Capítulo 01: Melancolía y la infinita tristeza*

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New York, 2001

¿Puede existir algo más frío que el filo de un cuchillo? ¿Existe acaso un sonido más aterrador que el de una bala saliendo disparada? ¿Es siquiera probable que una pistola FIE Titán calibre 25 sea más dulce que un frasco de pastillas?

Tengo veintiún años y estoy sola en una fría, triste y solitaria habitación de hotel, escondida en una leve oscuridad pues me ilumina el halo lunar. Los suaves acordes de Beautiful de los Smashing Pumpkins es lo único que parece brindarme un poco de paz y con cada acorde, en cada nota y en esa melancólica voz puedo comprobar la veracidad de aquello que dicen pasa minutos antes de morir. Cada momento triste, amargo o lindo de mi vida pasa frente a mis ojos reafianzando lo que estoy a punto de hacer.

El suelo está helado y frente a mi hay tres opciones, tres salidas a una vida que a cada minuto se me antoja más sin sentido.

Opción uno: una hoja de afeitar recién comprada en la farmacia.

Opción dos: Un frasco de pastillas robadas y una botella de vodka comprada hacía dos días.

Opción tres: La tétrica presencia de la FIE Titán calibre 25 que nunca le devolví a John.

¿Puedo desangrarme hasta morir? ¿Puedo provocarme una intoxicación de pastillas y alcohol? ¿O será mucho más fácil colocar el calibre veinticinco en mi cien y que con solo accionar el gatillo todo termine de una vez?

«Opción tres.»

Me susurra ella, así que tomo el arma entre mis manos mientras gruesas lágrimas ruedan por mis mejillas.

—Don't let your life wrap up around you —le canto a la oscuridad acompañada por la voz de Billy Corgan—. Don't forget to call, whenever...—cierro los ojos y entonces escucho un sonido fuerte, abro los ojos para ver la puerta de la habitación abierta de par en par y allí en el umbral está él: Peter.


Belleville, New Jersey. Verano de 1996.

—¿Vas a venir mañana? —Estamos sentados en el porche de la casa de los Davies. Peter lleva su playera de Anthrax, el cabello castaño despeinado y las gafas de montura negra se le resbalan un poco por la nariz.

—Por supuesto... no me perdería por nada la partida de los chicos.

Peter tiene un hermano mayor llamado Evan, y fue él a quien primero conocí cuando recién nos mudamos a Belleville. Visto desde ahora parece un evento muy lejano, en ese entonces yo tenía doce años y Evan catorce e incluso en ese entonces Evan ya tenía muy claro lo que quería hacer con su vida: salir de Belleville, irse a New York y entrar en la escuela de artes. Mañana tomará el tren que lo llevará hacia esa nueva vida y desde ya estoy comenzando a echarle de menos.

—El año que viene seremos nosotros —comenta Peter subiéndose las gafas con el dedo índice.

—La vamos a tener más fácil —digo ladeando una sonrisa—. Steve y Evan nos dirán todos los trucos cuando nos toque a nosotros.

Él sonríe y le miro. Cuando me hice amiga de los chicos muy pronto noté que todos tenían personalidades muy distintas. Evan es nuestro líder por naturaleza. Steve que tiene la misma edad de Evan; es nuestra voz de la razón. Thomas, que ahora tiene dieciséis años como Peter y yo; es nuestro duende rebelde, mientras que Peter siempre ha sido el más reservado, el de pocas sonrisas y semblante serio. A todos les aprecio un montón, sin embargo, en algún punto de este tiempo conociéndonos mi amistad con Peter se empezó a diferenciar de mi amistad con los demás. Tanto así que a los chicos les gusta bromear al respecto cada vez que pueden. Y todo esto sería una anécdota muy bonita sino fuera por el simple y a la vez complicado hecho de que yo me enamoré de Peter.

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