1. duellum

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Iván Álvarez

Todas mis mañanas se habían tornado irritantes desde que falleció Nerea, todo se había vuelto tan gris. Era como si su presencia fuera una suave melodía que nunca quieres que acabe.

Aunque mi cuerpo se encontraba postrado en una silla perteneciente a una consulta psiquiátrica, mi mente se encontraba en un cálido abrazo de Nerea y no quería salir de allí. Lo daría todo por uno de sus abrazos justo ahora.

—Es totalmente normal que no sientas interés por tus actividades comunes, estás pasando por un duelo...— explicaba la psicóloga con dulzura, su voz era suave y calmada, en ocasiones sus palabras se deshacían de mis oídos, era como si su voz se alejara por un tiempo y luego se acercara paulatinamente, estaba muy distraído.
Me dediqué a poner mis ojos con los suyos, eran marrones y envolventes, pero me mantuve en total silencio, no tenía nada que decir o así lo sentía yo.

—Iván, si no hablas conmigo... es que me es imposible ayudarte.— la psicóloga usaba ese tono de voz pacífico y agradable que me tentaba a caer en el llanto y soltarlo todo para recibir consuelos con su suave voz

—De verdad siento mucho haberte hecho perder el tiempo otra vez, pero hoy tampoco me salen las palabras.— dije impulsando la silla hacia atrás para levantarme y abandonar el consultorio de la Dra. Díaz

—Iván...— intentó decir la psicóloga

—Que tenga lindo día Díaz.— interrumpí y salí de allí hacia mi auto sin mirar hacia atrás

Me subí y cerré la puerta del mismo tirándola con fuerza.
Yo era totalmente inestable y me desquitaba con cualquier cosa con tal de evitar la realidad.
Cualquier cosa lograba ser un desvío sobre la muerte de mi hermana.

No obstante, estando en ese auto me di cuenta de que no quería irme, lo que en realidad deseaba era expulsar todo lo que sentía, esa sensación de culpa que inundaba todo mi ser a mas no poder. Sin embargo; con la psicóloga Díaz no se desarrollaba la confianza de depositar todos mis pensamientos en ella, no me sentía capaz de desnudar mi alma frente a su presencia.

Era tan difícil pasar el duelo por su pérdida, y más aún porque sentía que los últimos meses me había portado tan mal con ella.

Aún recuerdo el principio del final de la vida de mi Nerea.

El 22 de julio del año dos mil habíamos llegado al mundo, las fotos que habían de aquel día, estaban repletas de felicidad, todos con una enorme sonrisa y los ojos llorosos. Nerea estaba envuelta en una manta rosa yo estaba envuelto en una manta azul.

Aunque el hecho de que fuéramos gemelos fue inesperado eso no detuvo a mis padres para que creciéramos con la mejor crianza y educación que se podía tener, jamás nos faltó nada.
Mis padres estaban bien posicionados económicamente, pero ellos no fueron esa clase de padres que al tener dinero nos facilitan lujos innecesarios o caprichos, al contrario, ellos siempre hicieron que nos ganáramos nuestras recompensas con esfuerzo y dedicación.

Tuvimos una adolescencia muy normal, con un perrito, con aparatos dentales, practicando muchos deportes, yendo a alguna que otra fiesta y algunas veces viajando con nuestros padres.

El tiempo pasó volando y ya teniamos veintitrés años. Nerea continuaba estudiando medicina veterinaria y yo era administrador de una empresa, aunque mi padre me había ayudado, luego yo tomé mi propio camino y comencé a dirigirla con algunos socios.

Siempre fuimos muy unidos, pero, nuestra relación estaba un tanto fracturada ya que yo siempre estaba muy ocupado por el trabajo y por otra parte ella quería que pasáramos tiempo en familia uno que otro día.
Duele tanto. Yo fui egoísta solo pensé en el dinero, y es una pena que me haya dado cuenta de eso de la peor manera; cuando le diagnosticaron cáncer en el hígado.

Encerrados en tu duelo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora