Sinópsis

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Ya la conocía desde antes, pero esa última vez que la vi, se sintió como la primera, ella me sonrió con ternura, sus ojos verdes eran tan brillantes que me fascinó verla desde primera estancia. En ese mismo momento, se colocó en cuclillas y me revolvió el cabello. Fue inevitable sonreír devuelta a la chica enfrente de mí, me gustaba verla, y después de pasar tanto tiempo con ella ese y más veranos, me di cuenta que también me gustaba ella.

Pero era solo una niña mirando a una adolescente, y ella solo me veía como una hermana menor a la cual proteger, y estaba bien, me gustaba que lo hiciera.

Recuerdo cuando llevaba a aquella chica rubia de mejillas coloradas a la mansión, Rhea la miraba como si fuera lo más preciado para ella, le daba besos cortos en la frente y le tomaba la mano a cada lugar que iban. Yo a veces iba con ellas, pero debo admitir que no perdía la oportunidad de alejar a su novia de ella. Yo no sabía que estaba sintiendo celos, pero sabía que quería estar con ella.

Un día simplemente me estaba contando lo mucho que le gustaba ir a la casa de campo de sus padres, y que algún día me llevaría ahí a ver los cisnes que iban por la temporada a su lago.

—¿Podemos ir mañana? —le pregunté en ese entonces. Inocentemente, me sentía entusiasmada, tenía nueve años y la chica de diecisiete frente a mí solo sonrió negando con su cabeza.

—No este verano... Mañana te vas, ¿recuerdas?

Permanecí en silencio; triste,  desviando la mirada al cielo mientras me tiraba sobre el césped del jardín. Ella me miró con su cálida sonrisa, tratando de reconfortarme.

—No me quiero ir —admití—. Me gusta estar aquí, en esta gran casa, mientras juego contigo en el jardín, y te escucho tocar el piano. Eres divertida.

—Tú también eres divertida, me gusta cuidarte, pero mañana te vas con tus padres temprano...

—Te vas a quedar con Astrid aquí...

—Sí, a Astrid también le caes muy bien —sonrió, para posteriormente cruzarse de brazos y mirarme con el ceño fruncido—. Aunque a veces me dice que siente que la evitas.

—Es que a mí no me cae bien.

—¿Por qué no?

—Le gustas.

La mayor frente a mí me miró extrañada por mi problema. Rápidamente borró su semblante confundido y volvió a relajar sus facciones, ignorando lo anterior.

—Bueno, los novios se gustan, algún día tú también podrás tener tu propia pareja y lo entenderás.

Hubo silencio entre ambas unos segundos, me quedé pensando en ello, más de lo que una niña de nueve años debería.

—Entonces, si a mí me gustas, ¿podemos ser novias?

Rhea abrió sus ojos de repente, sorprendida, y rió con nerviosismo mientras negaba con su cabeza.

—Así no funcionan las cosas, Zila —me dijo—. Tú eres muy joven y eres como mi hermanita... Y si una persona quiere estar con otra, ambas deben gustarse. No solo una, ¿me entiendes?

Lo entendí, pero no quise aceptarlo. Prefería no decir nada y buscar rápidamente alguna otra solución a mi primer rechazo amoroso, el cual no sabía que lo era todavía.

—¿Y cuando sea mayor?

—Cuando seas mayor estarás felizmente enamorada de alguien más.

Recuerdo que la miré decepcionada, parecía que nada de lo que decía ella lo entendía, pero crecí, y me di cuenta de que la que no lo entendía era yo.

—Nos veremos el próximo verano y te llevaré a ver esos cisnes, ¿te parece?

Su nueva propuesta me animó un poco, aún no olvidaba el tema anterior pero como cualquier infante, olvidé rápidamente y dije que sí con la creencia de que en algún momento ella cambiaría de opinión.

—Lo esperaré.

Asintió con la cabeza y me dio otra sonrisa, se vio más tranquila y satisfecha al ver que yo ya no tenía aquella cara triste... Que fácil es contentar a un niño. Recuerdo que le di un abrazo y ella me lo correspondió de inmediato, fui feliz un momento más.

—Nos vemos el próximo verano, Zila.

Y ojalá hubiera sabido que no sería el próximo.

Rhea Donde viven las historias. Descúbrelo ahora