía, en esa irrealidad para la cual soy demasiado cobarde como para si quiera pensarlo despierta.

***

Encontramos a Thomas en la esquina próxima a la tienda de música, viene con Lily dentro de su estuche pendiendo de su hombro. Tiene una playera manga larga de rayas blancas y negras, el cabello negro despeinado, converse y el vaquero negro con una cadena que le cruza en un costado de su pantalón. Al venir se acerca y saluda, para luego hablarme de panderetas.

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